La pobreza, un síntoma de la decadencia nacional
De manera recurrente todos los años aparece en la agenda pública el problema de la pobreza en Argentina. Y como todos los años, dirigentes “políticos” (oficialistas y opositores) utilizan una abrumadora cantidad de palabras y torrentes de tinta para explicarnos el crimen aun impune de la pobreza en nuestro país y parecen no agotar su hipócrita capacidad de “asombro” sobre ésta.
Vuelven a aparecer los repetidos y gastados diagnósticos y argumentos de siempre; basta recordar los debates de los noventa, el “dialogo argentino” del 2002, la ley del hambre mas urgente y las decenas de planes y programas destinados a combatir el “mal” que han servido para “cambiarle” la vida a algunos vivos y muy poco para satisfacer las carencias de los pobres.
Cuando se acalle la vocingleria en torno a este tema, porque deja de interesar y es reemplazado por otro, quedaran las mismas promesas repetidas e incumplidas y el compromiso no asumido en torno a la presuntuosa idea de instalar el “combate” a la pobreza” como una “política de estado”, mientras cada día habrá mas argentinos condenados a la pobreza y la indigencia.
Eso si, como consecuencia de estos “debates” periódicos aparecen y se trataran de legitimar nuevos “programas sociales” de escaso impacto, pero con cuantiosos presupuestos de ejecución poco y nada transparente.
Este gobierno, como todos los que hemos tenido en democracia actúan del mismo modo, son cronistas de la realidad, porque carecen de la visión y el arrojo político para cambiarla erradicando este flagelo que castiga a millones de compatriotas. Esto es así porque la “clase política” argentina en los últimos treinta años ha aceptado administrar la pobreza con programas “asistencialitas”, tratando de mitigar la consecuencia procurando no ver o ignorar las causas, para evitar su responsabilidad de enfrentarlas.
Estas en mi opinión son dos. La primera es que Argentina desde hace treinta años viene achicando de manera crónica y sistemática su mercado laboral, el numero de empleos, de puestos de trabajo de calidad con salarios dignos, en relación al crecimiento vegetativo de su población. La oferta de trabajo decente no ha guardado relación con el aumento demográfico; ha sido y es menor. Es por esta razón que la tasa de desempleo a lo largo de ese periodo ha sido casi siempre de dos dígitos, a pesar de las intervenciones del estado que con planes de empleos de bajísima calidad, con “flexibilización” y “precarizacion” ha tratado de modificar los índices estadísticos. De esta forma a lo largo del tiempo millones de argentinos, varias generaciones, han sido sistemáticamente excluidos y condenados a la pobreza (esa que definen como estructural).
Pero esto no ha sido producto de la casualidad sino que el origen hay que buscarlo en el golpe militar del 76 cuyo designio profundo fue destruir la industria nacional, la organización social y política del pueblo, subordinar nuestra economía a los centros financieros mundiales a través de un enorme endeudamiento, incorporarnos a la división internacional del trabajo y por añadidura condenarnos a ser un país agrario productor y exportador de materias primas. Lo lograron con persecuciones, cárceles, torturas, asesinatos e inyectando una fenomenal dosis de miedo a la sociedad, que aun persiste.
En marzo de 1976 los índices de pobreza en el Gran Buenos Aires tenían un promedio del 5%; en el 2003 alcanzaba al 53%: actualmente no hay estadísticas gracias a un Indec “fraudulento” y nada indica que estas cifras sean menores.
Aquí hay que ubicar el origen de nuestra pobreza y decadencia. Este proceso de destrucción se había iniciado en 1955, sin poder completarse. Había que anular de manera definitiva e irreversible la pretensión de Argentina de desarrollarse como un estado nación industrial que le permitiera alcanzar un “umbral de poder”(*) suficiente para tener la autonomía nacional necesaria para producir los bienes y el capital nacional imprescindibles para promover un desarrollo humano sustentable de nuestro pueblo y su bienestar.
Ahora, no olvidemos que en los últimos 33 años ha habido 26 años de democracia en los cuales los gobiernos han tenido un común denominador: el crecimiento sostenido de una pobreza que nunca bajo de dos dígitos y todos ellos han hecho su contribución a la misma, desde la legitimación de una deuda externa agobiante que condiciona cualquier decisión soberana y la entrega del patrimonio nacional a través de privatizaciones y concesiones vergonzantes y sus consecuencias. Esta democracia conscupicente a lo largo de su “recorrido” ha consolidado y acrecentado la pobreza y la desigualdad en el país. Transformo la pobreza en una “endemia”
Nuestra clase política que disfruta de los privilegios que les otorga esta “democracia procedimental” hábilmente nos “escamotea” el debate central y estratégico. ¿Cual es modelo de país al que podemos aspirar y su modelo productivo? Nos están haciendo creer que nuestro destino excluyente es ser un país fuertemente agroindustrial y agro exportador; que esto solucionaría nuestros problemas. Falso, porque es una frazada demasiado chica para cubrirnos a todos. Debemos también evitar caer en la falsa antinomia campo versos industria, y romper un viejo paradigma (una de las tantas sonseras argentinas) que nos “atonta” y nos somete culturalmente, que no se debe financiar el desarrollo industrial del país con las rentas del agro.
