Nos mudamos a Dossier Geopolítico

30 de enero de 2011

La revuelta árabe



La mancha voraz





Como anticipábamos en nuestra nota anterior sobre Túnez,


los acontecimientos allí verificados se han extendido como una mancha de aceite sobre el mundo árabe.






En El Cairo, según anuncia esta mañana The New York Times, la decisión de sacar las tropas a la calle tomada por el presidente Hosni Mubarak se está revelando contraproducente: en muchos lugares la muchedumbre se agolpa junto a los tanques y los soldados confraternizan con ella. En vez de ser puntas de lanza para suprimir la rebelión, las tropas están convirtiéndose en puntos de resistencia de la revuelta, que usa a los vehículos blindados como puntos de reagrupación y los llena de graffiti contra el gobierno, mientras los soldados invitan a los manifestantes a subirse a los tanques para fotografiarse con ellos. Para quienes tienen algunos conocimientos de historia, este tipo de situación evoca otras ocurridas en el pasado, densas a su vez de una gran significación social. Es inevitable acordarse de la revolución de Febrero en Petrogrado, en 1917, preludio de la revolución bolchevique de Octubre del mismo año, o de la revuelta húngara de 1956. No está claro que los altos mandos que responden al gobierno puedan pasar por encima de esta disposición de los cuadros inferiores y de la tropa. Las calles de El Cairo han sido abandonadas por la policía y muchas comisarías han sido incendiadas. El Ministerio del Interior fue ocupado brevemente por los manifestantes, hasta que el ejército lo recuperó. El toque de queda es desafiado en todas partes.



Todo comenzó con el estallido popular en Túnez, que desalojó del poder al dictador Ben Ali. Allí, de momento, a juzgar por la inquietud que reina en las calles, no se ha depurado todavía el escenario. La vieja clique de dirigentes sigue ocupando o rondando el gobierno, incluidos los representantes de la vieja oposición “legal”, mientras que los partidos realmente opositores (comunistas, islamistas y diversas fracciones izquierdistas) permanecen prohibidos y alejados del poder. La policía ha cambiado de actitud, pero no inspira la menor confianza. En cuanto al ejército, que es solicitado por la muchedumbre y al que se le reconoce no haber participado de la represión, de momento se mantiene en calma y a través de su máximo exponente presume de neutralidad en el conflicto que sigue oponiendo a las manifestaciones populares con el gobierno que reemplaza al de Ben Ali, el cual continúa sin modificar, salvo en apariencia, la situación preexistente.



Ahora bien, Túnez, como decimos, se constituyó en el ejemplo a imitar. En Egipto la convocatoria formulada desde Facebook arrojó primero a decenas y luego a centenares de miles de manifestantes a las calles en violenta revuelta. Hay decenas de muertos y cientos de heridos. Ahora las manifestaciones se extienden a Sudán y a Yemen. Estas muchedumbres son la primera expresión de un contagio que puede trastrocar las coordenadas sobre las que se mueve el mundo árabe. Los gobiernos árabes calificados por Occidente, de manera espuria, como “moderados”, están temblando. Duros y brutales hacia adentro, donde aplican las políticas neoliberales en la economía y favorecen a un reducido sector de la población en detrimento de la mayoría sumida en la pobreza, no son otra cosa que marionetas de Estados Unidos y su socio británico, cuyos intereses regionales sirven sin rechistar.



Egipto es la expresión máxima de este espécimen de administración domesticada por el imperialismo. Constituye asimismo la pieza maestra de la región, pues es el país más poblado y mejor armado, instalado a caballo del enclave estratégico del Canal de Suez. Los gobiernos de la región a los que el Departamento de Estado califica como moderados -Jordania, Yemen, Arabia Saudita, Marruecos, Argelia-, saben las bases falsas sobre las que se asientan y conocen que sólo con la fuerza, como es el caso del gobierno egipcio, se sostienen en el lugar en que se encuentran.



La Autoridad Nacional Palestina, una entidad que ha perdido gran parte de su representatividad y que, a partir de la misteriosa muerte de Yaser Arafat se ha convertido en un títere de Estados Unidos, no se encuentra menos amenazada. La filtración de los “Palestine Papers”(1) en los cuales la AN se manifiesta dispuesta a renunciar al derecho al retorno de los palestinos a sus hogares originarios en Israel, le ha quitado toda legitimidad, que parece haber pasado a los integristas de Hamas.



