Nos mudamos a Dossier Geopolítico

28 de noviembre de 2009

Ahmadinejad en América latina












En el alfabeto Morse de la diplomacia, la visita del presidente iraní es un signo que no requiere ser decodificado.


La gira de Mahmud Ahmadinejad por América latina (por Brasil, Bolivia y Venezuela, para ser más precisos) pone de relieve el nivel de protagonismo que nuestra región está tomando en un escenario globalizado donde las fichas empiezan a moverse con una autonomía mucho mayor a la existente en tiempos de la guerra fría. Y esto a despecho, o para oponerse a, el proyecto hegemónico norteamericano. Brasil y su presidente Luiz Inacio Lula da Silva dieron la nota al recibir al mandatario de un país paria, marginado del conjunto de las naciones desarrolladas y hasta del mundo civilizado, si atendemos a la propaganda imperial. Irán paga el precio de mantener una política independiente en el área más codiciada por Washington en razón de sus enormes reservas energéticas y de su importantísimo emplazamiento geopolítico.

Desoyendo la excomunión pronunciada por Estados Unidos respecto del leproso del Medio Oriente y pasando por encima de la campaña propiciada por el ala más dura de los halcones norteamericanos, Lula no se privó de nada al recibir al mandatario persa: reivindicó el derecho de Irán a desarrollar tecnología nuclear con fines pacíficos, “tal y cómo pretendemos hacerlo nosotros”. Sostuvo asimismo el derecho que asiste a Brasil a vincularse con quien considere oportuno en el ámbito internacional y se ofreció como posible mediador para conseguir un Medio Oriente libre de armas nucleares, como lo está la América latina. Al mantener esto Lula incurría en un doble atrevimiento: sostener a la figura de Ajhmadinejad, sobre la que han convergido las diatribas que lo demonizan; y poner a Israel, en forma indirecta y sin presentarlo en el mapa, en el banquillo de los acusados, pues nadie ignora que la única potencia provista de armamento atómico en el Medio Oriente es el Estado judío, a la vista y paciencia de su socio norteamericano.

En otros tiempos la actitud de Lula hubiera sido tomada como esperpéntica por los monopolios de la comunicación. Como una arbitrariedad irresponsable, pues habría ido en contra de los intereses del Centro mundial y nadie que se preciase de ser un estadista “maduro” en estos países hubiera podido permitirse semejante posición; a menos que fuera uno de esos pintorescos e “irrelevantes” caudillos a los que la gran prensa bautizó como populistas y a los que condena una y otra vez a la ignominia de una presunta demagogia. El hecho de que esta vez no se permitiesen esos calificativos respecto del presidente de Brasil, es prueba de que esta nación ha ingresado al cuadro de las potencias mundiales y que, en cuanto tal, merece ser cortejada. O al menos, no ofendida con argumentos tan ridículos como el de estar apartándose del concierto de las naciones libres por tener relaciones con países que molestan a la convención de lo políticamente correcto.

La gira del presidente iraní por Bolivia y Venezuela, como complemento de la iniciada en Brasil, viene asimismo a mostrar que, desde la perspectiva de las naciones que luchan por alcanzar un estatus que les permita mantener un razonable grado de autonomía frente a la marejada globalizadora, el papel de Iberoamérica está siendo percibido como el de un posible aliado en esa lucha por obtener un razonable grado de capacidad para decidir el lugar donde se encuentran los propios intereses.

América latina no es un todo homogéneo, pero sí es un conjunto de identidades muy próximas entre sí, con muchos más elementos que la unen que los que la separan. No vamos a volver a enunciarlos ahora, pero puede apuntarse que un idioma compartido, el español, y una lengua galaicoportuguesa íntimamente vinculada a aquel, suministran el elemento fundante de cualquier empresa unificadora dirigida hacia el futuro.

Ahora bien, es importante evaluar las zonas en las cuales el proyecto integrador latinoamericano puede encontrar mayor o menor resistencia. A primera vista se presentan dos, diferenciadas no tanto por las peculiaridades étnicas que las recorren como por las tensiones que las habitan como consecuencia de sus propias fatalidades sociales y de la acción del imperialismo, siempre interesado en dividir para reinar.