Otra falsedad. Si bien los alimentos y los recursos naturales son hoy un arma estratégica en un mundo escaso de comida y energía, su producción por si sola no alcanza para promover el desarrollo humano integral de nuestro pueblo, por que no es generadora importante de mano de obra calificada. Debemos considerar a la producción agropecuaria y a los recursos naturales como un instrumento esencial para generar la renta nacional necesaria para conformar parte importante del capital nacional imprescindible para promover, impulsar nuestro desarrollo industrial y la cantidad suficiente de puestos de trabajo de calidad, que necesitamos para combatir la pobreza.
A pesar de tener industrias Argentina no es un país industrializado. Lamentablemente nos impidieron completar nuestra etapa de desarrollo industrial.. Este no alcanzo los frutos de madurez, a pesar de los impulsos industrialistas entre 1945 y 1960. Un país que hace 60 años se pensaba como un protagonista de la era industrial, que contaba con tecnología nuclear, que desarrollo un complejo militar industrial con tecnologías de punta: una industria aeroespacial con la construcción de aviones a reacción, aviones en ala delta, aviones de transporte, misiles teledirigidos, una industria naval para la construcción de buques y su equipamiento, una industria petroquímica, en un escalón tecnológico mas abajo, una industria que construía locomotoras y vagones, y un polo de industria automotriz nacional que fabricaba tractores, automóviles, vehículos utilitarios y motos; un país que con ese modelo productivo no solo generaba empleos de calidad sino que impulsaba la educación y la ciencia nacional. Ese país se malogró y hoy lo encontramos empujando un “desarrollo” económico basado en “tecnologías de punta”? como la de engordar vacas en “feet lot” (en corrales) con hormonas y antibióticos y la de alfombrar el suelo de la Argentina con soja transgenica, con saturación de agro tóxicos, para producir forraje y biocombustibles. La pretensión que la locomotora del crecimiento nacional sea un “modelo de producción biotecnológico” administrado por las corporaciones, con creciente extranjerización de la tierra y la economía, solo nos garantiza la condena a la pobreza de millones de argentinos, con la generación de empleos basura y la concentración de la riqueza en pocas manos. Por esta senda se clausura el futuro de las nuevas generaciones ( hoy 1 de cada 2 jóvenes menores de 18 años es pobre) y se frustra la realización del destino de la Nación.
Para escapar de este pantano en que nos encontramos, donde la “pobreza” es un síntoma que se “trata” con programas asistenciales, debemos lanzarnos a la búsqueda de mas y mejores empleos, con una mayor calidad y ensanchamiento de nuestra base productiva, alentando una creciente participación de bienes basados en el conocimiento y la innovación tecnológica. Para esto tenemos que retomar de manera vigorosa nuestro desarrollo industrial. Pero claro, para esto primero hace falta hace falta voluntad nacional y decisión soberana. Luego tendremos que preguntarnos ¿como y desde donde? El modelo industrial tradicional que interrumpimos, hoy ya no es capaz de generar ni la mano de obra, ni “la mente” de obra necesarios para revertir el desempleo y mucho menos para crear nuevos puestos de trabajo para altos niveles de capacitación. Si bien ninguno de los sectores tradicionales deben ser ignorados y todos pueden participar en el proceso de mejoría, sin ser el objeto de este documento, opino que Argentina debe apuntar al desarrollo de las tecnologías de punta más convenientes, para incorporarnos rápidamente a la era digital, del conocimiento que vive el mundo, donde lo tecnológico debe ser lo instrumental, que se impregna de los valores de quien lo utiliza. Para esto deberemos aplicar la mayor inteligencia a nuestro desarrollo y al bienestar individual futuro, cualquiera sea la jerarquía social porque una sociedad se desarrolla de verdad cuando todos sus miembros están en condiciones de ser protagonistas de su crecimiento.
Por eso deberemos bregar por un modelo productivo que achique los espacios de exclusión, las brechas económicas, políticas y culturales que han hecho de la Argentina de hoy, una sociedad invertebrada, desintegrada y egoísta, donde los intereses individuales y de las corporaciones privan sobre cualquier moral e interés colectivo.
