Nos mudamos a Dossier Geopolítico

25 de septiembre de 2010

Geopolítica y Lenguaje











Lenguaje y política II

Alberto Buela (*)


Desde los griegos para acá es sabido que el lenguaje político tiene una finalidad principal: disuadir, convencer, persuadir.

Aquel que está en el uso del poder cuando habla busca, antes que nada y fundamentalmente, persuadir a sus receptores= futuros votantes, de que aquello que hace y propone es lo mejor, lo correcto, lo adecuado.


Al mismo tiempo, su discurso siempre busca mostrar un compromiso de su parte, pero de tal forma sutil, que le permita no quedar existencialmente comprometido. Alguna vez hemos sostenido que: “el discurso político de la partidocracia de nuestros días puede resumirse como: un compromiso que no compromete” [1]

Hoy que nos movemos, la mayoría de los países occidentales, dentro del régimen de las socialdemocracias, el lenguaje político se despliega en una concesión de derechos humanos infinita en donde la idea de límite es obviada totalmente. Este discurso de un prometer sin límites que “nos obliga a ser felices”, tiene por contrapartida para el hombre del pueblo el hecho bruto de una realidad cada vez más injusta y alienante. Así en la Europa socialdemócrata ese hombre de pueblo tiene cada vez menos trabajo y en Nuestra América la falta de seguridad por parte de los gobiernos hace que los criminales lo cacen a uno como moscas (los muertos recientes en México, Brasil, Argentina, Venezuela, Colombia, nos eximen de cualquier comentario).

Es que el lenguaje político del progresismo (ej. Zapatero) ha responsabilizado en el tema de la falta de trabajo, a la gran cantidad de inmigrantes llegados a Europa y el tema de la inseguridad en Iberoamérica (ej. Correa) como un tema “de la derecha”. Cuando, en realidad, los pobres son los que se quedan primero sin trabajo y los muertos americanos no son de las burguesías locales sino que pertenecen, la mayoría, al pueblo llano.

Cambio de los términos

Ya no se habla más de revolución sino de cambio. El pueblo ha pasado a ser “la gente”. En Argentina, dictadura militar reemplazó a proceso militar del 76 al 83. Los derechos humanos suplieron a los derechos ciudadanos o civiles de antaño. Compañero o amigo reemplazaron a militante o camarada. El término liberación fue reemplazado por el de bienestar, el de pobre por el de excluido. La ironía hiriente a la puteada. La expresión grupos concentrados al de imperialismo. Dentro del aspecto gestual del lenguaje ya no hay retos ni suicidios. Claro está, el honor en el dominio de la política es algo que desapareció. La invasión del mundo light y de la soft-ideología transformó los términos utilizados en el lenguaje político en meros significantes agradables al oído pero sin ningún contenido semántico. El discurso progresista tiene un solo y único temor: no aparecer antiguo y es por ello que siempre se presenta en la vanguardia.

Lenguaje y pensamiento

Hace ya muchos siglos ese gran lingüista que fue Alexander von Humbolt descubrió que los hablantes modelan la lengua y la lengua modela la mente, y así cada idioma fomenta un esquema de pensamiento y estructuras mentales propias. Es decir, que las lenguas proyectan un modelo de pensamiento. Y más acá un filósofo extraordinario como MacIntayre afirmó mucho más cuando dijo: “La semántica se está transformando en la filosofía primera… porque el vínculo entre el lenguaje y la creencia comunitaria es relativamente estrecho”.[2]

Así, el esquema de pensamiento no es lo mismo en inglés que en castellano, en alemán que en árabe o en chino que en guaraní.

Esta enseñaza liminar, olvidada en el desván de los recuerdos, nos permite detectar la colonización lingüística de nuestros intelectuales según sea su mayor aproximación y uso de lenguas extranjeras en su expresión, pero paradójicamente, no nos dice nada del lenguaje político: porque nuestros políticos a gatas si hablan la castilla.

La colonización de nuestros políticos no se produce por la lengua sino por el dinero que les permiten ganar, a título individual, los negocios con el extranjero o con los lobbies locales. Así, grandes concesiones de explotación, obras públicas, ubicación de bonos del Estado son los grandes agentes de la colonización de la política menuda, local o nacional.

¿Y el lenguaje político? Quedó reducido a un hablar por hablar sin decir que nada es verdadero o falso. Es un compromiso que no compromete. Es una infinita serie de promesas incumplidas e incumplibles. Es, en definitiva, una burla a la inteligencia media del pueblo llano.

¿Algún político nuestro, y eso que somos veintidós Estados-nación que hablamos la misma lengua, se ha ocupado alguna vez de defender la comunicación internacional en castellano? Leo con estupor en una revista especializada que “el español es el tercer o cuarto idioma más hablado del mundo” [3] cuando todo el mundo sabe que el inglés lo hablan alrededor de 450 millones de personas y el castellano unos 550 millones. Y eso sin contar como observó el mayor sociólogo brasileños, Gilberto Freyre que: “el hombre hispano comprende, por lo menos, cuatro lenguas: el castellano, el portugués, el gallego y el catalán” [4] con lo cual si sumamos hoy al mundo lusoparlante llegamos a la friolera de casi 800 millones de personas de lengua hispana. Esta masa enorme ¿no es poder?



¿Por qué esta cesión gratuita en el orden internacional a la primacía del inglés y su dominio casi absoluto en las relaciones internacionales?. ¿Por qué no postular el español como una lengua de trabajo internacional habida cuenta de la facilidad de aprendizaje que ofrece su estructura, sobre todo a partir de la terminación vocálica abierta de la mayoría de sus sustantivos? Y además por ser una lengua que carece de idiotismos, tan comunes en el francés. Por otra parte, y esto es lo que no ven los geopolitólogos franceses y sí los geopolitólogos de Itmaraty, la utilización del castellano como lengua de trabajo internacional termina fortaleciendo al francés y al resto de las lenguas romances (ej. portugués, italiano, sardo, occitano, catalán, gallego, rumano, etc.)



Encuentro dos causas que pueden explicarlo. La primera es interna y se encuentra en la falencia de nuestros políticos hispanoamericanos por la falta de preferencia de ellos mismos, su mundo cultural y la expresión de esta ecúmene. Hasta tanto no nos prefiramos a nosotros mismos, nuestros representantes van a seguir imitando y como un espejo opaco, van a imitar pero mal. Conozco un solo caso argentino en política internacional que fue el del presidente Roque Sáenz Peña, quien sabiendo perfectamente inglés, en el congreso panamericano de Washington se hacía traducir pues afirmaba: Tengo el sentimiento y el amor de mi raza, quiero y respeto como propias sus glorias en la guerra y sus nobles conquistas en la paz.



La segunda de la causas es que la lengua es un lugar de poder y el poder de un idioma depende del poder que tienen aquellos que lo hablan. Y hoy los políticos hispanoamericanos no tienen ningún poder. Es decir, hacen política a nivel nacional y no poseen ninguna política a nivel internacional.



En estos últimos años en América del Sur han creado la Comunidad Suramericana de Naciones y la Unasur (Unión de Naciones de América del Sur) y lo primero que hicieron fue invitar a Inglaterra y Holanda (a través de Guyana y Surinam) a integrar su comisión directiva, con lo cual algo que podría llegar a tener, a partir de una comunidad lingüística, aunque más no sea, un peso relativo en la política internacional, se transformó en una experiencia frustrada más de las tantas que se han intentado desde esta esquina del mundo.



Observamos el esfuerzo que está haciendo el gobierno brasileño donde todo su funcionariado habla cómodamente castellano, que no es en Brasil ni en las universidades brasileñas considerado un idioma extranjero, por aquello que afirmara don Gilberto Freyre, pero no vemos de parte del mundo político de lengua española ningún esfuerzo, proyecto o iniciativa que vaya en igual sentido. México se conforma con la explosión demográfica expulsando mejicanos hacia los Estados Unidos. La dirigencia colombiana y centroamericana adoptó el inglés en su uso internacional, mientras que Argentina y Chile con el cuerpo diplomático que tienen actualmente, y si seguimos así, van a terminar adoptándola también.
(*) alberto.buela@gmail.com




[1] Buela, Alberto: Ensayos de Disenso, Ec. Nueva República, Barcelona, p. 102

[2] MacIntayre, Alasdair: Justicia y racionalidad, Ed. Internacionales Universitarias, Barcelona, 1994, p. 356

[3] Sberro, Stéfhan: El español dentro del TLCN, en Estudios-México, Nº 94, otoño 2010

[4] Freyre, Gilberto: A propósito del hombre hispano y su cultura, Cuadernos del Ateneo, Bs.As, 1969

24 de septiembre de 2010

Disertación en la Ciudad Monte Maíz













Foto: 1.-Salón de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Monte Maíz. La disertación fue organizada por la Dirección de Cultura y el Instituto Superior del Profesorado de Monte Maíz. Y auspiciado por la Secretaria de Cultura de la Provincia de Córdoba, miércoles 22 de septiembre de 2010



Foto: 2.-El Director de Cultura del Municipio Prof. Abel Paoloni, da la bienvenida al público que asistirá a la disertación junto con los alumnos del Profesorado y de Colegios públicos de la localidad. Es de destacar la presencia de las autoridades del municipio encabezados por el Intendente y el Secretario de Gobierno de Monte Maíz.



