El fantasma de la guerra infinita merodea por Sudamérica
Se debe impedir toda posibilidad de aplicación de las doctrinas de "guerra infinita" y "preventiva" en nuestro subcontinente sudamericano.
Carlos A. Pereyra Mele Analista político. Centro de Estudios Estratégicos Suramericanos (Cees)
Desde la desaparición de la Unión Soviética y su bloque, y tras el triunfo en la primera guerra del golfo en 1991, el presidente norteamericano George Bush padre anunció el Nuevo Orden Mundial. Desde ese momento, la hiperpotencia militar en que se transformó la república imperial norteamericana desarrolló una nueva forma en las relaciones internacionales que se basa en militarizar todo conflicto político. Estados Unidos, unilateralmente y sin oposición, se arrogó la potestad de ser el gran gendarme del mundo. Tras el gravísimo atentado a las Torres Gemelas del 11 de setiembre de 2001, el presidente George Bush hijo dio una vuelta de tuerca mayor a esa política de militarizar todo conflicto político, poniendo en práctica dos doctrinas. Una nueva, la de “guerra infinita”, y otra condenada por las Naciones Unidas tras la Segunda Guerra Mundial, la de “guerra preventiva”. Con esas doctrinas se inicio la invasión de Afganistán y la posterior invasión de Irak, con las consecuencias de destrucción de países enteros y sociedades enfrentadas ente sus componentes que produce una espiral de violencia también infinita. Lo que en rigor de verdad beneficia a esa especie de nuevo keynesianismo del complejo industrial militar de Estados Unidos.
La política exterior norteamericana dirigió su mayor empeño a la conquista de los recursos energéticos a nivel global y, para alcanzar ese objetivo, estableció alianzas y guerras. En ese marco global, el continente sudamericano no tenía gran prioridad. Pero una serie de cambios políticos en la región, que fueron el resultado de la aplicación de las políticas neoliberales que destruyeron sus sociedades, hicieron que éstas buscaran nuevos caminos y trataran de salir del corsé de la deuda externa y la pobreza, a la cual se los condenó a pesar de la enorme riqueza del continente. La situación propició el surgimiento de caudillismos y políticos no tradicionales. La aparición de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, quizá los más críticos del sistema, representa su versión más dura. En ese marco se produce el rechazo al plan de Washington de implementar el Área de Libre Comercio de las Américas (Alca), que fue otro traspié. Estos hechos y el incipiente modelo integrador basado en una alianza dificultosa entra Argentina y Brasil con el Mercosur, hacen que la potencia del Norte intente poner en marcha las mencionadas doctrinas de “guerra infinita” y “preventiva” en nuestra zona para garantizarse “su patio trasero”.
Colombia, país clave. Para aplicar estas dos doctrinas, cuenta con un país clave: la República de Colombia, donde implementó el llamado Plan Colombia (proyecto de neto corte militar). Este país sufre una violencia endémica desde hace alrededor de 40 años con una “narcoguerrilla”, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), que “extrañamente” no preconizan la toma del poder, característica básica de todo movimiento guerrillero. La otra parte del conflicto se constituye con la violencia estatal y la paramilitar, que también están vinculadas al negocio de las drogas, y que reciben entrenamiento de mercenarios extranjeros que funcionan con la cobertura legal de agencias de seguridad. En este marco se desarrollo un operativo militar de característica hollywoodense, con información y tecnología estadounidense para eliminar al número dos de las Farc. Para ello se recurrió a bombardear e invadir territorio de la República de Ecuador (“guerra preventiva”) con el visto bueno de la administración Bush, la cual es la principal beneficiaria de la situación planteada actualmente en la región.
¿Por qué? La acción militar unilateral y contraria al derecho internacional ,como lo es invadir y bombardear un territorio extranjero soberano, refuerza y ratifica la alianza (y su dependencia) de Bush con el presidente de Colombia, Álvaro Uribe, quien estaba jaqueado por perder poder al no negociar con la guerrilla y tener un gabinete de parapolíticos. Asimismo, saca de juego al presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, por su injerencia extracontinental en un conflicto no manejado por Estados Unidos (el guerrillero asesinado era el negociador de la liberación de la ex candidata presidencial secuestrada Ingrid Betancourt). Fundamentalmente, esta acción crea el marco propicio para eliminar o desgastar a los sectores más críticos de la política estadounidense en la región, que son el presidente de Ecuador, Rafael Correa, y el de Venezuela, Hugo Chávez, con la amenaza seria del recurso militar (“guerra infinita”).
La gravedad de la situación. No olvidemos que por más crisis económica global causada por la recesión de Estados Unidos y el empantanamiento de las guerras de Afganistán e Irak, la administración Bush mira con buenos ojos iniciar el expediente de un conflicto regional para garantizarse que su patio trasero siga bajo su control. Por ello, los gobiernos soberanos de Sudamérica deben apoyar con firmeza la actitud de la cancillería de Brasil, que por estas horas realiza las gestiones diplomáticas para desactivar la escalada entre los tres países involucrados. También es imprescindible impedir que el conflicto interno colombiano se internacionalice, trascienda sus fronteras y afecte a sus vecinos. Nunca más oportuno el momento para demostrar nuestra voluntad integracionista en el Mercosur y utilizar todas sus herramientas, tanto diplomáticas como políticas, para frenar el conflicto de los últimos días.
Esto pone sobre el tapete que es urgente y necesaria la formación de un consejo de defensa sudamericano que permita la protección de nuestros recursos. Esa es la única forma de consolidar la unión del continente y escapar de la encerrona belicista planificada por los estrategas del neoconservadurismo estadounidense.