Un modelo productivo de estas características no se genera espontáneamente o invocando “inversiones” (en general extranjeras) desde el discurso, apelando solo a la voluntad o interés de terceros ( multinacionales o magnates) a hacer negocios en el país para crear puestos de trabajo.
Solo se puede perfilar desde un Proyecto Nacional que conjugue las grandes ideas y lineamientos a seguir para gestar una Nación soberana, independiente y justa. Se concreta con una planificación integral realizada por el gobierno y concertada con los sectores nacionales, para establecer con claridad las áreas de interés nacional que se desean desarrollar y hacia donde dirigir la inversión y en que condiciones. Luego las políticas surgidas de esta planificación tienen que recibir un enorme impulso estatal
El Estado Nacional debe asumir el rol de promotor, impulsor, incentivador de un nuevo modelo de desarrollo industrial del país, y de manera especial promover y participar del desarrollo de: energía nuclear, industria aeroespacial, ingeniería electrónica, robótica, nanotecnologia, biotecnología, tecnología digital. Para esto tendrá que invertir fuertemente en una educación de excelencia, en investigación científica y en tecnología propia y controlar además a las universidades e institutos de tecnología aplicada (INTA por ejemplo) colocándolos al servicio del conocimiento del país y no de las corporaciones.
La principal fuente de inversión deberá ser el capital nacional constituido en buena medida,por el ahorro previsional y la renta del comercio exterior de productos primarios y en segundo termino las inversiones privadas bajo condiciones y asociaciones que proponga el Estado Nacional, que a su vez deberá manejar y direccionar el crédito y controlar estrechamente el sistema financiero.
De esta forma el impulso del Estado desarrolla y fortalece elementos que integran el poder nacional, que le permiten alcanzar un “umbral de poder” (*) necesario para ser lo suficientemente autónomo en sus decisiones.
En mi opinión este es la única senda para salir de la decadencia y superar la pobreza. El gobierno y la clase política deben darse cuenta que han llegado a una encrucijada de caminos, ante la cual deciden continuar simulando la Nación, vaciándola de contenidos con discursos hipócritas, que prometen sin comprometerse, con enunciados sin sustancia o asumen el deber de conducirnos a la realización de nuestro destino colectivo.
La otra causa que sostiene a la pobreza es la inequidad en la distribución de la riqueza (yo diría la distribución del esfuerzo nacional). El origen de esta también hay que buscarlo en el fatídico 1976, en el plan de Martínez de Hoz y los militares que al destruir la industria nacional, puestos de trabajo achicando el mercado laboral, el efecto buscado fue acotar seriamente el poder político y social de los trabajadores organizados y afectar severamente el salario que hasta hoy no se ha podido recuperar en toda su plenitud. Pruebas “al canto”, en noviembre de 1975 la clase trabajadora participaba en el 48% del PBI (en 1952 en el 54%); a finales de la dictadura, 1982, la participación de los trabajadores había caído al 22,6%. Esto significo una brutal transferencia de recursos desde los asalariados a las minorías del privilegio, especialmente al sector financiero. Esta situación de inequidad en lugar de corregirse, por diversos motivos ( entre otros porque somos un estado subordinado),se fue consolidando con pocas variantes a lo largo de la democracia hasta llegar a hoy en que la participación de la clase trabajadora es del 28,3% del PBI y el 20% mas rico de la sociedad concentra el 55% de la riqueza nacional. Todo esto en el marco de un crecimiento económico a “tasas chinas” en los últimos 7 años.
Un hecho demostrativo de la matriz de inequidad es el sistema impositivo de la Argentina, por el que pagan mas los que menos tienen; en donde el IVA (impuesto al consumo) uno de los impuestos más regresivos representa el 8% del PBI mientras que en los países que el “establhisment” económico y político nos ponen como ejemplo a seguir (EEUU, Canadá, Australia, Alemania, Japón, Suecia), no pasa del 4% del PBI y el impuesto a las ganancias que aquí representa el 4% del PBI en esos países oscila entre el 10% y el 21%.
Lo descrito me ratifica en la idea que la principal manera de redistribuir con equidad es el salario, digno y en blanco, que además le de sustentabilidad al sistema previsional. Sin embargo la dirigencia sindical y el gobierno popular no hacen justicia con el salario, al no mostrar el “atrevimiento” de ajustarlo con otras pautas que no sea solo la pauta inflacionaria, tardía y muchas veces mentirosa. La otra forma de redistribuir con equidad es un sistema impositivo más justo y racional, que contribuya además a conservar el valor real del salario.