Foto: 3.-Lic. Carlos Pereyra Mele Disertando Tema: "de un centenario a otro" 1910 - 2010. El evento fue difundido por el "Multimedios Maldoni" que posee una FM y un canal de circuito cerrado de TV para la zona


































19 de septiembre de 2010

¿Porque el 20 de Noviembre es el “Día de la Soberanía Nacional”?



Vuelta de Obligado “es la epopeya más silenciada de la historia oficial”



En estos días he podido comprobar el desconocimiento de nuestra verdadera Historia Nacional (lo cual no es casual), muy particularmente con la recuperación del feriado del 20 de Noviembre "Día de la Soberanía Nacional" fecha instituida por el Gobierno del Presidente Juan Domingo Perón y luego retirado por los golpistas y terroristas del 55. (Hace 55 años).



Por ello y como una gran cantidad de profesores, amigos y estudiantes desconocen este acontecimiento, de cuando las fuerzas unidas de las dos mayores potencias planetarias del siglo XIX (Francia e Inglaterra, mas mercenarios como el Sr. garibalidi), intentaron invadir y disolver a la Argentina; por ello acompaño una síntesis de los hechos heroicos del Pueblo Argentino frente a la agresión y la calidad de sus dirigentes en enfrentar y derrotar a los mismos y principalmente el del brigadier General Juan Manuel de Rosas, y anexando la opinión de la prensa estadounidense, Europea e Iberoamericana, sobre Argentina y Rosas.



Se trató, nada menos, que la Argentina que en 1845 obligó a capitular a las dos potencias más grandes del mundo en ese momento, Inglaterra y Francia. “¿Por qué es un hecho tan oculto? Porque los que escribieron la historia, que es la oligarquía porteña, los unitarios, estuvieron a favor de la invasión extranjera y varios de ellos estuvieron en esos grandes barcos” CPM




El 13 de enero de 1845 en París, noche nevosa según el testimonio de uno de los presentes. François Guizot, primer ministro de Luis Felipe, rey de los franceses, reúne a cenar en el Ministerio de Relaciones Exteriores a los técnicos del Plata que se encontraban en la capital de Francia. De dicho ágape surgirá la intervención armada anglofrancesa, y su posible colaboración brasileña en los asuntos internos de las repúblicas sudamericanas.



Concurren el embajador de Inglaterra Lord Cowley, sir George Ouseley, que partiría al Plata llevando la intimación a Rosas, Mr, De Lurde hasta entonces Encargado de Negocios francés en Buenos Aires, el almirante Mackau ministro de Marina, y que conociera a Rosas en 1840 cuando fue a llevarle la paz por instrucciones de Thiers, Mr. Desages director general del Ministerio, y el vizconde de Abrantés en misión especial de Brasil para acoplarse a la proyectada expedición. Allí se arreglará la intervención en definitiva y la posible participación de Brasil.



Muy a la francesa se discutirá la acción en la sobremesa. Y al servirse el café y el coñac, Guizot abre el debate sobre el interrogante ¿Qué propósito y qué medios dar a la intervención? Abrantés no se anima a postular "la causa de la civilización" después de lo ocurrido con Aberdeen.



Las Tablas de Sangre podían ser útiles para impresionar al gran público, pero evidentemente no producían efecto en los políticos.



Sin embargo, todos son partidarios de pretextar ostensiblemente la "causa de la civilización", pero agregándole las "necesidades de las naciones comerciales", la "independencia de Uruguay, Paraguay y Entre Ríos" que había que preservar de la Confederación Argentina, y la "libre navegación de los ríos" argentinos, orientales, paraguayos y entrerrianos.



En cuanto a Rosas... Mackau, que lo ha conocido en 1840 hace su elogio: es un patriota insobornable, un político hábil, un gobernante de gran energía y un hombre muy querido por los suyos.



Desde luego, es un obstáculo para los planes de la intervención y costaría llevarlo por delante; aunque contra las escuadras combinadas nada podría hacer. De Lurde, que también lo ha conocido en Buenos Aires, se desata en elogios para Rosas: su gobierno ha impuesto el orden donde antes imperaba el desorden; tal vez los argentinos se hubieran acostumbrado a obedecer a una autoridad y pudiera reemplazárselo por otro gobernante más amigo de los europeos, pero la cuestión es que Rosas no cedería a una intervención armada: "se refugiaría en la pampa y desde allí hostilizaría a los puertos".



A su juicio la intervención irá a un completo fracaso; mejor era dejar las cosas como estaban y tratar con Rosas de igual a igual "sacándole los beneficios comerciales posibles".



Abrantés está de acuerdo, en parte, con De Lurde. Pero no cree que la intervención iría a un completo fracaso. Combinadas Inglaterra, Francia y Brasil, su fuerza sería irresistible; a Rosas podría perseguírselo hasta el fondo de la pampa. Pero, eso sí, deberían emplearse todos los medios para obtener el triunfo.



En caso de no emplearse medios eficaces (expedición marítima y fuerzas de desembarco en número aplastante), mejor era olvidarse de una intervención y "no exponerse a la irritación de un hombre como Rosas".



Ouseley trae le palabra de Inglaterra. Nada de expediciones de desembarco que por dos veces habían fracasado en Buenos Aires (1806 y 1807).



Lo que se buscaba era otra, cosa, para lo cual el gobernante argentino carecía de fuerza para oponerse: una gran expedición naval que levantara el sitio de Montevideo, tomara posesión de los ríos, y gestionara y mantuviera la independencia del Uruguay, Entre Ríos y Paraguay..



De Montevideo se haría una factoría para las grandes naciones comerciales; de común acuerdo entre las nacionales comerciales y Brasil, se fijarían los límites de los nuevos Estados del Plata. Buenos tratados de comercio, alianza y navegación los unirían con las naciones comerciales.



Abrantés se desconcierta ante esa repetición de "las naciones comerciales" que parecerían excluir a Brasil, y pregunta cuál sería la, participación del Imperio en la empresa. "El ejército brasileño operaría por tierra concluyendo con Oribe".



Abrantés protesta, pues eso sería "recibir solo la animosidad de Rosas, pues las fuerzas de Rosas se manifestarían por tierra, si los tres aliados participaban en común, también en común deberían emplearse".



Cowley corta: Inglaterra no enviará expediciones terrestres.



Mackau no quiere la participación de Brasil "que complicaría la cuestión". Ouseley añade que por una fuerte expedición naval podrían cumplirse los objetivos de la intervención: en cuanto a Rosas y su Confederación Argentina, aislados al occidente del Paraná, no podrían oponerse a lo que se hiciera a oriente de este río.



Guizot resume las opiniones como final del debate.



Se emplearían "solamente medios marítimos", a no ser que Brasil quisiera, usar su ejército de tierra; la acción naval sería suficientemente poderosa para hacer a los aliados dueños de los ríos, del Estado Oriental, de la Mesopotamia y del Paraguay, cuya "independencia se garantizaría".



Estos Estados se unirían con sólidos lazos comerciales y de alianza con los interventores.



Brasil se retira



Abrantés informa esa noche a su gobierno. Ha comprendido que muy diplomáticamente no se quiere la participación brasileña.



No solamente Aberdeen le ha exigido la renovación de los leoninos tratados de alianza y de tráfico de esclavatura como previos a la alianza, sino Brasil no obtendría objetivo alguno en la intervención.



Todo sería para las naciones comerciales; que fijarían los límites de los nuevos Estados con el Imperio (desde luego, en perjuicio del Imperio), y serían las solas dueñas de las nuevas repúblicas. Brasil vería cortarse para siempre su clásica política de expansión hacia el sur.



Además, dejarle la exclusividad de las operaciones terrestres contra Rosas era una manera de obtener el retiro del Imperio, pues Brasil no tomaría exclusivamente semejante responsabilidad. Y dando por terminada su misión se retira de París.



Empieza la Intervención



Gore Ouseley, portando el ultimátum previo a la intervención, viajó a Buenos Aires. Exigió el retiro de las tropas argentinas sitiadoras de Montevideo, juntamente con las orientales de Oribe y el levantamiento del bloqueo que el almirante Brown hacía de este puerto.



Se descartaba su rechazo por Rosas. Poco después llegaba el barón Deffaudis con idéntico propósito en nombre de Francia.



Mientras Rosas debate con los diplomáticos el derecho de toda nación, cualquiera fuere su poder o su tamaño para dirigir su política internacional sin tutela foráneas, se presentaron en Montevideo las escuadras de Inglaterra y Francia comandadas respectivamente por los almirantes Inglefield y Lainé.



