Tiempo de barbarie
Por Miguel Guaglianone
El discurso del enemigo:
Finalmente lo hemos logrado, hemos asesinado al monstruo, estamos paseando en imágenes su cadáver ensangrentado, a través de toda nuestra red corporativa de medios que cubre el mundo (tal como lo hicimos con el ahorcado Saddam Hussein), dejando bien claro para todos que la fuerza bruta que manejamos es capaz de torcer los destinos de la historia.
Estamos finalmente terminando de consolidar el reino de la barbarie sobre la tierra. Nuestra voluntad depredadora está apoyada en la fuerza de un aparato militar imbatible, que destruye países, aniquila civiles inocentes en cantidades industriales y mata sin titubeos a aquellos líderes que se atreven a desafiarnos, dejando a su paso sólo muerte y desolación.
Hacemos un “mejor mundo” para nuestros intereses, y ya no es necesario siquiera guardar las formas. No importa si con nuestras acciones demolemos todos aquellos mitos “civilizados” que inventamos e intentamos imponer a los habitantes del planeta durante el Siglo XX, como Los Derechos Humanos, el Derecho Internacional, la Democracia y la Libertad, la Convención de Ginebra (para hacer una guerra “humanizada”) o unas Naciones Unidas capaces de integrar en armonía a todas las naciones. La capacidad de machacar cotidiana y sistemáticamente las matrices de opinión que nos interesa imponer, a través de la red hegemónica de comunicación e información que controlamos, nos permite hacer vivir a las masas el mundo al revés. Generar el juego de espejos que vuelve lo negro en blanco, lo bueno en malo y lo real en un panorama virtual ajustado a nuestras necesidades.
Hoy hemos convertido el genocidio, la tortura y el asesinato selectivo, en métodos militares regulares, recreando con nuevo esplendor los que fueran incipientes intentos de los nazis en estas áreas. Ya no es necesario esconder todo esto bajo “acciones de inteligencia”, podemos reconocer ante el mundo que estamos usando las mejores formas para imponer nuestras voluntades. Y que eso es bueno.
Seguimos huyendo hacia delante. Compensamos con destrucción y sangre nuestra incapacidad para afrontar la crisis sistémica que nos está devorando. No tenemos más respuesta (porque aparentemente no estamos capacitados para generarla) que intentar mantener a sangre y fuego un status quo de dominación que todos los días intenta escaparse de nuestras manos.
Ya no nos importa en absoluto parecernos al Gengis Khan, dejando a su paso las pirámides de calaveras de sus enemigos como monumento a su poder. O a César castigando a los Galos por su resistencia a ser invadidos, cortando el brazo izquierdo de todos los mayores de 18 años una vez que logró derrotarlos. O al Imperio Turco, violando y empalando a los enemigos vencidos. No, esto ya no tiene importancia, lo único importante para nosotros hoy, es tratar de detener el proceso de la historia, para mantener nuestra tambaleante hegemonía.
Y. a pesar de todo, no logramos dormir tranquilos. Más allá de la realidad cotidiana que intentamos imponer, sigue presionando la tozuda y creciente persistencia de aquello que no logramos controlar.
En el interior de nuestros propios países, y a pesar de que empleamos toda la eficiencia represora de nuestros sistemas policiales, los “ocupa”, los “indignados” y otros subversivos, siguen protestando y creciendo en número, constituyéndose en un problema cada vez mayor que no conseguimos resolver.
A pesar de las orquestadas declaraciones “optimistas”, nuestra economía sigue colapsando todos los días, y las únicas medidas que somos capaces de tomar, tales como financiar con dinero de los Estados a los bancos y corporaciones (porque “si ellos colapsan, colapsa el sistema”) y hacer pagar a los pueblos el costo de las deudas, no sólo no logran frenar la espiral descendente, sino que parecen echar leña al fuego.
Mientras tanto, en las periferias siguen surgiendo como hongos nuevos factores que crecen, nos enfrentan y no logramos detener.
Una China que nos derrota con nuestras propias armas -la capacidad de generar bienes de consumo- que está controlando los parámetros económicos mundiales con su crecimiento, y que no se pliega al status quo que habíamos creado.
Un Islam, que a pesar de nuestros esfuerzos tanto por comprarlo para tenerlo de nuestro lado, como de aplastarlo tal como tratamos de hacer con Irak, con Afganistán y ahora con Libia, sigue resistiéndose y como un fénix resurge cada vez de sus cenizas, y al que no podemos terminar de dominar.
Y finalmente una América Latina y un Caribe que se liberan de nuestra tutela y no sólo generan gobiernos y pueblos que nos enfrentan, sino que tienden a unirse para convertirse en un nuevo factor de poder en el escenario global, y que para peor de todo parecen estar enfrentando con mucho mejor éxito que nosotros la crisis económica.
Aparentemente, y aunque no resuelva nada sino tienda a empeorar las cosas, no nos queda otro remedio mientras podamos, que seguir diseminando la barbarie y la fuerza bruta por el mundo (porque no sabemos hacer otra cosa).
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