La explosión tunecina y el vertiginoso contagio que ha producido están trastrocando todos los parámetros sobre los que se mueven los países de la región. Ante esta situación brotan las incógnitas. ¿Qué fuerzas pueden aprovechar el descontento reinante y darle un cauce? ¿De qué manera y con cuáles instrumentos las masas árabes podrían ir dándose salidas que rehúsen el recetario del ajuste y del FMI y les permitan incidir mejor contra el control que el imperialismo ha ejercido en la zona tras el fracaso de los movimientos de liberación, puesto de manifiesto a partir de la década de los ‘80?



Son preguntas que quizá solo pueda contestar la historia, pero la combinación de movimientos integristas actualizados como Hamas o Hizballáh, de movimientos de izquierda y de un eventual reflorecimiento de las tendencias del nacionalismo militar de cuño nasserista podrían representar una salida a corto plazo que sin duda trastornaría todo el escenario del Mediterráneo.



Podemos estar seguros de que a la Otan no se le escapa este peligro; la cuestión es saber si podrá hacer algo eficaz para contrarrestarlo sin promover un desastre.



Un escudo “democrático” contra el cambio



En estos momentos los gobiernos occidentales se están moviendo para contener a la revuelta popular dentro del ficticio marco de las “revoluciones de color”. La “revolución de los jazmines”, llama la prensa adocenada de Occidente a la convulsión tunecina. Se quiere asimilar así a la sangrienta revuelta popular tunecina con las “revoluciones naranja” fogoneadas por Occidente para socavar, con éxito, la integridad de la ex Unión Soviética.



Pero está claro que lo que ocurre en Túnez y otras partes se encuentra en las antípodas de un reclamo destinado a autocontenerse en una reivindicación democrática formal y en un patriotismo de campanario. El imperialismo aspira a que esto suceda, pero tal cosa es improbable incluso en sociedades como la egipcia, donde existen sectores de clase media que podrían conformarse, hasta cierto punto, con una modificación superficial del sistema, que asegure cierta pureza administrativa y una recurrencia electoral asentada sobre bases más o menos limpias.



Barack Obama y la generalidad de los medios occidentales están coincidiendo en reclamar del dictador egipcio Hosni Mubarak reformas “democráticas”. Como suele ocurrir cuando un tinglado armado por el Imperio vacila y se derrumba, los mandantes a cargo de la Casa Blanca buscan una alternativa que les permita aplicar la máxima de El Gatopardo: cambiar algo para que nada cambie. Los dictadores impuestos por el imperialismo –en el Oriente medio, pero también en América latina y en otros lugares del mundo- no son o no han sido otra cosa que marionetas de los verdaderos poderes que rigen al mundo: el Departamento de Estado, la CIA, el Pentágono, el M 16 y los conglomerados financieros que tienen a esos organismos como ejecutores de la política global del capitalismo.



Cuando esos mandatarios prepotentes pierden su autoridad y el pueblo deja de tenerles miedo, se convierten en estorbos de los cuales es preciso deshacerse para evitar que la presión siga acumulándose y dé lugar a un proceso de profundización revolucionaria del cambio. En su lugar se propician variantes, en apariencia democráticas, que deben descomprimir la situación y proseguir las mismas políticas con un refrendo constitucional que las consagre legalmente. No otra cosa ocurrió en nuestro país luego del derrumbe de la dictadura. Las políticas económicas de Videla y Martínez de Hoz se prolongaron e incluso se acentuaron a través de los mandatos de Alfonsín, Menem y De la Rúa, y aun se palpan por estos días, cuando mucho se ha revertido de ellas.



La aparición de Mohammed El Baradei en Egipto como posible referente de una alternativa a Mubarak está orientada en este sentido. Ex director de la Agencia Internacional de Energía Atómica, cargo desde el que desvirtuó las alegaciones de Bush respecto del armamento nuclear de Irak; Premio Nobel de la Paz y figura muy respetada en el ambiente internacional, El Baradei ha vuelto a Egipto y se ha ofrecido a sí mismo como un elemento capaz de asegurar la transición. La cuestión reside en saber de qué transición se habla y de qué manera puede canalizarse con ella la indignación popular. Nada puede vaticinarse a priori, pero la acumulación de agravios que existe en todo el mundo árabe y la proliferación del fundamentalismo –al que no hay que confundir con el terrorismo de Al Quaeda, incognoscible, ambiguo y en general funcional al imperialismo-, ponen las cosas en un plano inclinado donde se hará difícil que se sostengan gobiernos partidarios de una democracia representativa que no tenga en cuenta la abrumadora presencia los sectores radicales del islamismo y del nacionalismo árabes, irreconciliables con Estados Unidos y muy especialmente con su asociado regional, Israel.