Pendientes aún las negociaciones en Buenos Aires, ambos almirantes se apoderaron de los buquecillos argentinos de Brown que bloqueaban Montevideo, arrojaron al agua, la bandera Argentina y colocaron al tope de ellos la del corsario Garibaldi.



Ante ese hecho – ocurrido el 2 de agosto de 1845 – Rosas elevó los antecedentes a la Legislatura, que lo autorizó "para resistir la intervención y salvar la integridad de la patria". Ouseley y Deffaudis recibieron pasaportes para salir de Buenos Aires. La guerra había empezado.





Obligado (20 de noviembre de 1845)



El 30 de agosto la escuadra aliada íntima rendición a Colonia, que al no ser acatada es desmoronada a cañonazos al día siguiente. Garibaldi, con los barcos argentinos, de los que ahora es dueño, participa en este acto y se destaca en el asalto que siguió.



El 5 de setiembre los almirantes se apoderan de Martín García: Garibaldi, con sus propias manos – que más tarde serían esculpidas en bronce en una plaza de Buenos Aires –, arrió la bandera argentina.




De allí la escuadra se divide. Los anglofranceses remontan el Paraná, mientras Garibaldi toma por el Uruguay y sus afluentes: el corsario se apodera y saquea Gualeguaychú, Salto, Concordia y otros puntos indefensos, regresando a Montevideo con un enorme botín de guerra.



Mientras tanto los Almirantes Hontham y Trehouart navegan el Paraná en demostración de soberanía, y para abrir comunicaciones con su ejército "auxiliar" que, al mando del general Paz, obraba en Corrientes.




Pero el 20 de noviembre, al doblar el recodo de Obligado, encuentran una gruesa cadena sostenida por pontones que cerraban el río, al mismo tiempo que baterías de tierra iniciaban el fuego.



Es el general Mansilla, que por órdenes de Rosas ha fortificado la Vuelta de Obligado y hará pagar caro su cruce a los interventores.



Al divisar los buques extranjeros ha hecho cantar el Himno Nacional a sus tropas y abierto el fuego con sus baterías costeras. Llueven sobre la escasa guarnición Argentina los proyectiles de los grandes cañones de marina europeos.



Siete horas duró el combate, el más heroico de nuestra historia (de las 10 de la mañana a las 5 de la tarde). No se venció, no se podía vencer.



Simplemente, quiso darse a los interventores una serena lección de coraje criollo. Se resistió mientras hubo vidas y municiones, pero la enorme superioridad enemiga alcanzó a cortar la cadena y poner fuera de combate las baterías.



Bizarro hecho de armas, lo califica el Almirante Inglefield en su parte, desgraciadamente acompañado por mucha pérdida de vidas de nuestros marinos y desperfectos irreparables en los navíos.



Tantas pérdidas han sido debidas "a la obstinación del enemigo", dice el bravo almirante.



¿Se ha triunfado? La escuadra, diezmada y en malas condiciones, llega a Corrientes, y de allí intenta el regreso.




En el Quebracho, cerca de San Lorenzo, (4 de Junio de 1846 – 7 meses después de guerra de guerrilla y combates contra los invasores) vuelve a esperarla Mansilla con nuevas baterías aportadas por Rosas. Otra vez un combate, otra vez "una victoria" – el paso fue forzado – con ingentes pérdidas.



Desde allí los almirantes resuelven encerrarse en Montevideo; transitar el Paraná es muy peligroso y muy costoso.



Se deshace el proyecto de independizar la Mesopotamia (gestionado por los interventores en el tratado de Alcarás porque Urquiza ya no se sintió seguro. Se deshace la intervención.



Poco después – 13 de julio de 1846 – Samuel Tomás Hood, con plenos poderes de Inglaterra y Francia, presenta humildemente ante Rosas el "más honorable retiro posible de la intervención conjunta". Que Rosas lo haría pagar en jugoso precio de laureles.



Consecuencias de la Guerra:



El Brigadier Juan Manuel de Rosas, defiende la Soberanía Nacional ante la ambición desmedida de los Gobiernos de Gran Bretaña, de Francia y del Imperio de Brasil.



Se opone e impide con las fuerzas que dispone, que las potencias realicen la "libre navegación" de los ríos interiores de la Confederación Argentina. Que las Grandes Naciones no puedan comerciar libremente con las Provincias Mesopotámicas, sin pagar impuestos ni hacer Aduana.



Hasta Caseros, la Confederación Argentina, no reconoció la Independencia del Uruguay y del Paraguay, la incorporación de las Misiones Orientales al Imperio del Brasil y la anexión del Brasil de grandes extensiones de territorio del Norte de Uruguay. ( ex -Misiones Jesuíticas gobernadas desde Buenos Aires antes y durante el Virreinato del Río de la Plata – "Los 30 Pueblos Jesuitas" - )



Finaliza el proyecto "secreto" de independizar la Mesopotamia (gestionado por los interventores de Francia e Inglaterra en el "Tratado de Alcarás", y firmado entre Urquiza y las Provincias mesopotámicas con acuerdo con los Jefes unitarios exiliados en el Uruguay y Brasil.)


- El fin del Bloqueo Naval de Francia e Inglaterra a los puertos argentinos.


- Devolver la Flota Argentina capturada.


- Devolver la Isla Martín García.


- Saludar la Bandera Argentina con 21 cañonazos, por parte de cada una de las Flotas intervinientes.


- Reconocer la Soberanía Argentina y la NO navegación de los ríos interiores.



Es el momento del máximo poder interno y de la admiración de los pueblos de América y de Europa, hacia el Brigadier General don Juan Manuel de Rosas.


Por eso el 20 de noviembre, aniversario del combate de Obligado, es para los argentinos el Día de la Soberanía



Los enfrentamientos de la Confederación Argentina en la Prensa Foránea



La lucha de una pequeña nación frente a dos potencias no es un acontecimiento que pase inadvertido para la prensa internacional del momento. Inglaterra y Francia no se venían con chiquitas. No dudaban implantar su dominación política, territorial y económica.




Antes de la Batalla



El 5 de agosto de 1845, dice "The New York Sun" de Estados Unidos : “...nos es grato ver al gobierno argentino firme en su determinación en defender la integridad de la unión. La rebelión del Uruguay fue puesta en pie por la Francia, con la esperanza de obtener dominio en aquel país o de extender los dominios del príncipe de Joinville, hermano político del emperador del Brasil. La sumisión a esa vil alianza de Guizot, sería la señal de una repartición de la República Argentina entre las potencias. Pero nuestra confianza en el general Rosas y su administración, no nos deja qué temer a este respecto”. 4


El 7 de septiembre de 1845, el estadounidense "New York Herald" manifiesta: "...Esta injusta intervención revela el deseo de introducirse en el hemisferio occidental y mantenerse en actitud de aprovechar cualquier punto débil que les quede expuesto... el general Rosas se le opone enérgicamente... La gran lucha entre el antiguo régimen y la joven democracia, está próximo a estallar..." 5


En el Brasil, el diario "El Grito del Amazonas" del 9 de agosto de 1845 observa: "¡nos llamaran rosistas! ¡Somos americanos! Todo el Río de la Plata y sus tributarios sólo por un milagro dejarán de ser surcados por los galos británicos. Vosotros, argentinos, acabad con honor. No retrocedáis delante de los que, amenazándoos hoy con bombardeos porque os suponen débiles, se olvidan de las humillaciones de Whitelocke y del tratado de Mackau". 6


El 19 de agosto de 1845, "O Brasil" de Río de Janeiro exclamó: "...El cañón europeo va a decidir en el Río de la Plata los más caros intereses de Sur América. Y a las barbas del Brasil van dos potencias extranjeras a establecer el principio de la intervención armada en desavenencias que no les conciernen...". 7


También, el brasileño "O Sentinella da Monarchia" del 20 de agosto de 1845, apoya a nuestros valientes: "¡Ea! ¡Honor a los héroes que no se amedrentan con las bravatas del león! Su causa es justa y sagrada. Dios la ha de proteger, y después de Dios, el valor de los corazones libres" 8


"El Tiempo" de Santiago de Chile, del 15 de agosto de 1845, vocifera: "...La degradación de los pueblos americanos, los unos respecto de los otros y de todos respecto de Europa: tal es el resultado que producirá la intervención europea en los negocios internacionales de América.... una reprobación unánime debe desacreditarla y trabar su ejercicio". 9




Después de la Batalla



El 20 de noviembre de 1845,” La Gazeta Mercantil informa:"...El territorio argentino ha sido atacado por las fuerzas anglo-francesas sobre las márgenes del Paraná. La poderosa artillería de las escuadras combinadas ha destruido en ocho horas consecutivas de vivo fuego, nuestras baterías servidas por artilleros y soldados improvisados cuyo valor heroico no han podido abatir los invasores a pesar de la inmensa ventaja de sus fuerzas... La sangre que tan copiosamente ha corrido es responsabilidad enteramente de los ministros de Inglaterra y Francia... Que vaya a ellos, este anatema de la justicia y la humanidad...". 10


