Los hechos internacionales están demostrando
que la energía nuclear es segura, confiable,
ambientalmente benigna
y económicamente competitiva.
Por Hugo R. Martin (*).
Por sus cualidades intrínsecas, la electricidad es la modalidad energética que mejor satisface las necesidades actuales de la humanidad. Al existir distintas opciones tecnológicas para producirla, la elección de alguna de ellas depende de cuestiones complejas como para que -cualquiera sea la decisión final- aparezca alguna controversia.
Más aún, las realidades culturales, los intereses económicos, el desarrollo científico-tecnológico y otros factores dinámicos que atraviesan a una sociedad pueden modificar en cualquier momento las decisiones tomadas con anterioridad. Prever esa posibilidad bien puede interpretarse entonces como una decisión política correcta.
Aunque todas las alternativas para producir electricidad implican algún tipo de efectos sobre el ambiente, estos pueden ser de mayor o menor magnitud y de diferentes características, según sea la solución técnica elegida y hasta en función del punto de vista desde el cual se haya analizado la cuestión.
Prácticamente en todos los casos existe la posibilidad de reducir los efectos no deseados sobre el ambiente, según se valoren los riesgos y beneficios en cada momento.
Existen muchas formas de alcanzar ese objetivo, ya sea utilizando equipos para retener gases y partículas de usinas que utilizan combustibles fósiles, aprovechando las energías renovables o mediante el desarrollo de nuevos tipos de reactores nucleares.
Todos ellos, sin embargo, tienen implicancias que no pueden ser ignoradas y que ciertamente influyen sobre sus posibilidades reales de aplicación.
Con este marco de referencia, se explican los motivos por los cuales hace 30 años las principales organizaciones ambientalistas "antinucleares" a nivel internacional lanzaron una fuerte campaña global en contra de la construcción de usinas atómicas para la producción de electricidad.
Bajo el lema "Por un futuro libre de energía nuclear" (For a nuclear free future, según el eslogan en inglés), inundaron el mundo con manifestaciones públicas y calcomanías para los automóviles que resumían su propuesta en un breve diálogo supuesto entre el conductor del vehículo y quienes lo seguían en el tránsito ciudadano: "¿Nuclear? No, gracias".
El ejemplo sueco. Como una consecuencia de este accionar, a principios de la década de
Durante 30 años, la moratoria sueca constituyó un argumento paradigmático de las reivindicaciones de los ambientalistas antinucleares. Desde entonces, sólo dos de la docena de reactores suecos en funcionamiento fueron cerrados por obsoletos.
En los últimos tiempos, sin embargo, la cuestión debió ser revisada a la luz del debate sobre el cambio climático y la necesidad de garantizar la producción de energía a largo plazo. La contaminación que producirían las tecnologías basadas en el consumo de combustibles fósiles y la necesidad de reducir su dependencia externa llevaron a los suecos a revalorizar la energía nucleoeléctrica. A mediados del mes de junio último, el Parlamento de Suecia aprobó una ley que derogó aquella prohibición sancionada hace 30 años y expresaba ahora el interés por construir nuevas centrales nucleares.
Los 10 reactores aún operativos serán reemplazados por una nueva generación de centrales nucleares más seguras y eficientes. Esa decisión parlamentaria se sustenta, además, en el hecho de que los sondeos en la opinión pública muestran un creciente apoyo a la energía nuclear en los últimos años, confirmando una vez más la tendencia actual, creciente en todo el mundo, por la opción atómica para producir electricidad en forma masiva.
El modelo argentino. Mientras tanto, en la Argentina, algunas organizaciones ambientalistas antinucleares aún insisten en su posición fundamentalista contra el átomo, basadas esencialmente en el desconocimiento que tiene la opinión pública sobre situaciones como las de Suecia.
En las épocas de crisis que atravesó el país, la comunidad atómica argentina sostuvo siempre la decisión de mantener abierta la opción nuclear. Para ello, actuó en consecuencia, resguardando -en la medida de lo posible- los conocimientos, los recursos materiales y humanos calificados y la experiencia de más de medio siglo de esfuerzos.
Su abandono hubiera significado dejar al país sin una fuente energética que -los hechos lo están demostrando- es segura, confiable, ambientalmente benigna y económicamente competitiva.
Tal vez éste sea el momento que nos toca vivir ahora, en el que gracias a aquella sabia decisión de preservar el desarrollo nuclear, ha sido posible lanzar una genuina reactivación de las actividades nucleares en el país, en consonancia con el resto del mundo y bajo la consigna: ¿Moratoria nuclear? !No, gracias!
(*) (Relaciones Públicas Comisión Nacional de Energía Atómica)
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