Nos mudamos a Dossier Geopolítico

11 de enero de 2011

2011: El año de la encrucijada por Juan Gabriel Tokatlian (*)



Tiempo de reflexión






Este año será crítico en el sistema global debido a la crisis económicofinanciera que lo antecede. A pesar de que para algunos observadores esta crisis ha cedido, las más importantes economías de Occidente aún no se han estabilizado, las tradicionales locomotoras del comercio internacional no se han recuperado y los ajustes adoptados por Estados Unidos y la Unión Europea no parecen sostenibles. Esta crisis expresa y dinamiza una redistribución del poder internacional y ésta es su característica política más relevante.



Es ostensible el traslado del centro del poder de Occidente a Oriente y el reacomodamiento de la influencia desde el Norte hacia el Sur. El resurgimiento de Asia, que era una tendencia observable, con la reaparición de China y la India se ha acelerado y profundizado. Asia resurge, no surge, ya que en el siglo XI tenía más del 70% del producto bruto mundial.



Este gradual y decisivo tránsito del locus de poder está acompañado de procesos específicos que conviene subrayar. Desde mediados del siglo XX la dinámica demográfica más importante se localiza en Asia. Asimismo, después del fin de la Guerra Fría, se hizo evidente que también la dinámica geopolítica se traslada a Asia. Esto significa que Europa, escenario de potencial confrontación en la bipolaridad soviético-estadounidense, resulta menos preponderante, y los asuntos centrales de Asia y del Pacífico empiezan a cobrar más trascendencia porque lo que allí ocurre en términos de guerra o paz tiene efecto mundial. Además, el crecimiento económico y la capacidad científica, tecnológica y productiva desplegadas en Asia en los últimos años son elocuentes, especialmente frente a un Occidente cada vez más ocioso, especulativo y despilfarrador. Así, demografía, geopolítica y economía se centran cada vez más en Oriente.



Toda redistribución de poder implica una pugna: nadie pierde o gana poder de manera gratuita. Cuando el centro de poder se movió dentro de Occidente, los costos fueron elevados; el fin de la hegemonía británica generó un difícil proceso de reacomodo y conflictividad. Es de esperar que la mutación actual no esté exenta de tensión.



Hay elementos inquietantes y alentadores. Entre los primeros está el que en Asia se ha producido la mayor proliferación nuclear: el tácitamente aceptado por Occidente, Rusia y China, arsenal nuclear de Israel; las toleradas pruebas nucleares de la India y Paquistán; el limitado programa nuclear de Corea del Norte, y la cuestionada ambición nuclear de Irán. De persistir el fracaso de las iniciativas de desarme, ante las inconsistencias de las políticas de no proliferación de las potencias nucleares y si se concreta el proyecto iraní, habría importantes incentivos para que más naciones del continente -por ejemplo, Arabia Saudita, Turquía, Indonesia y Japón, entre otras- optaran por proliferar. De otra parte, es de subrayar el complicado entrecruzamiento de dilemas de seguridad: entre las dos Coreas, entre Japón y China, entre China y Rusia, entre Paquistán y la India, entre la India y China y entre diversos países de Medio Oriente, para mencionar sólo algunos. Adicionalmente China, principal poder (re)emergente de Asia, muestra graves problemas sociales internos: se han incrementado las protestas y el desorden público, ha crecido la desigualdad, el delito, y se ha ampliado la brecha de ingresos rural-urbana. A su vez, el papel de Estados Unidos es de enorme impacto: Washington puede entorpecer el sensible equilibrio de poder en el este de Asia y convertirse en un generador de mayor inseguridad como lo ha hecho su presencia en Irak y Afganistán.



Hay, sin embargo, factores moderadores. Si se toman en consideración los últimos ciento cincuenta años, Occidente ha sido más bélico e inestable que Oriente. Esto no quiere decir que en Oriente no haya habido competencia, que Japón no haya sido un violento actor revisionista y que no hayan existido diversas guerras. Pero los niveles de belicosidad han sido más altos en Occidente. Adicionalmente, el ascenso de China en el último cuarto de siglo ha tenido connotaciones más pacíficas que revisionistas y no ha implicado una amenaza para la paz y la seguridad internacionales. Para indicar su relativo ajuste a las "reglas de juego" y su ponderación en el uso de un instrumento diplomático de poder, China es el miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU que menos ha recurrido al veto, apenas 7 veces (2,66% del total). Por último, han surgido nuevos modos de articulación regional que, en el campo de la seguridad, pueden tener efectos provechosos. Por ejemplo, la creación de la Organización de Cooperación de Shanghai ha constituido un foro para generar confianza mutua y estabilidad regional y limitar la potencialidad de una intervención estadounidense directa en los linderos de China y Rusia.



Tal como en su momento se proclamó el fin de la historia y el declive de las ideologías hoy también, de manera ingenua o apresurada, se proclama el fin de la unipolaridad. Esa es una visión limitada y confusa de la distribución de poder porque no da cuenta de las complejidades y contradicciones actuales. Si se mira el sistema internacional en su dimensión militar es claro que no vivimos una situación multipolar. El presupuesto de defensa de Estados Unidos es el 50% del presupuesto de defensa del resto del mundo.