Dice Jorge O. Sulé que “otros medios periodísticos se agregaron a la protesta: Saldías en su ‘Historia de la Confederación Argentina’ los exhuma a todos: entre otros se encuentran el ‘The Salem Register’ y ‘The Advertiser’, ambos de Estados Unidos y hasta en la misma ciudad de Londres se registra una severa crítica a la intervención armada en ‘The Morning Chronicle’". 11


En Estados Unidos de Norteamérica el "The Journal of Commerce", de Nueva York, en su edición del 27 de noviembre de 1845 y en una nota editorial, después de denunciar la provocación intervencionista de Defaudis y Ouseley (Francia e Inglaterra respectivamente) en el Río de la Plata, pronosticó que no triunfarían porque "...como Inglaterra lo sabe desde 1807 y 1808, la Argentina es inconquistable, mucho menos ahora que la dirige el hombre más firme y resuelto que produjo la América del sur..." . 12 Asimismo, la misma publicación resalta: “No somos panegiristas del gobernador Rosas, pero deseamos que nuestros compatriotas conozcan su verdadero carácter, como lo describen Ridgley, Morris y Turner y todo ciudadanos de los Estados Unidos que haya visitado Buenos Aires. Verdaderamente él es un gran hombre y en sus manos ese país es la segunda república de América” 13


El 13 de diciembre de 1845, el "O Brado de Amazonas" de Río de Janeiro enuncia: "Triunfe la Confederación Argentina o acabe con honor, Rosas a pesar del epíteto de déspota con que lo difaman, será reputado en la posteridad como el único jefe americano del sur que ha resistido intrépido las violencias y agresiones de las dos naciones más poderosas del viejo mundo". 14


Cuatro días después, "O Sentinella da Monarchia", también del Brasil, consigna: "Sean cuales fueran las faltas de este hombre extraordinario, nadie ve en el sino al ilustre defensor de la causa americana, el grande hombre de América, sea que triunfe o que sucumba...".15


Es obvio que los unitarios exiliados en el Uruguay no apoyaron la defensa de la Confederación. En la misma línea, se ubican desde Chile : "El Mercurio" y "Crónica", de Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento, respectivamente. 16 El apoyo a la Confederación es tal que el general Pinto, ex presidente de Chile, en carta al embajador argentino en Santiago le manifiesta: "Seguimos con el más profundo interés las aventuras de la guerra contra Buenos Aires, porque esperamos que tarde o temprano se aplicarán a todos los Estados de América los mismos principios que ha invocado la intervención para crearse gobiernos esclavos que pongan al país a merced de Inglaterra y Francia. Así es que todos los chilenos nos avergonzamos que haya en Chile dos periódicos que defiendan la legalidad de la traición a su país y Usted sabe quiénes son sus redactores". 17


Posteriormente, un Alberdi más nacional destacó: “Hoy, más que nunca, el que ha nacido en el hermoso país situado entre la Cordillera de los Andes y el Río de la Plata, tiene derecho a exclamar con orgullo: soy argentino. Rosas no es un simple tirano a mis ojos. Si en su mano hay una vara sangrienta de fierro, también veo en su cabeza la escarapela de Belgrano”. 18 Y un Sarmiento, aún europeísta, reconoce que a Rosas “debe la República Argentina en estos últimos años haber llenado de su nombre, de sus luchas y de la discusión de sus intereses el mundo civilizado y puéstola más en contacto con Europa”. 19



Fuentes:


José María Rosa


Pacho O’Donnell


http://www.lagazeta.com.ar/


Sulé O. Jorge. Las repercusiones internacionales de la batalla de Obligado. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Nro. 44. Buenos Aires. 1996. p. 54.


5. Ibid. p.54.


6. Ibid. p.55.


7. Ibid. p.55.


8. Ibid. p.55.


9. Ibid. p.55.


10. Ibid. p.55.


11.Ibid. p.55.


12. Ibid.p.56.


13.Ezcurra Medrano Alberto. La Vuelta de Obligado. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Nro. 41. Buenos Aires. 1995. p.107.


14.Sulé O. Jorge. Op. cit.p.56.


15.Ibid. p.56.


16.Ibid. p.56.


17.Ezcurra Medrano Alberto. Op.cit. p. 107.


18.Ibid. p.108.


19. Ibid. 108.


http://www.revisionistas.com.ar/?p=3781



http://patricios-vuelta-obligado.blogspot.com/2009/11/dia-de-la-soberania-combate-de-la.html




18 de septiembre de 2010

La Nación en armas



La geopolítica nacional del ejército roquista, para situarla en un ilustrativo período histórico, sigue bajo los sloganes de una de las más perdurable de las zonceras argentinas: “el mal que nos aqueja es la extensión”, zoncera que ahora en manos de progresistas se impone con el estigma demonizador y oscurantista de genocida a la campaña que permitió incorporar a la Patagonia definitivamente a la Argentina. CPM




LA DISPUTA POR LA PATAGONIA



Por Miguel A. Scenna



Arturo Jauretche (1901-1974) fue quien sistematizó en su libro Ejército y política la tensión fundamental de la política argentina, partiendo de la oposición entre los términos Patria Grande y Patria Chica. “La política del espacio, es decir, la preocupación de las fronteras, es la condición primaria de una Política Nacional”, escribió.



Así, también, en perspectiva histórica señalaba: “Mientras Brasil puso su acento en la extensión, al igual que los hombres de nuestra Patria Grande, la Patria Chica se llamó progresista y puso su acento en la profundidad haciendo predominar la idea del progreso acelerado sobre la extensión”.



Un buen ejemplo es el de Faustino Sarmiento (1811-1888), paladín de la “corrección política” a pesar de su gestualidad inconforme, quien aportó su formidable pluma al progresismo de Patria Chica, en el momento en que Ejército Nacional, fundado por Julio Roca (1843-1914), se aprestaba a emprender la más importante política de fronteras de la historia argentina.



Hoy no estamos tan lejos. El actual afianzamiento de la discursividad indigenista —siempre funcional a las narrativas sociales disgregadoras— promueve la execración de aquella campaña que, en un momento estratégicamente fundamental, incorporó la Patagonia a la soberanía nacional.



Como un aporte a esta discusión, vamos a publicar una serie de escritos dedicados a los motivos, circunstancias y contextos de aquel período crucial.



Argentina — Chile: una frontera caliente de Miguel Angel Scenna (1924-1981), tratando de ubicar la interpretación de la campaña roquista en un marco más amplio del que ofrecen los viejos y nuevos “progresistas”.




Desde principios de la década, Chile se armaba aceleradamente, hasta llegar a contar con los más modernos equipos bélicos de Sudamérica. Súmese a ello un ejército aguerrido, una situación económica más brillante que las de sus vecinos y una conducción nacionalista e imperial de su política externa (...).



Chile estaba decidido a la expansión territorial, y ya conocemos los dos campos que tenía en vista: la zona boliviana de Atacama y la Patagonia argentina.



La guerra era inevitable con uno u otro, y en 1879 pesó más la región norteña, donde los acontecimientos se precipitaron. Hacía años que Chile preparaba pacientemente el golpe, favorecido por la desidia con que el gobierno boliviano mantenía en el abandono esa región desértica, pero de apreciable riqueza minera, al sur de la cual corría el difuso e impreciso límite internacional. El descubrimiento de guano, salitre y nitrato de soda, en la zona, atrajo de inmediato el interés chileno, iniciándose una doble vía de infiltración: por un lado una creciente emigración de obreros y braceros chilenos hacia el desierto de Atacama; por el otro, la inversión de cuantiosos capitales de la misma nacionalidad para la explotación de las riquezas.



Bolivia, hundida en el pantano de una interminable anarquía, protestó en varias oportunidades por los avances chilenos, pero la situación política interna le impidió encarar las cosas de manera eficiente, y la penetración continuó sin inconvenientes. Cuando se quisieron acordar, en Atacama había más chilenos que bolivianos.



A su vez, como las condiciones mineras favorables se extendían hasta territorio peruano, hacia allí comenzó a dirigirse la mirada chilena. Este enfoque invocó un acercamiento entre Lima y La Paz, y el gobierno boliviano sugirió al presidente Faustino Sarmiento la posibilidad de una alianza argentino-boliviana, verdadero huevo de Colón para neutralizar la amenaza chilena, y cuyo premio para Argentina, además de espantar los fantasmas del sur, sería la restitución de Tarija. Parece mentira, pero las negociaciones no prosperaron. Da la impresión de que en Buenos Aires no se había comprendido cabalmente que nuestros aliados naturales eran aquellas repúblicas norteñas.



En 1873 Bolivia y Perú firmaron un tratado que mantuvieron en secreto, con fines a la común defensa. La situación de Atacama, con una mayoría chilena no integrada, dueña del capital y del trabajo, debía desembocar en la guerra. Un impuesto decretado por el gobierno de La Paz y la posterior confiscación de una compañía chilena que se negó a pagarlo, conformaron el casus belli.