Hace unos días la Sra. Presidente de la Nación respecto al tema decía..” el problema de la Argentina no es la pobreza sino la inequidad de la distribución “.¡ Bingo! Mire lo que descubre. No puede hacer como todos los políticos una “crónica” y el diagnostico” de una situación que lleva 30 años. Ella no fue precisamente una observadora pasiva de la vida del país, sino un sujeto político activo importante de la democracia de los últimos 15 años que poco y nada ha hecho, por la responsabilidad que tiene, para modificar la realidad que describe. Siguiendo con ese discurso expresaba…”pido a los que mas poseen tiendan una mano a los que menos tienen, pagando mas impuestos..”. Este pedido o apelación moral se entiende como parte del sermón dominical de obispos y sacerdotes a su feligresía, pero no se puede justificar en un jefe del estado, que previamente no ha tomado las medidas necesarias para corregir una flagrante situación de inequidad social de la que son protagonistas y beneficiarios los poderosos, los ricos.
Esta presidente está en condiciones de tomar algunas medidas para corregir la inequidad social que tanto la preocupa y que serian históricas para la democracia: modificar el regresivo e in equitativo sistema impositivo argentino para que quienes mas tienen mas paguen castigando severamente la evasión, gravar con impuestos la renta financiera (compraventas de acciones, fideicomisos, etc.) y derogar la ley de entidades financieras que José Alfredo Martínez de Hoz, alias “el intocable, supo “legarle” a la democracia y que ningún gobierno del “pueblo” se ha atrevido a tocar. Habría que aconsejarle a la presidente seguir una vieja y conocida máxima: ” mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”.
Para finalizar, es necesario hacer algunas consideraciones sobre la pobreza en si misma, esta enorme y desgraciada tragedia que sufren millones de argentinos, para medir las palabras, las actitudes y las acciones de los gobernantes y la clase política. La pobreza debe verse y entenderse como una “enfermedad social” que afecta seriamente las esferas biológica, psíquica y social de las personas. Es un estado que no se recorre gratuitamente, que deja fuertes secuelas y del cual a veces no se retorna. La pobreza debilita la mente y el cocimiento, sustituye la cultura por su propia cultura. Estimula la perdida de la autoestima y del respeto por las personas alentando la discriminación y la violencia. La pobreza va degradando solapadamente la dignidad de las personas porque conculca de un modo continuo y progresivo derechos ciudadanos inalienables del ser humano como : el derecho a la alimentación, el derecho a la vestimenta, el derecho a la educación, el derecho a la salud, el derecho al trabajo y a un salario digno, el derecho a una vivienda digna, el derecho a la capacitación, el derecho al descanso y al esparcimiento, el derecho a los bienes culturales ( que son un poco mas que los goles por TV), el derecho a la igualdad ante la ley, el derecho a la seguridad social. La protección y garantía del ejercicio de estos derechos por el estado y la comunidad es lo único que nos puede acercar a la verdadera justicia social, que es algo muy diferente al “asistencialismo” y la “beneficencia” que practican los gobiernos pretendiendo mitigar y contener de manera indefinida el síntoma, la pobreza, sin curar la enfermedad que la causa.
La pobreza solo puede existir por la violación permanente, flagrante e impune de los derechos “humanos” de millones de personas, por la ambición desenfrenada y compulsiva por el lucro y el enriquecimiento a toda costa y por cualquier medio que muchos practican (incluidos funcionarios públicos), como un signo de éxito social, bajo la permisividad de los gobiernos que no protegen a sus ciudadanos y en especial a los mas débiles y expuestos.
La pobreza resulta ser una condena injusta y humillante para los argentinos en un país inmensamente rico donde todo esta por hacerse por lo cual la pobreza se debe considerar un crimen de “lesa humanidad” porque destruye el capital más importante e irremplazable de la nación, su pueblo y de esto son responsables los sucesivos gobiernos y la clase política argentina.
Por eso uno se enerva y se indigna desde lo más profundo cuando observamos la banalidad, la superficialidad, el cinismo y la demagogia con que la “política” aborda el drama de la pobreza, con un “paternalismo soberbio” y “generosidad con lo ajeno” disponiendo de bienes públicos como si fueran propios repartiéndolos bajo la forma de planes sociales y dadivas clientelares, procurando comprar la dignidad de los pobres.
Actitud típica y gastada de una clase política oportunista, inepta, mendaz y cobarde, que lo único que le interesa es estar siempre en el “presupuesto”, pero que afortunadamente esta recorriendo de manera inexorable los últimos tramos de su existencia.
Córdoba 30 de agosto de 2009
De manera recurrente todos los años aparece en la agenda pública el problema de la pobreza en Argentina. Y como todos los años, dirigentes “políticos” (oficialistas y opositores) utilizan una abrumadora cantidad de palabras y torrentes de tinta para explicarnos el crimen aun impune de la pobreza en nuestro país y parecen no agotar su hipócrita capacidad de “asombro” sobre ésta.