Este ejemplo no indica que el escenario unipolar sea invencible; muestra que se debe tener claridad sobre los diversos tableros que se despliegan y entreveran en la política mundial contemporánea: el militar, el diplomático, el económico, el tecnológico, el cultural, el del poder duro, el del poder blando. Es necesario matizar y afinar las ideas de unipolaridad o multipolaridad para no anunciar de manera apresurada el declive de Estados Unidos. Tema que estuvo muy presente en la década del setenta, cuando muchos aseguraban que ante la consolidación del poderío de la URSS, Estados Unidos decaía. El error conceptual y político fue mayúsculo. Estados Unidos ha tenido una gran capacidad de recomponer su poderío. Lo que algunos consideran erosión inminente parece ser una fase de una lenta decadencia. Estados Unidos se autoconcibe como una nación excepcional, con un destino extraordinario y asume cruzadas periódicas, por lo que no es claro cuándo ni cómo decaerá.



Si se distingue poder militar de influencia política la unipolaridad no está acompañada de una plena hegemonía. Si además se diferencia la estabilidad y la legitimidad, es evidente que la unipolaridad militar reafirma una precaria estabilidad internacional, pero no hace más legítimo el ejercicio del poder de Washington.



Los límites de la unipolaridad no pueden tampoco llevarnos a sobredimensionar las virtudes de la multipolaridad. El pasado enseña que ha habido momentos de multipolaridad con mucha confrontación. La experiencia europea de fines del siglo XIX y principios del XX así lo demuestra. La multipolaridad no trae necesariamente paridad en la distribución de poder. La superposición de ámbitos de unipolaridad con tendencias a la multipolaridad ofrece un escenario de incertidumbre. Un argumento muy difundido orientado a subrayar la consumación de la unipolaridad y la materialización de la multipolaridad es el que afirma que el denominado "Consenso de Washington" ha sido sustituido por el "Consenso de Beijing". Es evidente que la ortodoxia que caracterizó al "consenso estadounidense" se ha erosionado significativamente, pero el nuevo "consenso chino", con su mayor acento en el desarrollo económico, el papel central del Estado y la mayor atención de las cuestiones sociales, no expresa una innovación categórica y sustentable. Si existe un tenue "Consenso post-Washington" éste se concibe en el marco de la globalización vigente, acepta parámetros básicos del capitalismo actual y no afecta intereses críticos de los sectores más poderosos en los niveles nacional e internacional. En todo caso, las ambigüedades y restricciones que ha mostrado el G-20 frente a la regulación profunda de los flujos financieros demuestran que un consenso alternativo como pilar de un multipolarismo efectivo está aún distante.



Por último, en varios círculos prevalece una lectura simplista de la crisis económico-financiera actual. Sugieren que el capitalismo está herido de muerte, que las medidas de estatización indican una tendencia sólida en la política mundial y que las posibilidades de cambio y de nuevas alianzas sociales y políticas superadoras se están abriendo paso en el Norte y el Sur. Los interrogantes sobre este argumento, muy extendido en América latina, surgen de una lectura comparada e histórica. Las salidas de las dos últimas crisis no fueron progresistas. La de 1929-1930 estaba parcialmente resuelta en su dimensión financiera entre 1935-1937, pero a fines de esa década se produjo la Segunda Guerra Mundial. Otra crisis importante fue la de la década del setenta cuando se cuadruplicó el precio del petróleo, hubo altas tasas de inflación y Estados Unidos abandonó el patrón oro. La salida de esa crisis fue por derecha: se generaron y consolidaron alianzas sociales conservadoras, particularmente en los países centrales (preservando la democracia), aunque también en los países de la periferia (con distintas variantes autoritarias), al tiempo que se inició el desmantelamiento del Estado de bienestar. La Reaganomics y el Thatcherismo simbolizaron dos expresiones de este reacomodo de fuerzas, que no impidió las experiencias socialdemócratas en Europa. Sin embargo, la adopción del recetario económico convencional por parte del progresismo europeo minó su aptitud para el cambio y la renovación. La actual crisis enfrenta al mundo progresista tradicional con una notable carencia de horizonte e innovación conceptual. Esto puede explicar el fuerte avance de las derechas en Europa. Por otro lado, la victoria de Obama en Estados Unidos no significó una recuperación firme de sectores demócratas, grupos liberales y fuerzas alternativas: los neoconservadores y fundamentalistas siguen en el centro de la escena política y delimitan la agenda interna y la externa.



Al terminar 2010 la mayoría de los análisis coincidieron en que los resultados de la presente crisis serán bajas tasas de crecimiento global, un mayor grado de concentración por las fusiones de conglomerados financieros y más niveles de desigualdad social por el desempleo. ¿Cómo habría de ser progresista la salida? Asistimos a un escenario bifurcado que puede conducir a un progresismo defensivo o a un avance reaccionario, y 2011 es un año clave para ver hacia dónde nos estamos desplazando.



(*) Universidad de San Andrés, Ph.D., Relaciones Internacionales, The Johns Hopkins University School of Advanced International Studies, Washington D.C., 1991. -M.A., Relaciones Internacionales, The Johns Hopkins University School of Advanced International Studies, Washington D.C., 1981. Licenciado, Sociología, Universidad de Belgrano, Buenos Aires, 1978.



Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1340438


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