El 8 de febrero de 1879 Chile elevó un ultimátum a La Paz, y sin esperar la respuesta, sus fuerzas armadas invadieron Bolivia y tomaron el día 12 la ciudad de Antofagasta. Rápidamente completaron la ocupación de Atacama, sin previa declaración de guerra.



Téngase en cuenta que en aquellos tiempos se respetaba la formalidad de la previa declaración antes de iniciar operaciones. El hecho de empezar y terminar las guerras sin molestarse en declararlas es cosa de nuestros días. A principios de este siglo, Japón fue violentamente criticado por atacar a Rusia sin previo aviso (lo mismo haría en la década del treinta con China y en 1941 con Estados Unidos), pero ya Chile había empleado el procedimiento en 1879, logrando con ese golpe fulminante ganar la región en litigio y colocarse de entrada en situación ventajosa.



Alegando el tratado secreto entre Bolivia y Perú, también embistió a esta república. El 2 de abril el Congreso chileno autorizaba a declarar la guerra a ambos países. Las operaciones ya llevaban dos meses de desarrollo.



La oportunidad perdida



La iniciación de la Guerra del Pacífico aconsejó al gobierno del presidente Aníbal Pinto paliar el conflicto con Argentina, para ganar su neutralidad. La república trasandina se las podía ver victoriosamente con Perú y Bolivia juntas, ya que ninguna de ellas podía contender entonces con Chile, ni política, ni social, ni económica, ni militarmente. Pero si se sumaba Argentina las cosas podrían ser no tan seguras. Claro que apenas tenía flota, pero el ejército, numeroso y aguerrido, estaba recibiendo armas modernas. Además, la lógica enseña que no deben emprenderse guerras en dos frentes.



(…) Lo cierto es que la Casa Rosada ya había resuelto desentenderse del asunto, en medio de una situación política interna cada vez más grave, que amenazaba convertir en guerra civil la sucesión presidencial de Nicolás Avellaneda. Ello a pesar de la fuerte presión interna y externa que pesaba sobre la Casa Rosada. Bolivia y Perú descontaban la intervención argentina y nada olvidaron para producirla, desde la devolución de Tarija hasta la entrega de una buena parte del Chaco y una salida al Pacífico para nuestro país.



En lo interno, era abrumadora la simpatía popular hacia los países norteños y desde muchos núcleos influyentes se reclamaba la entrada en guerra para ayudarlos. El espíritu belicoso llegó a tal extremo que pudo haber arrastrado a otro gobierno, pero se estrelló contra la firme decisión de Avellaneda de mantener la neutralidad, si bien ésta jamás fue expresamente declarada.



No les faltaba razón a los críticos. La Argentina no podía desentenderse de los acontecimientos que ocurrían en el Pacífico, facilitando con su quietud la ruptura del equilibrio internacional en favor de Chile, nuestro eventual enemigo, y para quien éramos la siguiente víctima. La única explicación coherente de esta actitud es que la Casa Rosada pensaba aprovechar el conflicto para presionar sobre Chile y lograr una solución favorable en el sur. Veremos que tampoco había nada de eso. Los problemas internos, una vez más, habían obnubilado irremediablemente a nuestros dirigentes. (…)



El camino de los chilenos



Era inútil seguir manteniendo pujas diplomáticas si no se ocupaba real y efectivamente el inmenso territorio vacío del sur. Desde que, más de cuarenta años atrás, Juan Manuel de Rosas ocupara la línea del río Negro mandando una avanzada hasta Valcheta, la frontera interna con el indio había retrocedido de manera alarmante, hasta llegar al centro actual de la provincia de Buenos Aires. Teóricamente, aquel desierto estaba bajo jurisdicción argentina, pero en la realidad los únicos dueños eran las tribus indígenas que lo recorrían y que cada tanto se arrojaban en malones sobre las poblaciones. Algunos caciques —entre ellos Calfucurá, que había nacido del lado chileno de la cordillera— se decían argentinos, pero más valía no confiar demasiado en este tipo de soberanía por delegación, que podía cambiar de beneficiario en el momento menos pensado. Sobre todo cuando muchos chilenos —algunos muy influyentes— se dedicaban a mimar a los salvajes para atraerlos hacia su nacionalidad y ponerlos al servicio de ella.



Hubo una verdadera organización chilena que lucró largamente con la hacienda robada en campos bonaerenses. Los malones arrasaban las estancias pampeanas y se llevaban el ganado tierra adentro. La senda que seguían hacia el oeste era conocida de mucho tiempo atrás como Camino de los Chilenos. Pasaba cerca de Olavarría y luego desviaba hacia el río Colorado, lo atravesaba, bordeaba el río Negro y siempre hacia la cordillera, llegaban a la actual provincia de Neuquén, atravesaban los pasos y entraban en Chile, donde los animales eran vendidos a los hacendados trasandinos. Naturalmente, éstos sabían que, estaban mercando con ganado robado, pero los pingües negocios que redondeaban no les permitían detenerse en escrúpulos. La organización se perfeccionó con los años y de ese modo la hacienda argentina, al llegar a los ricos pastos de los valles neuquinos, era sometida a un proceso de engorde, previo a la venta en Chile. Tan importante llegó a ser este tráfico ilegal, que según afirma Gregorio Álvarez, "su comercio alcanzaba tal volumen que regulaba el precio de la hacienda en todo el continente". ¡Nada menos!



Ante tamaña succión de la riqueza argentina, que incidía de manera letal sobre una economía sacudida ya por una severa crisis, siendo canciller Bernardo de Irigoyen solicitó a La Moneda que vigilara la salida de hacienda en su territorio. La respuesta que recibió fue altamente pintoresca, pues se rechazó el pedido alegando que la Constitución trasandina garantizaba la plena libertad de empresa…, con lo cual el robo y el contrabando aparecían inesperadamente bendecidos por el máximo instrumento legal chileno. Al responder negando validez a esa tesis, pareciera que por una vez don Bernardo perdió la calma, pues alegó con razón que los ladrones y sus cómplices no pueden estar protegidos por la legislación de un país civilizado, siendo absurdo que los propietarios argentinos damnificados tuvieran que trasladarse a Chile para tramitar caso por caso ante sus tribunales, con el improbable fin de recuperar sus bienes.



Pero a Chile le convenía que las cosas siguieran así indefinidamente, pues en tanto la penetración continuaba a paso firme. Los hacendados chilenos fueron obteniendo de las tribus indígenas el dominio en arriendo de una cantidad de valles y praderas neuquinas, y cuando pareció razonablemente ocupada la zona, el gobierno chileno nombró silenciosamente un subdelegado en la misma. Claro que sabían que la región quedaba dentro de los límites argentinos, pero era un hecho consumado, un ejercicio efectivo de soberanía, que el día de mañana pudiera permitirle ganar Neuquén entero, donde no aparecía ningún argentino a la vista. Además, el subdelegado tenía otras misiones: ganar a las tribus, influir sobre ellas, volcarlas hacia Chile y volverlas contra Argentina, y para ello presidía una permanente infiltración de indios chilenos hacia las pampas argentinas. Podían ser útiles de varias maneras: extender a Chile hasta el Atlántico, perturbar la ocupación argentina de la llanura central, mantener un régimen perenne de inseguridad en la frontera interna bonaerense.



Uno de los que señaló el peligro fue el joven general Julio Argentino Roca, interesado en recuperar esas extensiones para el patrimonio nacional, antes de que fueran pasto de la ambición extranjera. Así, escribió:



"Casi todos los caciques de esas tribus acuden al llamado de las autoridades chilenas y el principal de todos ellos, Feliciano Purrán, que tiene su residencia en Campanario, doce leguas al sur del Neuquén, que se titula gobernador y General..., recibe sueldos del gobierno chileno para hacer sus intereses y las vidas de sus ciudades... Hay otros caciques que se hacen capataces de hacendados chilenos y reciben en guarda miles de ganados..."



Tal era la situación al promediar la presidencia de Avellaneda, cuando Bernardo de Irigoyen exclamaba: "¿Cómo ha podido gobernarse tantos años así?".



El dilema era de hierro: o de una buena vez se hacía ocupación efectiva de las inmensas soledades que constituían la mitad olvidada de Argentina, o se aceptaba el riesgo de desintegración del territorio nacional. No en vano en 1876 —el mismo año en que Francisco P. Moreno llegó al lago Nahuel Huapí y desplegó ante sus aguas la bandera argentina—, fuentes oficiales chilenas aseguraban estar en "posesión tranquila" de la Patagonia ¡¡hasta el río Negro!!



Había que obrar y rápido, antes de que el tiempo útil se esfumara.



Con el fantasma de la guerra planeando permanentemente, ante un rival belicoso y muy bien pertrechado, se imponía la necesidad de armar adecuadamente al ejército y la marina nacional y proceder a la ocupación efectiva de la Patagonia, que abandonada a su suerte podía ser presa de cualquier intriga. Recuérdese que en 1860 un pintoresco francés de apellido Tounens se "coronó" a sí mismo rey de Araucania y Patagonia, con el sonoro nombre de Orllie-Antoine I. Parece un chiste, pero todavía quedan pretendientes a esa alucinante monarquía.