Vuelven a aparecer los repetidos y gastados diagnósticos y argumentos de siempre; basta recordar los debates de los noventa, el “dialogo argentino” del 2002, la ley del hambre mas urgente y las decenas de planes y programas destinados a combatir el “mal” que han servido para “cambiarle” la vida a algunos vivos y muy poco para satisfacer las carencias de los pobres.
Cuando se acalle la vocingleria en torno a este tema, porque deja de interesar y es reemplazado por otro, quedaran las mismas promesas repetidas e incumplidas y el compromiso no asumido en torno a la presuntuosa idea de instalar el “combate” a la pobreza” como una “política de estado”, mientras cada día habrá mas argentinos condenados a la pobreza y la indigencia.
Eso si, como consecuencia de estos “debates” periódicos aparecen y se trataran de legitimar nuevos “programas sociales” de escaso impacto, pero con cuantiosos presupuestos de ejecución poco y nada transparente.
Este gobierno, como todos los que hemos tenido en democracia actúan del mismo modo, son cronistas de la realidad, porque carecen de la visión y el arrojo político para cambiarla erradicando este flagelo que castiga a millones de compatriotas. Esto es así porque la “clase política” argentina en los últimos treinta años ha aceptado administrar la pobreza con programas “asistencialitas”, tratando de mitigar la consecuencia procurando no ver o ignorar las causas, para evitar su responsabilidad de enfrentarlas.
Estas en mi opinión son dos. La primera es que Argentina desde hace treinta años viene achicando de manera crónica y sistemática su mercado laboral, el numero de empleos, de puestos de trabajo de calidad con salarios dignos, en relación al crecimiento vegetativo de su población. La oferta de trabajo decente no ha guardado relación con el aumento demográfico; ha sido y es menor. Es por esta razón que la tasa de desempleo a lo largo de ese periodo ha sido casi siempre de dos dígitos, a pesar de las intervenciones del estado que con planes de empleos de bajísima calidad, con “flexibilización” y “precarizacion” ha tratado de modificar los índices estadísticos. De esta forma a lo largo del tiempo millones de argentinos, varias generaciones, han sido sistemáticamente excluidos y condenados a la pobreza (esa que definen como estructural).
Pero esto no ha sido producto de la casualidad sino que el origen hay que buscarlo en el golpe militar del 76 cuyo designio profundo fue destruir la industria nacional, la organización social y política del pueblo, subordinar nuestra economía a los centros financieros mundiales a través de un enorme endeudamiento, incorporarnos a la división internacional del trabajo y por añadidura condenarnos a ser un país agrario productor y exportador de materias primas. Lo lograron con persecuciones, cárceles, torturas, asesinatos e inyectando una fenomenal dosis de miedo a la sociedad, que aun persiste.
En marzo de 1976 los índices de pobreza en el Gran Buenos Aires tenían un promedio del 5%; en el 2003 alcanzaba al 53%: actualmente no hay estadísticas gracias a un Indec “fraudulento” y nada indica que estas cifras sean menores.
Aquí hay que ubicar el origen de nuestra pobreza y decadencia. Este proceso de destrucción se había iniciado en 1955, sin poder completarse. Había que anular de manera definitiva e irreversible la pretensión de Argentina de desarrollarse como un estado nación industrial que le permitiera alcanzar un “umbral de poder”(*) suficiente para tener la autonomía nacional necesaria para producir los bienes y el capital nacional imprescindibles para promover un desarrollo humano sustentable de nuestro pueblo y su bienestar.
Ahora, no olvidemos que en los últimos 33 años ha habido 26 años de democracia en los cuales los gobiernos han tenido un común denominador: el crecimiento sostenido de una pobreza que nunca bajo de dos dígitos y todos ellos han hecho su contribución a la misma, desde la legitimación de una deuda externa agobiante que condiciona cualquier decisión soberana y la entrega del patrimonio nacional a través de privatizaciones y concesiones vergonzantes y sus consecuencias. Esta democracia conscupicente a lo largo de su “recorrido” ha consolidado y acrecentado la pobreza y la desigualdad en el país. Transformo la pobreza en una “endemia”
Nuestra clase política que disfruta de los privilegios que les otorga esta “democracia procedimental” hábilmente nos “escamotea” el debate central y estratégico. ¿Cual es modelo de país al que podemos aspirar y su modelo productivo? Nos están haciendo creer que nuestro destino excluyente es ser un país fuertemente agroindustrial y agro exportador; que esto solucionaría nuestros problemas. Falso, porque es una frazada demasiado chica para cubrirnos a todos. Debemos también evitar caer en la falsa antinomia campo versos industria, y romper un viejo paradigma (una de las tantas sonseras argentinas) que nos “atonta” y nos somete culturalmente, que no se debe financiar el desarrollo industrial del país con las rentas del agro.