Las dos áreas que cabe diferenciar son el arco andino y el Cono Sur. Este último es, de lejos, el factor económico más dinámico, y política y militarmente más seguro de la ecuación latinoamericana. Brasil, pese a sus desigualdades sociales y a la tentación que puede sentir la burguesía paulista en el sentido de jugar como un subimperialismo regional, aliado con Estados Unidos, es un emporio industrial y está provisto de cuadros burocráticos avezados en gestionar políticas de Estado y en ponderar las relaciones con el resto de Iberoamérica. Argentina, por su lado, en medio de todo su desorden y de la mezquindad política, que enreda a la oposición al gobierno en inacabables disputas en torno de nada, es un país enorme, riquísimo y dispone de una población que, al menos hasta no hace muchos años, era como sociedad bastante más homogénea que la de los otros países hermanos. Ni Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay o Bolivia tienen intereses contrapuestos en el plano territorial, por trágicos que puedan haber sido algunos episodios del pasado, y Chile, que tiene un contencioso con Perú en el cual puede engranar Bolivia, parece haber llegado a un estatus quo definitivo en las cuestiones de lindes con Argentina. Las fronteras entre los dos países podrían tender a difuminarse a medida que se hacen cada vez más evidentes las ventajas de una entidad bioceánica, cosa que también atrae muchísimo a Brasil. Por otra parte el interés anglonorteamericano por las jurisdicciones chilena y argentina en la Antártida y mares aledaños hace evidente que la cooperación y no la rivalidad es lo que conviene a nuestros países. El viejo proyecto del ABC, acariciado por Roque Sáenz Peña y Victorino de la Plaza, y revivido durante un breve lapso por el trío formado por Perón, Vargas e Ibáñez del Campo, podría entonces tener ahora una chance más precisa.

Los países del arco andino, por el contrario, ostentan zonas de fricción que pueden ser activadas por la presión imperialista. Venezuela y Colombia, Colombia y Ecuador, Perú y Chile, más las tendencias separatistas del Oriente boliviano y el requerimiento de Bolivia por una salida al mar, configuran un cuadro menos optimista que el de las naciones del Mercosur, cuadro al cual la súbita implantación de las bases norteamericanas en Colombia y el golpe en Honduras vienen a dar un tinte ominoso. Las tensiones provenientes de esa área pueden descompensar el avance general de la región. Es por esto que los países del Cono Sur, los menos afectados por tensiones de ese tipo, deberían apresurarse a coordinar sus esfuerzos con miras a dar forma al Consejo Suramericano de Defensa y a proveerse de planes de desarrollo conjunto que miren a preservar la estabilidad en el subcontinente. La intervención oportuna de la Unasur en ocasión del proceso separatista de Santa Cruz y el Beni, en Bolivia, fue un ejemplo de ese tipo de acción moderadora, como también lo fue el papel de los países del Grupo de Río en la desactivación de la bomba de tiempo que la incursión colombiana contra las Farc en Ecuador había plantado en un área en extremo sensible. No tan positivo fue el resultado de la cumbre de Bariloche, en la cual se hubo de lidiar con el tema de las bases norteamericanas en Colombia. Y ello no tanto por lo jurídicamente resbaloso del tema, en la medida que se debían tratar las atribuciones soberanas de ese país respecto de si tenía o no derecho a alojar a tropas de Estados Unidos en su territorio, sino porque detrás de esa fachada estaba la misma Unión; es decir, la madre de la criatura y la fuerza real con la que se habrá de lidiar si estos países pretenden realizar su aproximación al sueño bolivariano y sanmartiniano.

Cerremos la ecuación. Ahmadinejad en América latina es un signo. Un signo respecto de quienes pueden ser nuestros aliados naturales y una señal dirigida al mundo en el sentido de que estos países están intentando andar por su propio pie.
ENRIQUE LACOLLA

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