Así las cosas, la partida se presenta difícil para el sistema constituido. Ha saltado un perno del engranaje que sostiene a la parte más volátil del ordenamiento global. La crisis mundial precipitada con el derrumbe bursátil de Wall Street en el 2008, se expande cada vez más.





Notas



1 - Los “Palestine Papers” son resultado de la transcripción de diversas negociaciones entre funcionarios israelíes y de la Autoridad Nacional Palestina. Obtenidos y presentados en primer lugar por Al Jazeera, este órgano de prensa árabe creó con ellos una rama en Wiki Leaks, a la vez que entregaba los papeles al diario británico The Guardian, que les dio una cumplida difusión tres o cuatro días atrás. Entre los puntos que conviene retener, pues nos toca, figura una observación de la ex secretaria de Estado Condolezza Rice en el sentido que los desplazados palestinos podrían ser reasentados en Argentina y en Chile. La desenvoltura con que los amos del mundo planifican, hacen y deshacen queda puesta de manifiesto con este simple ejemplo.


http://www.enriquelacolla.com/sitio/nota.php?id=213




De Túnez a Egipto, un viento de libertad



Alain Gresh

Le Monde diplomatique

Traducido para Rebelión por Caty R.



La tensión está a tope en Egipto, donde el presidente Hosni Mubarak decretó el toque de queda el viernes por la noche. El presidente de la Comisión de Asuntos Extranjeros de la Asamblea, miembro del Partido Nacional Demócrata (PND) en el poder, ha hecho un llamamiento al presidente a «reformas sin precedentes» para evitar «una revolución». Mustafá Al-Fekki, en sus declaraciones en Al-Yazira el 28 de enero, añadió: «La opción de la seguridad sola no es suficiente y el presidente es el único que puede hacer que paren los sucesos». Las informaciones dan cuenta de la confraternización entre policías y manifestantes. ¿Estas primeras fisuras anuncian fracturas más importantes? ¿Qué hará el ejército, el pilar del poder?


Es imposible responder mientras este 28 de enero, por cuarto día consecutivo, decenas de miles de egipcios se manifiestan en El Cairo, Alejandría, Suez y en las grandes ciudades del país. Por todas partes se enfrentan a la policía y el poder ha tomado medidas excepcionales para aislar a este país de 80 millones de habitantes del resto del mundo –el corte de Internet es una «primicia mundial», titulaba un despacho de la agencia France Presse (AF)-. Sin embargo las imágenes, transmitidas por teléfono móvil o por las cadenas vía satélite, impiden la cuarentena del país.



Al mismo tiempo en Jordania y Yemen miles de personas salen a la calle y llaman a seguir el ejemplo de Túnez. En cada caso, el contexto es particular: tensiones entre el norte y el sur en Yemen; fricciones entre Jordanos «de pura cepa» y palestinos; la cuestión de los coptos en Egipto, etcétera. Pero, al mismo tiempo, la explosión nace de la misma acumulación de problemas, de frustraciones, de aspiraciones comunes al conjunto de la región.



En primer lugar la permanencia de regímenes autoritarios que nunca rinden cuentas a sus ciudadanos. Si existe (o más bien existía) una «excepcionalidad árabe», obviamente es ésta: esos regímenes han vivido una longevidad sin precedentes, y hasta la gran oleada de democratización que arrastró a Europa del Este, África o América Latina se ha estrellado en el muro de las dictaduras de Oriente Próximo y el Magreb: Mubarak es presidente desde 1982, M. Alí Abdalá Saleh dirige Yemen desde 1978 y, en Amán, Abdalá II sucedió en 1999 a su padre, que a su vez accedió al poder en 1952. Por no hablar de Siria, donde Bachar Al-Assad sustituyó a su padre, que había tomado el poder en 1970; de Marruecos donde el rey Mohamed VI sucedió en 1999 a su padre, quien había reinado desde 1961; de Libia, donde Gadafi castiga desde 1969 y prepara a su hijo para que le suceda. En cuanto a Ben Alí, presidía Túnez a su antojo desde 1989.