Otra falsedad. Si bien los alimentos y los recursos naturales son hoy un arma estratégica en un mundo escaso de comida y energía, su producción por si sola no alcanza para promover el desarrollo humano integral de nuestro pueblo, por que no es generadora importante de mano de obra calificada. Debemos considerar a la producción agropecuaria y a los recursos naturales como un instrumento esencial para generar la renta nacional necesaria para conformar parte importante del capital nacional imprescindible para promover, impulsar nuestro desarrollo industrial y la cantidad suficiente de puestos de trabajo de calidad, que necesitamos para combatir la pobreza.
A pesar de tener industrias Argentina no es un país industrializado. Lamentablemente nos impidieron completar nuestra etapa de desarrollo industrial.. Este no alcanzo los frutos de madurez, a pesar de los impulsos industrialistas entre 1945 y 1960. Un país que hace 60 años se pensaba como un protagonista de la era industrial, que contaba con tecnología nuclear, que desarrollo un complejo militar industrial con tecnologías de punta: una industria aeroespacial con la construcción de aviones a reacción, aviones en ala delta, aviones de transporte, misiles teledirigidos, una industria naval para la construcción de buques y su equipamiento, una industria petroquímica, en un escalón tecnológico mas abajo, una industria que construía locomotoras y vagones, y un polo de industria automotriz nacional que fabricaba tractores, automóviles, vehículos utilitarios y motos; un país que con ese modelo productivo no solo generaba empleos de calidad sino que impulsaba la educación y la ciencia nacional. Ese país se malogró y hoy lo encontramos empujando un “desarrollo” económico basado en “tecnologías de punta”? como la de engordar vacas en “feet lot” (en corrales) con hormonas y antibióticos y la de alfombrar el suelo de la Argentina con soja transgenica, con saturación de agro tóxicos, para producir forraje y biocombustibles. La pretensión que la locomotora del crecimiento nacional sea un “modelo de producción biotecnológico” administrado por las corporaciones, con creciente extranjerización de la tierra y la economía, solo nos garantiza la condena a la pobreza de millones de argentinos, con la generación de empleos basura y la concentración de la riqueza en pocas manos. Por esta senda se clausura el futuro de las nuevas generaciones ( hoy 1 de cada 2 jóvenes menores de 18 años es pobre) y se frustra la realización del destino de la Nación.
Para escapar de este pantano en que nos encontramos, donde la “pobreza” es un síntoma que se “trata” con programas asistenciales, debemos lanzarnos a la búsqueda de mas y mejores empleos, con una mayor calidad y ensanchamiento de nuestra base productiva, alentando una creciente participación de bienes basados en el conocimiento y la innovación tecnológica. Para esto tenemos que retomar de manera vigorosa nuestro desarrollo industrial. Pero claro, para esto primero hace falta hace falta voluntad nacional y decisión soberana. Luego tendremos que preguntarnos ¿como y desde donde? El modelo industrial tradicional que interrumpimos, hoy ya no es capaz de generar ni la mano de obra, ni “la mente” de obra necesarios para revertir el desempleo y mucho menos para crear nuevos puestos de trabajo para altos niveles de capacitación. Si bien ninguno de los sectores tradicionales deben ser ignorados y todos pueden participar en el proceso de mejoría, sin ser el objeto de este documento, opino que Argentina debe apuntar al desarrollo de las tecnologías de punta más convenientes, para incorporarnos rápidamente a la era digital, del conocimiento que vive el mundo, donde lo tecnológico debe ser lo instrumental, que se impregna de los valores de quien lo utiliza. Para esto deberemos aplicar la mayor inteligencia a nuestro desarrollo y al bienestar individual futuro, cualquiera sea la jerarquía social porque una sociedad se desarrolla de verdad cuando todos sus miembros están en condiciones de ser protagonistas de su crecimiento.
Por eso deberemos bregar por un modelo productivo que achique los espacios de exclusión, las brechas económicas, políticas y culturales que han hecho de la Argentina de hoy, una sociedad invertebrada, desintegrada y egoísta, donde los intereses individuales y de las corporaciones privan sobre cualquier moral e interés colectivo.
Un modelo productivo de estas características no se genera espontáneamente o invocando “inversiones” (en general extranjeras) desde el discurso, apelando solo a la voluntad o interés de terceros ( multinacionales o magnates) a hacer negocios en el país para crear puestos de trabajo.