Ya el 23 de agosto de 1867, en las postrimerías del gobierno de Bartolomé Mitre, el Congreso había sancionado una ley disponiendo el avance y ocupación hasta el río Negro. Al año siguiente el presidente Faustino Sarmiento ordenó, como paso previo, ocupar la isla de Choele Choel. Era pertinente la medida, pues por allí pasaba el Camino de los Chilenos, por donde fluía hacia más allá de los Andes la riqueza argentina. Pero justamente por ello las tribus se alarmaron y el omnipotente Calfucurá amenazó con desatar una guerra implacable.



El teniente coronel de marina Ceferino Ramírez, al mando de la nave Río Negro, se internó en 1872 por esa vía y llegó a Choele Choel, pero las cosas no pasaron de allí. Sarmiento titubeó ante la amenazadora posición de las tribus y al cabo todo quedó en nada.



La inhábil política del canciller Mariano Varela se las arregla para que, tan pronto como acabó la guerra del Paraguay, nos viéramos a punto de entrar en otra con Brasil. La amenaza fue tan grande, que urgentemente hubo que pensar en rearmar el país, provisto de anticuadas armas de fuego y con tres o cuatro barquitos de río que recibían el nombre de Escuadra Nacional. De manera que Sarmiento firmó la ley que, en mayo de 1872, dispuso la compra de tres acorazados modernos y una importante cantidad de armas portátiles automáticas.



Pero las nubes apretadas del lado de Brasil se disiparon. Todo se arregló y reinó la paz. Entonces comenzó a ensombrecerse el horizonte chileno. Los acorazados pedidos tardarían en llegar y la situación se agravaba con un encono creciente. Nicolás Avellaneda, con su ministro de Guerra y Marina, Adolfo Alsina, estuvo de acuerdo en la necesidad de ocupar el enorme desierto sureño y armar el país para cualquier eventualidad.



Y como es común en estos casos, se dejaron oír quejosas voces de protesta por las sumas destinadas a fines militares. Los disconformes señalaban que el país atravesaba una severa crisis económica, que estábamos endeudados hasta las cejas, que infinidad de necesidades yacían en la orfandad, etc., etc. Todo ello era cierto, pero tanto como que las costas de la República Argentina se extienden miles de kilómetros sobre el Atlántico, totalmente abiertas e indefensas, y que es ilusorio pretender conservarlas sin una marina de guerra eficiente y suficiente. Lo mismo que las dilatadas fronteras terrestres, exigían la correspondiente custodia de un ejército equipado y adiestrado.



Entre las voces disonantes que se alzaron para condenar la creación de una poderosa marina de guerra, se contó impensadamente con la del propio Sarmiento, fundador de la Escuela Naval. Comentando una memoria elevada al Congreso proponiendo la ocupación del sur patagónico y la comunicación adecuada de los puertos de aquella costa, el ex presidente dijo en El Nacional del 7 de junio de 1879:



"Al sur, desde el Río de la Plata a Magallanes, no tiene la Argentina territorios que por su opulencia y variedad de su vegetación, por la, profundidad y utilidad de los ríos que desembocan al océano, prometan servir de asiento a grandes y florecientes ciudades... Nosotros necesitamos, por el contrario, reconcentrar nuestras fuerzas dentro del Río de la Plata, a lo largo de sus afluentes... Tengamos enhorabuena marina de agua dulce... No debemos, no hemos de ser nación marítima. Las costas del sur no valdrán nunca la pena de crear para ellas una marina… Colonicemos río arriba; colonicemos alrededor de nuestras propias ciudades y no imaginemos El dorados... porque el país no vale la pena correr los azares de una población lejana. En el sur podemos tener Chubuts y Mercedes y Carmen de Patagones, rudimentos de extranjeros rebeldes y de miserables aldeas. Bahía Blanca será algún día algo; aunque nadie le ha impedido serlo en tres siglos (¿!) de vida; pero no querramos ponerla en conservatorio, creando marina para ir a recoger huevos y plumas de avestruz".



Así escribía "El Profeta" poco después de dejar la primera magistratura de la República Argentina. Da pena transcribir páginas como ésa, pero es un inmejorable exponente del concepto de Patria Chica: nada debía defenderse, todo debía abandonarse, reduciendo la Argentina al radio de Buenos Aires y su hinterland. Hermoso ejemplo de mentalidad sin fronteras, volcada hacía adentro, introvertida, inmediata, cegada a todo lo que no fuera la pampa húmeda y su zona de influencia. El resto no merece cuidados. No por casualidad perdimos tantos territorios.



Afortunadamente, muchos argentinos menos prominentes en el recuerdo de la posteridad y hoy sin bustos a cada paso, pensaron de otro modo. Como dice Tamagno (1):



"La Divina Providencia ha querido poner en ridículo a este hombre de genio; no eran huevos y plumas los que iríamos a buscar a la Patagonia: era petróleo, hierro y carbón. Justamente lo que puede darnos el desarrollo industrial para llegar a tener marina, y esa posibilidad estaba en la Patagonia que él desaprensivamente repudió tantas veces. Es que, ab initio, el genio estaba equivocado; no era entregando nuestra economía, sino defendiéndola, que podíamos llegar a ser algo. Todavía estamos en el pantano de agua dulce en que nos sumergió”.



Irónicamente, y demostrando que —por suerte— la realidad resultó más grande que sus profecías, durante medio siglo la nave escuela en que se graduó medio centenar de promociones de marinos argentinos, paseó el nombre de Sarmiento por todos los mares del mundo.



La segunda conquista del desierto



El momento era propicio para completar la ocupación efectiva del sur. Desde que asumió el Ministerio de Guerra y Marina, Adolfo Alsina comenzó a poner en marcha un plan: un avance progresivo de la frontera, adelantando una línea de fuertes y excavando un ancho zanjón. Una vez colonizada la retaguardia y convenientemente poblada, se adelantaría otro tanto, y así sucesivamente, de modo que a la postre era un plan defensivo y a largo plazo, que tardaría muchos años en concretarse. El comandante en jefe de la frontera interior, general Julio Argentino Roca, se opuso a mecanismo tan lento (…).



(…) La polémica halló inesperada solución cuando en los últimos días de 1877 falleció Alsina, pasando Roca al ministerio. En adelante quedó definida la tónica a seguir. En agosto de 1878, planeando gravemente la amenaza de guerra con Chile, el gobierno propuso al Congreso la ocupación del desierto hasta el río Negro. El 4 de octubre fue sancionada la ley, y el 5 promulgada por el presidente Avellaneda. Las razones de la urgencia fueron expresadas por Roca:



"No hay argentino que no comprenda en estos momentos, en que somos agredidos por las pretensiones chilenas, que debemos tomar posesión real y efectiva de la Patagonia, empezando por llevar la población a Río Negro”.



A mediados de abril de 1879, Julio A. Roca se puso al frente del ejército e inició la gran batida que, de varios puntos y siguiendo a grandes líneas el camino trazado por Rosas, avanzó sobre las desoladas regiones. El 24 de mayo establecía su cuartel general a orillas del río Negro, cuyas márgenes ocupó, desprendiendo desde allí una serie de expediciones para arrojar a los indígenas hacia la cordillera de donde llegaran. El plan se había cumplido con perfecta precisión en apenas cuarenta días.



Se ha señalado que esta segunda conquista del desierto fue sin lucha, tan sólo un paseo militar con demasiada bambolla. Cierto que se vino a descubrir que había menos indios de lo pensado. Los modernos Rémington automáticos, con tiro de precisión y gran alcance, y los grandes encuentros de años anteriores, sobre todo la batalla de San Carlos, habían dejado casi sin indios de pelea a las tribus, que fueron arrasadas sin trabajo.



Pero el despliegue bélico y la publicitación tenían dos destinatarios precisos. La conquista debía repercutir sonoramente tanto en Buenos Aires como en Santiago. Y Roca logró las dos cosas. Tan pronto como cumplió su promesa, Roca delegó el mando en el coronel Conrado Villegas y volvió a toda prisa a la Capital para digitar otra conquista, que acabaría en un enfrentamiento mayor y más sangriento con el gobernador Carlos Tejedor y cuyo premio era la presidencia de la República.



Chile, embarcado en la guerra del Pacífico, contempló con aprensión el avance del ejército argentino. Más allá de la bambolla, los chilenos apreciaron la capacidad operativa, la velocidad de maniobra, la precisión matemática de las acciones de las cinco divisiones empleadas, la resistencia de los soldados y la evidente calidad de los equipos y armamentos. Poco después, la breve guerra civil que a mediados de 1880 tuvo por escenario Buenos Aires, enconadamente peleada por ambos bandos, completó el panorama con la imagen de un pueblo aguerrido y bien plantado para la lucha. Y sacaron conclusiones.



