EL CANCILLER Y LAS HORMIGAS
(*) Por Andrés Soliz Rada
El Canciller David Choquehuanca sostuvo en la Conferencia sobre Cambio Climático de Cochabama: “Para nosotros los indígenas lo más importante es la vida; el hombre está en último lugar; para nosotros lo más importante son los cerros, nuestros ríos, nuestro aire. En primer lugar, están las mariposas, las hormigas, están las estrellas, nuestros cerros y en último lugar está el hombre” (ABI, 20-IV-2010). De lo anterior se deduce, como hacen varios ideólogos del poder mundial, que es lícito eliminar a parte de la humanidad para salvar al planeta. Infelizmente para nosotros, los candidatos a ser eliminados son siempre personas de piel oscura, amarilla, cobriza y negra, a fin de garantizar el futuro de la estirpe blanca.
En la Universidad de Ontario Occidental del Canadá, el Príncipe Felipe de Edimburgo se quejó, el 1º de julio de 1983, del gasto que significó erradicar la malaria de Sri Lanka, para que después los países ricos tuvieran que alimentar al triple de bocas en el país asiático, con el consiguiente deterioro del medio ambiente. El científico estadounidense Eric Pianka, en conferencia en la Academia de Ciencias de Texas (USA), donde fue ovacionado, manifestó que “el ser humano no es mejor que una bacteria” y aquel que quiera sobrevivir deberá deshacerse de nueve bacterias. Añadió que el 90 % de la población mundial debía ser eliminada. Teniendo en cuenta lo mucho que se demora el SIDA, el mejor método para llevar a cabo esta despoblación, precisó, sería el virus Ébola, pero no el que se transmite de persona a persona, sino otro que se transmita por el aire (bahianoticias.com, 21-01-2010).
Semejantes postulados fueron practicados de manera parcial al lanzar bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, en tanto hoy continúan provocándose genocidios sistemáticos, sobre todo en África. Los dueños del poder mundial no se conmueven por muertes evitables en sus propios países, como ocurrió con las inundaciones en Nueva Orleáns. Ellos preferirían un mundo semi vacío, en el que puedan enterrar sin protestas sus desechos radiactivos, prolongar su sistema de vida egoísta, basado en la compra de cuatro automóviles por familia, fabricados por robots, y en el que el transporte colectivo sea casi inexistente. A no pocos oligarcas latinoamericanos no les parecería mal eliminar de sus países las favelas y villas miseria. Lo preocupante es que las palabras del Canciller podrían ser utilizadas para justificar semejantes aberraciones.
El mundo occidental olvidó el carácter sagrado del ser humano, portador de un alma inmortal, según el cristianismo. Afirmar que el hombre y la mujer valen menos que una hormiga es anticristiano y anticatólico. ¿No sería oportuno que lo digan públicamente sacerdotes que apoyan al gobierno, como Xavier Albó, por ejemplo? Occidente incumplió, además, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789, según la cual “los hombres nacen libres e iguales en derechos”, la que puntualiza que el derecho a la vida es inherente a la humanidad, pese a que, en lugar de lo anterior, el capitalismo hubiera edificado sociedades corroídas por el lujo y el consumismo, a costa de invasiones, esclavismo y saqueo de países periféricos, muchos de los cuales sufren también el colonialismo interno.
Nadie en su sano juicio podría oponerse a que no se adopten medidas universales para detener el calentamiento global. Lo inaceptable es separar la preservación de la Madre Tierra de la defensa del género humano. Recuérdese que los nazis también pensaban que judíos y gitanos valían menos que hormigas y bacterias.
(*)Andrés Soliz Rada es un abogado, periodista, dirigente sindical, profesor universitario y político boliviano. Es uno de los más destacados defensores de los recursos naturales de Bolivia. Fue nombrado Ministro de Hidrocarburos por el presidente Evo Morales.
1 comentario:
Con todo respeto, y entendiendo las preocupaciones humanitarias que se desprenden de este artículo, creo que las intenciones de la frase objetada no eran las de una despoblación general, sino las de indicar que el antropocentrismo debe ceder a las necesidades de la Madre Naturaleza. Ya Giovanni Sartori en La Tierra Explota sostiene que, sin un control demográfico, sobre todo en la India, Indochina y el extremo Oriente, el colapso ecológico será irreversible, sencillamente por la generalización de nuestros hábitos de consumo, que son depredatorios.
Debo, en tanto, hacer una salvedad a ese principio racista que ataca al hombre blanco, y me siento necesitado de defenderlo, primero porque lo soy, y segundo porque me molesta cualquier principio racista que ataque a cualquier raza. Creo que el hombre blanco es el único que ha tomado consciencia de la necesidad de proceder a un control demográfico para evitar el desastre. En Europa hace tiempo que las tasas de natalidad son negativas. Sin embargo, el hombre blanco ha procedido a ello en su exclusivo perjuicio, pues al no verificarse un correlato en el resto del planeta, se ha transformado su escaso territorio en el vaciadero de todas las corrientes migratorias periféricas, poniendo en duda la supervivencia del ser europeo como entidad cultural original y diferenciada por mucho más de un siglo.
En Argentina, con su enorme diferencia, las tasas de natalidad también indican un progresivo detraimiento del biotipo europeo, en beneficio de los otros que conviven o llegan a este territorio, y que evidencian una fertilidad abrumadoramente superior.
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