Solo se puede perfilar desde un Proyecto Nacional que conjugue las grandes ideas y lineamientos a seguir para gestar una Nación soberana, independiente y justa. Se concreta con una planificación integral realizada por el gobierno y concertada con los sectores nacionales, para establecer con claridad las áreas de interés nacional que se desean desarrollar y hacia donde dirigir la inversión y en que condiciones. Luego las políticas surgidas de esta planificación tienen que recibir un enorme impulso estatal
El Estado Nacional debe asumir el rol de promotor, impulsor, incentivador de un nuevo modelo de desarrollo industrial del país, y de manera especial promover y participar del desarrollo de: energía nuclear, industria aeroespacial, ingeniería electrónica, robótica, nanotecnologia, biotecnología, tecnología digital. Para esto tendrá que invertir fuertemente en una educación de excelencia, en investigación científica y en tecnología propia y controlar además a las universidades e institutos de tecnología aplicada (INTA por ejemplo) colocándolos al servicio del conocimiento del país y no de las corporaciones.
La principal fuente de inversión deberá ser el capital nacional constituido en buena medida,por el ahorro previsional y la renta del comercio exterior de productos primarios y en segundo termino las inversiones privadas bajo condiciones y asociaciones que proponga el Estado Nacional, que a su vez deberá manejar y direccionar el crédito y controlar estrechamente el sistema financiero.
De esta forma el impulso del Estado desarrolla y fortalece elementos que integran el poder nacional, que le permiten alcanzar un “umbral de poder” (*) necesario para ser lo suficientemente autónomo en sus decisiones.
En mi opinión este es la única senda para salir de la decadencia y superar la pobreza. El gobierno y la clase política deben darse cuenta que han llegado a una encrucijada de caminos, ante la cual deciden continuar simulando la Nación, vaciándola de contenidos con discursos hipócritas, que prometen sin comprometerse, con enunciados sin sustancia o asumen el deber de conducirnos a la realización de nuestro destino colectivo.
La otra causa que sostiene a la pobreza es la inequidad en la distribución de la riqueza (yo diría la distribución del esfuerzo nacional). El origen de esta también hay que buscarlo en el fatídico 1976, en el plan de Martínez de Hoz y los militares que al destruir la industria nacional, puestos de trabajo achicando el mercado laboral, el efecto buscado fue acotar seriamente el poder político y social de los trabajadores organizados y afectar severamente el salario que hasta hoy no se ha podido recuperar en toda su plenitud. Pruebas “al canto”, en noviembre de 1975 la clase trabajadora participaba en el 48% del PBI (en 1952 en el 54%); a finales de la dictadura, 1982, la participación de los trabajadores había caído al 22,6%. Esto significo una brutal transferencia de recursos desde los asalariados a las minorías del privilegio, especialmente al sector financiero. Esta situación de inequidad en lugar de corregirse, por diversos motivos ( entre otros porque somos un estado subordinado),se fue consolidando con pocas variantes a lo largo de la democracia hasta llegar a hoy en que la participación de la clase trabajadora es del 28,3% del PBI y el 20% mas rico de la sociedad concentra el 55% de la riqueza nacional. Todo esto en el marco de un crecimiento económico a “tasas chinas” en los últimos 7 años.
Un hecho demostrativo de la matriz de inequidad es el sistema impositivo de la Argentina, por el que pagan mas los que menos tienen; en donde el IVA (impuesto al consumo) uno de los impuestos más regresivos representa el 8% del PBI mientras que en los países que el “establhisment” económico y político nos ponen como ejemplo a seguir (EEUU, Canadá, Australia, Alemania, Japón, Suecia), no pasa del 4% del PBI y el impuesto a las ganancias que aquí representa el 4% del PBI en esos países oscila entre el 10% y el 21%.
Lo descrito me ratifica en la idea que la principal manera de redistribuir con equidad es el salario, digno y en blanco, que además le de sustentabilidad al sistema previsional. Sin embargo la dirigencia sindical y el gobierno popular no hacen justicia con el salario, al no mostrar el “atrevimiento” de ajustarlo con otras pautas que no sea solo la pauta inflacionaria, tardía y muchas veces mentirosa. La otra forma de redistribuir con equidad es un sistema impositivo más justo y racional, que contribuya además a conservar el valor real del salario.