El Tratado de 1881



Roca asumió la presidencia de la República el 1ro. de octubre de 1880, con el problema planteado con Chile sin visos de arreglo. Su primer cuidado fue llevar a la cancillería, con toda intención, a un veterano de esos negocios: don Bernardo de Irigoyen. Sabía que pocos conocían el largo debate como él, y que si había alguien capaz de sacar las cosas adelante sin guerra y con honor, era precisamente don Bernardo.



No había plenipotenciario chileno en Buenos Aires, ni argentino en Santiago. Las relaciones estaban en el aire y podían agrietarse en cualquier momento. Fue entonces que dos norteamericanos decidieron mediar. Es curioso, pero entre los millones de americanos del Norte, estos dos tenían el mismo apellido, sin ser parientes. No sólo eso. Para completar la broma del destino, también compartían un mismo nombre: Thomas Osborn. Afortunadamente, las respectivas madres tuvieron la buena idea de agregarles un segundo nombre, que esta vez, casualmente, fue distinto. Thomas Obden Osborn era plenipotenciario de los Estados Unidos en Buenos Aires, y Thomas Andrew Osborn cubría el mismo cargo en Chile.



Abrió luego el de Santiago, a fines de 1880, escribiendo a su colega de este lado que había sondeado las disposiciones de La Moneda, encontrando buena disposición para llegar a un arreglo pacífico con Argentina, en base a un arbitraje que tomara por punto de partida el artículo 38 del Tratado de 1855. Chile no deseaba la guerra —estaba metido en otra— pero por razones de prestigio se negaba a tomar la iniciativa en la reanudación de las negociaciones. Como suponía que otro tanto pasaba con la Casa Rosada, pedía al plenipotenciario en Buenos Aires su colaboración. De inmediato Thomas O. Osborn pidió audiencia a Bernardo de Irigoyen, que lo recibió esa misma noche en su casa particular. El canciller escuchó atentamente, mostró cauto interés y manifestó que debía consultar con el presidente. El 2 de enero de 1881 dio su primera respuesta, aceptando la mediación siempre que la Patagonia quedara fuera del arbitraje, cosa que fue inmediatamente comunicada por Osborn a su colega en Santiago.



En ese momento, las posiciones mínimas de ambos gobiernos parecían haber cristalizado en precisas pretensiones. Chile reivindicaba toda la cordillera patagónica, es decir ambas faldas hasta la llanura, todo el Estrecho de Magallanes, e íntegras Tierra del Fuego y las islas australes, mientras Argentina no aceptaba otra línea que no fuera la de las altas cumbres cordilleranas, la boca oriental del Estrecho, parte de Tierra del Fuego y de las islas australes. En sus conversaciones con Osborn, Irigoyen lo interiorizó de la disputa y los términos de las pretensiones chilenas. Courtney Letts de Spills ha publicado (2) algunas cartas intercambiadas por los plenipotenciarios norteamericanos en ese período y entre ellas transcribe una de Thomas O. a Thomas A., en que dice:



"... me inclino a pensar que este gobierno declinará aceptar… porque Chile pone ahora una interpretación del artículo 89 que es completamente extraña a su contenido, el que fue mal entendido... por el gobierno chileno. El arbitraje..., en mi opinión, será declinado a menos que la cuestión sometida se confine a la simple cuestión de límites entre los dos países y no envuelva la cuestión de la Patagonia, sobre todo la base de que una cuestión de límites es muy diferente de la propiedad de los territorios inmediatos. La primera trata meramente del lugar donde la línea limítrofe pasa entre dos países..., pero la última, tomando el caso en cuestión, trata de un inmenso territorio que ocupa nada menos que nueve grados de latitud. Se considera que semejante cuestión no puede ser llamada... de límites, sino de dominio".



En verdad, tras la voz del plenipotenciario se alzaba claramente la tesis de Irigoyen. Ambos diplomáticos mantuvieron una densa comunicación, de la que tenían al tanto a las cancillerías, que a su vez facilitaron en todo lo posible dicha comunicación. Al cabo, llegaron a la convicción de que el mejor arreglo de la espinosa cuestión debía basarse en el protocolo Irigoyen-Barros Arana de 1876, en su momento rechazado por Chile, y en la necesidad previa de reconocer a la Patagonia como parte integrante de Argentina.



A principios de junio de 1881 se llegó a un acuerdo entre las partes, hecho oficialmente anunciado el día 3 en Santiago y el 6 en Buenos Aires. Por fin, el 23 de junio se firmó en la capital argentina el fundamental documento, por el cual Chile renunciaba a sus pretensiones a la Patagonia y Argentina resignaba sus derechos al Estrecho y a la mitad de Tierra del Fuego. Por nuestro gobierno lo suscribió Bernardo de Irigoyen y por Chile el cónsul Francisco de Borja Echeverría, telegráficamente ascendido a plenipotenciario para el caso, y en Santiago lo hicieron el canciller José Manuel Balmaceda y el cónsul Agustín Arroyo, investido de plenipotencias desde Buenos Aires por el mismo procedimiento.



Durante las negociaciones, (Bernardo de) Irigoyen se mantuvo inconmovible en su tesis de la frontera por las altas cumbres, conservando intacta la Patagonia, y para ello contó con el asesoramiento directo de Francisco P. Moreno, el hombre que mejor conocía aquellas regiones, que le preparó mapas, croquis y descripciones.



Generalmente se considera como un triunfo diplomático de don Bernardo el artículo primero del Tratado de 1881. Pero fue un triunfo costoso, pues se renunció a la mitad oriental del Estrecho a cambio de su neutralización. Argentina sólo conservó estrictamente la boca atlántica del paso, en una extensión de diez kilómetros.



También se perdió la mayor parte de Tierra del Fuego y —lo más grave— se accedió a fijar el límite en el canal de Beagle, entregando la isla Navarino. De ese modo se tuvo una frontera abierta, contra natura, y bastante ilógica en el extremo sur, aparte de que la redacción del artículo 1° resultó tan difusa y ambivalente, que sus términos no tardarían en ser cuestionados por la otra parte, configurando a la postre una verdadera victoria chilena.



Bien afirma Alfredo Rizzo Romano: "El límite en del archipiélago fueguino fue fijado en forma injusta y arbitraria, para nuestro país, que desde la época colonial y primeros años de vida independiente ejerció jurisdicción sobre estas islas, dependencias de las Malvinas. En el peor de los casos, considero que la división artificial debió continuar hasta la extremidad sur continental, sin detenerse en las aguas del Beagle".



Muchos sectores recibieron muy mal el Tratado, en ambos lados de los Andes. En Chile renegaban por la "pérdida" de la Patagonia; en la Argentina se acusaba al canciller por el abandono del Estrecho y su despreocupación por retener un importante sector sureño. De allí que fueran de esperar problemas con las ratificaciones, para las que el Tratado fijaba un plazo de sesenta días.



Entró a discutirse en la Cámara de Diputados argentina, pero pasaron más de la mitad de los sesenta días previstos sin que La Moneda lo enviara al Congreso chileno. La situación fue provocando un encono creciente del lado argentino, aumentando la resistencia de los diputados y creando la sospecha de mala fe en la actitud trasandina. Llegó a espesarse tanto el ambiente que, en caso de ser rechazado por Chile, hubiera significado muy posiblemente la guerra.



Tan grave era la situación, que Irigoyen solicitó a Thomas O. Osborn que, en colaboración con su colega de Santiago, retomaran la mediación. Chile solicitó una prórroga indefinida de la ratificación, que fue rechazada por la Casa Rosada. Pidió entonces sesenta días más, que también fueron denegados. Al cabo se acordó un lapso extra de treinta días.



La Casa Rosada ya había resuelto detener la sanción definitiva del Tratado si no entraba de una vez en el Congreso chileno. Entonces Osborn convenció a Irigoyen de que el gobierno argentino debía seguir el trámite legal y ratificar el Tratado, con prescindencia de lo que hicieran en Santiago. Si allí se negaban a ratificarlo y estallaba la guerra, quedaría demostrada ante el mundo la mala fe chilena y la buena disposición argentina.



Seguro de que el conflicto estallaría de no superarse el estancamiento, Osborn presionó cuanto pudo. Respecto de Irigoyen, trabajo le costó pasar el acuerdo en el Congreso. Tuvo que hablar tres días seguidos, el último de agosto y los dos primeros de setiembre, y tal vez su carta de triunfo, lo que permitió la aprobación, fue el dato que, documentado por Francisco P. Moreno, comunicó a los legisladores: en el sur las altas cumbres cordilleranas se vuelcan hacia el Pacífico, rozando sus costas, de manera que una serie de profundas entrantes marítimas, entre ellas el Seno de Ultima Esperanza, quedarían en tierra argentina, ganando nuestro país una salida hacia aquel océano. Finalmente, el Tratado fue aprobado y promulgado el 11 de octubre de 1881.