En cualquier caso, sean cuales sean las condiciones de cada país, en todos se violan los derechos individuales, políticos y de expresión. Los moukhabarat, la policía secreta egipcia, reafirman su omnipotencia y no es nada raro en Egipto, y en otros lugares, que se maltrate, torture y asesine a las personas detenidas. La publicación por parte de WikiLeaks de los telegramas enviados desde la embajada de Estados Unidos en El Cairo confirman lo que todo el mundo sabía (incluido Nicolas Sarkozy), pero que no impedía a unos y otros agasajar a ese fiel aliado de Occidente denunciando al mismo tiempo los mismos comportamientos en Irán («Egypte-Iran deux poids, deux mesures», Nouvelles d’Orient, 27 de noviembre de 2010). Esta arbitrariedad absoluta, que también se manifiesta en la vida diaria y pone a los ciudadanos a merced de las fuerzas del orden, alimenta una revolución que expresa por todas partes las ansias de dignidad.



Todos esos regímenes no sólo han acaparado el poder político, sino que además se han impuesto en el ámbito económico actuando a menudo como auténticos depredadores de las riquezas nacionales, como en el caso de Túnez. Los Estados que nacieron de las independencias, que en general garantizaban a sus ciudadanos una protección mínima, cierta cobertura social o acceso a la enseñanza, se han desintegrado frente a las embestidas de la corrupción y la globalización. Incluso el acceso a la universidad que antaño, en Egipto, abría la puerta para acceder a la función pública, ya no ofrece posibilidades a una juventud cada vez más frustrada que tiene que ver cómo se pavonean «los nuevos ricos».



En los años 70, el boom del petróleo ofrecía una salida a muchos, que emigraron al Golfo, pero esta región ya no es capaz de absorber los flujos crecientes de parados. Las cifras de crecimiento fijadas por los campeones del liberalismo económico, Egipto, Túnez o Jordania, a menudo son objetos de informes elogiosos de las organizaciones financieras internacionales –que no consiguen enmascarar la creciente pobreza-. Desde hace varios años los movimientos sociales se han afianzado en Egipto -grèves ouvrières, luttes paysannes, manifestaciones en los barrios periféricos de las grandes ciudades, etc.– así como en Túnez (Gafsa), Jordania o Yemen. Pero hasta ahora nunca se había expresado abierta y masivamente la voluntad de cambios políticos. El ejemplo tunecino ha reventado los cerrojos.



También se puede señalar que la lucha contra Israel, que ofrecía a menudo a los regímenes de Oriente Próximo un argumento para mantener su control –en nombre de la unidad contra el enemigo sionista-, ya no parece suficiente. Egipto y Jordania firmaron acuerdos de paz con Israel, y el conjunto del mundo árabe parece totalmente incapaz de reaccionar a la aniquilación sistemática de los palestinos. Que nadie se llame a engaño: un editorialista estadounidense, Robert Kaplan, remarcó en The New York Times (24 de enero) que «no son los demócratas, sino los autócratas como Sadat o el rey Hussein quienes firmaron la paz con Israel. Un autócrata sólidamente instalado puede hacer concesiones más fácilmente que un dirigente débil salido de las urnas (…)». Y en un llamamiento a los dirigentes estadounidenses a apoyar a los «autócratas» árabes se preguntaba «¿Realmente queremos que las grandes manifestaciones callejeras minen el poder de los dirigentes ilustrados como el rey Abdalá de Jordania?».



¿Y ahora? Cualquier pronóstico sobre Egipto es aventurado y nadie puede prever cómo seguirán los acontecimientos. ¿Qué harán los Hermanos Musulmanes, muy reticentes a entrar en un enfrentamiento con el poder y que finalmente han decidido unirse al movimiento? Mohammed El Baradei, el ex secretario general de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), ¿será capaz de federar a las diversas oposiciones? En cualquier caso la revolución tunecina ha abierto una puerta y ha enviado, como cantaba Jean Ferrat, «un viento de libertad más allá de las fronteras, a los pueblos extranjeros, que da vértigo…»



Fuente: http://www.monde-diplomatique.fr/carnet/2011-01-28-Egypte








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