Hace unos días la Sra. Presidente de la Nación respecto al tema decía..” el problema de la Argentina no es la pobreza sino la inequidad de la distribución “.¡ Bingo! Mire lo que descubre. No puede hacer como todos los políticos una “crónica” y el diagnostico” de una situación que lleva 30 años. Ella no fue precisamente una observadora pasiva de la vida del país, sino un sujeto político activo importante de la democracia de los últimos 15 años que poco y nada ha hecho, por la responsabilidad que tiene, para modificar la realidad que describe. Siguiendo con ese discurso expresaba…”pido a los que mas poseen tiendan una mano a los que menos tienen, pagando mas impuestos..”. Este pedido o apelación moral se entiende como parte del sermón dominical de obispos y sacerdotes a su feligresía, pero no se puede justificar en un jefe del estado, que previamente no ha tomado las medidas necesarias para corregir una flagrante situación de inequidad social de la que son protagonistas y beneficiarios los poderosos, los ricos.
Esta presidente está en condiciones de tomar algunas medidas para corregir la inequidad social que tanto la preocupa y que serian históricas para la democracia: modificar el regresivo e in equitativo sistema impositivo argentino para que quienes mas tienen mas paguen castigando severamente la evasión, gravar con impuestos la renta financiera (compraventas de acciones, fideicomisos, etc.) y derogar la ley de entidades financieras que José Alfredo Martínez de Hoz, alias “el intocable, supo “legarle” a la democracia y que ningún gobierno del “pueblo” se ha atrevido a tocar. Habría que aconsejarle a la presidente seguir una vieja y conocida máxima: ” mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”.
Para finalizar, es necesario hacer algunas consideraciones sobre la pobreza en si misma, esta enorme y desgraciada tragedia que sufren millones de argentinos, para medir las palabras, las actitudes y las acciones de los gobernantes y la clase política. La pobreza debe verse y entenderse como una “enfermedad social” que afecta seriamente las esferas biológica, psíquica y social de las personas. Es un estado que no se recorre gratuitamente, que deja fuertes secuelas y del cual a veces no se retorna. La pobreza debilita la mente y el cocimiento, sustituye la cultura por su propia cultura. Estimula la perdida de la autoestima y del respeto por las personas alentando la discriminación y la violencia. La pobreza va degradando solapadamente la dignidad de las personas porque conculca de un modo continuo y progresivo derechos ciudadanos inalienables del ser humano como : el derecho a la alimentación, el derecho a la vestimenta, el derecho a la educación, el derecho a la salud, el derecho al trabajo y a un salario digno, el derecho a una vivienda digna, el derecho a la capacitación, el derecho al descanso y al esparcimiento, el derecho a los bienes culturales ( que son un poco mas que los goles por TV), el derecho a la igualdad ante la ley, el derecho a la seguridad social. La protección y garantía del ejercicio de estos derechos por el estado y la comunidad es lo único que nos puede acercar a la verdadera justicia social, que es algo muy diferente al “asistencialismo” y la “beneficencia” que practican los gobiernos pretendiendo mitigar y contener de manera indefinida el síntoma, la pobreza, sin curar la enfermedad que la causa.
La pobreza solo puede existir por la violación permanente, flagrante e impune de los derechos “humanos” de millones de personas, por la ambición desenfrenada y compulsiva por el lucro y el enriquecimiento a toda costa y por cualquier medio que muchos practican (incluidos funcionarios públicos), como un signo de éxito social, bajo la permisividad de los gobiernos que no protegen a sus ciudadanos y en especial a los mas débiles y expuestos.
La pobreza resulta ser una condena injusta y humillante para los argentinos en un país inmensamente rico donde todo esta por hacerse por lo cual la pobreza se debe considerar un crimen de “lesa humanidad” porque destruye el capital más importante e irremplazable de la nación, su pueblo y de esto son responsables los sucesivos gobiernos y la clase política argentina.
Por eso uno se enerva y se indigna desde lo más profundo cuando observamos la banalidad, la superficialidad, el cinismo y la demagogia con que la “política” aborda el drama de la pobreza, con un “paternalismo soberbio” y “generosidad con lo ajeno” disponiendo de bienes públicos como si fueran propios repartiéndolos bajo la forma de planes sociales y dadivas clientelares, procurando comprar la dignidad de los pobres.
Actitud típica y gastada de una clase política oportunista, inepta, mendaz y cobarde, que lo único que le interesa es estar siempre en el “presupuesto”, pero que afortunadamente esta recorriendo de manera inexorable los últimos tramos de su existencia.
Córdoba 30 de agosto de 2009
Dr. Merched Antonio Mitre
(*) “Umbral de poder” es una categoría que utiliza el Dr. Marcelo Gullo en su libro “La insubordinación fundante” cuya lectura es indispensable para todo argentino y suramericano que se sienta responsable por el destino de la Patria.
(*) “Umbral de poder” es una categoría que utiliza el Dr. Marcelo Gullo en su libro “La insubordinación fundante” cuya lectura es indispensable para todo argentino y suramericano que se sienta responsable por el destino de la Patria.
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