En Chile también se aceleró el trámite, pese a la dura oposición, y fue aprobado. Faltaba canjear las ratificaciones, acontecimiento que se fijó para el 22 de octubre. Pero nevó tanto que quedó cerrada la cordillera, imposibilitando llevar los documentos. Había tanto apuro por terminar de una vez con tan peligroso asunto, que a las diez de la noche de ese día el canje de ratificaciones tuvo lugar por vía telegráfica.



Momentáneamente, las cosas parecían solucionadas. Hubo abundancia de plácemes. Roca felicitó a Irigoyen. En Buenos Aires felicitaron a Thomas O. Osborn y en Santiago a su colega en esa capital. Todos se felicitaron. De buena fe creían que se había acabado el problema.



Se completa la conquista del desierto



Simultáneamente con la conquista del desierto se creó la gobernación de Patagonia, dependiente del gobierno federal, con capital en Mercedes de Patagones, siendo designado para el cargo Alvaro Barros, que la rigió entre 1878 y 1882. En 1879 la capital cambió de nombre, tomando el de su fundador, y desde entonces se llama Viedma. Al subir Roca al poder tenía decidido alcanzar dos objetivos precisos: continuar la ocupación del sur y reorganizar a las fuerzas armadas, buscando equipararlas con las chilenas, en prevención de un posible conflicto. Las dos cosas las llevó a cabo enérgicamente.



En marzo de 1881, al comenzar la mediación de los ministros Osborn, el general Conrado Villegas comenzó la ocupación del actual territorio neuquino. El 10 de abril la ocupación estaba completada. Ese día, en Nahuel Huapi, las tropas argentinas formadas en orden de batalla, teniendo a sus picas las aguas del Limay y dando cara a la cordillera, llevaron la bandera al tope, en tanto la saludaban veintiún cañonazos que repercutieron en las rocas del soberbio paisaje.



En 1880 también comenzó otro tipo de conquista, no menos dura que la militar, con la llegada de los salesianos a la Patagonia, labor que culminaría en la personalidad del nieto del temido Calfucurá, Ceferino Namuncurá, "el santito de las tolderías", al decir de Manuel Gálvez.



En 1882, la veterana "Cabo de Hornos" del inolvidable Piedrabuena, nuestro primer buque escuela, colaboró con la expedición científica italiana dirigida por Santiago Bove. El segundo gobernador de la Patagonia, Lorenzo Vinter, continuó la exploración y ocupación efectiva del vasto sur, completándola hasta Puerto Deseado en 1884, año en que Ramón Lista efectuó una larga exploración por el centro y poniente patagónicos, y poco después de que el teniente de navío Eduardo O'Connor, navegando por el río Negro y el Limay, llegara a las aguas del Nahuel Huapí.



Desde 1877, y casi anualmente, un mendocino, el capitán de fragata Carlos María Moyano, recorría pacientemente los ríos santacruceños en busca de sus fuentes. Descubrió el lago Buenos Aires, fue subdelegado primero y subprefecto después en Santa Cruz, y cuando esta zona se segregó formando un territorio nacional, fue a muy justo título su primer gobernador. Precisamente el 16 de octubre de 1844, la ley Nacional N° 1532 creó dichos territorios, dividiendo a la gigantesca gobernación de Patagonia en los nuevos distritos que se llamaron La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.



También en 1884 comenzó la ocupación efectiva de esta isla, con la expedición del comodoro Augusto Laserre, y en 1885 se fundó la ciudad de Ushuaia, la más austral del mundo, junto a la misión protestante de Thomas Bridges.



Dos años después, justificando la visión de quienes empecinadamente defendieron la soberanía argentina en la Patagonia, el marino Agustín del Castillo descubrió los yacimientos carboníferos de Río Turbio. Del Castillo siguió hacia el oeste, y pocos kilómetros más allá se encontró ante las aguas del Pacífico en lo que hoy es Puerto Natales. Ante las rompientes del mar enarboló la bandera nacional. Estaba a oriente de las más alta cumbres andinas y, de acuerdo con el texto del Tratado de 1881, en territorio argentino.



Y detrás de los exploradores y los misioneros fueron los colonos, grupos de alemanes, de italianos, e incluso de chilenos, a los que no se negó el derecho a poseer tierra patagónica, grupos que se sumaron a los ya veteranos galeses de Chubut.


Pero también Roca aseguró la defensa del inmenso territorio incorporado. La guerra del Pacífico se desarrolló rápidamente en sus primeras etapas. Las tropas bolivianas y peruanas fueron severamente derrotadas. Los chilenos entraron en Lima, iniciando una larga ocupación. En marzo de 1881, y a raíz del despliegue del ejército argentino en la campaña del desierto, el grueso de las fuerzas trasandinas, al mando del general Manuel Baquedano, regresaron a Chile listas para entrar en acción.



Claro que la guerra con Perú y Bolivia no había terminado, prolongándose indefinidamente y presentando, para el caso de guerra con Argentina, una peligrosa retaguardia. Lima permaneció tres años ocupada por los chilenos, bajo el mando del vicealmirante Patricio Lynch, que no en vano fue llamado "el último virrey del Perú". Pero los chilenos, como ocurre en estos casos, sólo dominaban el terreno que pisaban. En torno suyo se alzaban, inasibles y mordientes, las guerrillas serranas que levantaba un pueblo que se negaba a doblegarse.



La insostenible situación recién halló principio de solución en octubre de 1883 con el Tratado de Ancón, por el cual Perú cedió definitivamente a Chile la provincia de Tarapacá, accediendo a que siguiera ocupando diez años más Tacna y Arica, acuerdo que fue complementado en abril de 1884 con el Tratado de Tregua con Bolivia, por el cual esta República perdió Antofagasta y su salida al mar. Sin embargo, esto no significó la paz, que habría de tardar veinte años en llegar, concretándose recién en 1904 (…) Esta situación del Pacífico habría de gravitar persistentemente, en los decenios futuros, sobre las relaciones de Argentina con el gobierno de La Moneda.



Volvamos a Roca en el año 1881. En esa fecha, el ministro plenipotenciario Thomas O. Osborn calculaba las fuerzas argentinas: contaban con cuatro acorazados, esperándose en breve el ultramoderno "Almirante Brown", de 4.200 toneladas, sólidamente blindado, uno de los buques más poderosos de su tiempo. A su vez, el ejército poseía más de cien mil Rémington y una capacidad de movilización de otros tantos hombres.



No eran superfluas las precauciones. En 1881, Villegas halló a los indios pertrechados con armas de fuego de precisión, indudablemente provistas desde Chile. En 1883, en plena vigencia del Tratado limítrofe, la vanguardia argentina que ocupaba la cordillera neuquina fue asaltada por gran número de indígenas perfectamente armados y equipados. Fueron cumplidamente derrotados, pero quedó la duda de si estaban pertrechados y adiestrados por el ejército chileno, ya que las tácticas empleadas y los medios de batallar no eran precisamente aborígenes. Incluso se sospechó la presencia de oficiales chilenos. Y para completar, una compañía exploradora argentina se encontró a boca de jarro con otra chilena, entablándose un duro combate que dejó un importante saldo de muertos y heridos.



Hubo muchas explicaciones posteriores, muchas idas y venidas, y al cabo se aceptó que los chilenos "no sabían" que estaban en territorio argentino. Por las dudas, entonces, y como auxiliar de los conocimientos geográficos ajenos, más valía tener un ejército y una marina a punto.



(…) Hubo que esperar siete años para que la fijación de límites sobre el terreno, prevista en el Tratado de 1881, comenzara funcionar (…)



Notas:


(1) Roberto Tamagno, Sarmiento, los liberales y el imperialismo inglés, Ed. Peña Lillo, Buenos Aires, 1969, pág. 86.


(2) Noticias confidenciales de Buenos Aires a USA (1869-1892), Ed. Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1969.



Miguel Ángel Scenna (1924-1981) fue un historiador argentino, especializado en historia política de la Argentina, de profesión médico oftalmólogo. Publicó gran cantidad de libros y artículos, entre los que se destacan por su impacto, Cuando murió Buenos Aires 1871 (1974) sobre la trágica epidemia de fiebre amarilla, Los Militares (1980) y F.O.R.J.A., una aventura Argentina (De Yrigoyen a Perón) (1983). Fue un habitual colaborador de la revista Todo es Historia, dirigida por Félix Luna, donde publicó gran cantidad de artículos. Se lo consideró un miembro moderado de la corriente revisionista.



Obra


Cómo fueron las relaciones Argentino-Norteamericanas (1970)


Las brevas maduras (1804-1810) (1974), libro integrante de la colección Memorial de la Patria, dirigida por Félix Luna


F.O.R.J.A., una aventura Argentina (De Yrigoyen a Perón) (1972)


Antes de Colón (1974)


Braden o Perón (1974)


Cuando murió Buenos Aires 1871 (1974)


Argentina-Brasil: Cuatro Siglos de Rivalidad (1975)


Los que escribieron nuestra historia (1976)


Crónicas de Buenos Aires (1977)


Los Militares (1980)


Argentina-Chile: Una Frontera Caliente (1981)

FUENTE: http://contexthistorizar.blogspot.com/