Nos mudamos a Dossier Geopolítico

4 de junio de 2010



El impune Goliat



por Nelson Gustavo Specchia




La fábula bíblica tenía, como todas, una enseñanza moral: con principios fuertes y decisión y valentía, el pequeño David podía derribar al gigante Goliat. Pero la historia ha dado vueltas y vueltas, el pequeño ha crecido mucho (no tanto sobre el terreno, que es escaso, arenisco y desértico; pero sí en ciencia, en tecnología, en armamentos), y sigue con la honda dando golpes sin cálculo ni sentido. Israel, el ahora inmenso David, apunta la honda y dispara, caiga quien caiga, con la seguridad de que su acción quedará impune, que el tejido de alianzas que ha tramado con la potencia hegemónica del globo y con los viejos países europeos de mala conciencia por un pasado represor, antisemita y genocida, le aseguran inmunidad en sus disparos.



Y cuando la sociedad civil decide dejar de esperar que sus gobiernos se atrevan alguna vez a desafiar al paraguas estadounidense tomando acciones políticas concretas –más allá de los gastados recursos discursivos- y toman la iniciativa, y arman una flotilla de barcos de turismo, y los llenan de medicamentos, arroz, harina, legumbres secas, conservas y leche en polvo y se largan a cruzar el Mediterráneo para socorrer a un millón y medio de personas encerradas en una cárcel política de 10 kilómetros de ancho, el gigante no distingue detalles, carga la honda y dispara. ¿Qué más da que los funcionarios internacionales le achaquen luego desencadenar “un baño de sangre”? Las espaldas están bien cubiertas, y las palabras pasan.



El ataque de esta semana, realizado por un cuerpo de élite del ejército israelí contra un convoy de barcos que transportaban asistencia humanitaria a la Franja de Gaza ha respondido a una orden directa emanada del gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu; del ministro de Defensa, Ehud Barak; y del canciller, Abigdor Lieberman. No ha habido fallo ni error de cálculo. Sabían a lo que iban, dispararon con balas de plomo contra civiles desarmados en forma consciente y deliberada, y anuncian que, a pesar de la unánime condena internacional, volverán a repetir el procedimiento si nuevas iniciativas se atreven a romper el bloqueo, esa sanción colectiva a los palestinos de Gaza por haber tenido la insolencia de votar democráticamente a una fuerza política considerada hostil por Israel.



Cargos de conciencia



Todo el tema israelí está cruzado por un a priori. Al denunciar a Israel, a sus políticas internas o en relación al resto del mundo, se corre inmediatamente el riesgo de ser caratulado como antisemita. Censurar cualquier actitud o posición relativa a Israel proyecta de inmediato la sombra de los fascismos, de la derecha neonazi, de la intolerancia contra las minorías y, en definitiva, la larga mano de la segregación hacia el pueblo judío.



Y esta argumentación, que hunde sus razones en la historia reciente –terrible, definitiva, en el borde mismo de lo imposible- de la Shoa y del genocidio judío del siglo XX, cuando se la utiliza como arma para abroquelar cualquier crítica o disenso respecto de las posturas políticas de un Estado (sionista o no), esta argumentación es falaz, injusta y deliberadamente manipuladora de los cargos de conciencia de Occidente.



Y es menester separar ambas cosas: un análisis maduro de la política y del derecho, en un entorno respetuoso y amigable, debe ser capaz de distinguir la cuestión judía y las deudas del Occidente moderno con ese sufrido y respetable pueblo, y separarla de la forma institucional del Estado de Israel y sus acciones como sujeto de derecho internacional público y miembro –en paridad de condiciones- de una sociedad mundial civilizada. Israel no puede seguir apelando a las deudas morales infringidas al pueblo judío para actuar con impunidad contra quien quiera, sin medir en lo más mínimo las consecuencias de sus actos.



La “Flotilla de la Libertad”



El brutal ataque de esta semana seguirá desmejorando la imagen externa del Estado de Israel como país agresor. De todas las relaciones, la que saldrá peor parada será una de las más críticas para el diálogo de Israel con sus vecinos, ese océano de países árabes musulmanes que lo rodea: Turquía. Los turcos eran los musulmanes amigos, el país islámico que había reconocido la existencia del Estado de Israel antes que ningún otro, y la autopista para circular hacia mejores entendimientos con el resto, especialmente con Siria, a quien se acusa desde Tel Aviv de estar detrás del aprovisionamiento del Hezbollah libanés y de Hamas. Pero tres de los seis barcos de la “Flotilla de la Libertad” eran turcos, y el navío que salió más golpeado por las balas de los soldados que se descolgaron de los helicópteros navegaba bajo bandera turca.



El gigante que fue pequeño tiene muy pocos amigos, y ahora pierde la amistad de Turquía. En un momento, además, en que la potencia turca se encuentra recomponiendo su política de alianzas con los Estados árabes, con el Irak en proceso de democratización, con la Siria de Bachar al Assad, y con la República Islámica de Irán, a cuyo presidente, Mahmmoud Ahmadinejad, acaba de respaldar en el litigio internacional sobre el plan de desarrollo atómico iraní junto al brasileño Lula da Silva, inclusive contra la postura de la propia Hillary Clinton y del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.



Gaza, desangrada



Los argumentos del gobierno de Benjamín Netanyahu, y su intolerable desprecio por la opinión del mundo (no deja de llamar “hipócritas” a los críticos) se estrellan, desde toda lógica, contra la situación de la Franja de Gaza, a todas luces desesperada. El bloqueo militar a Gaza mantiene a un millón y medio de palestinos encerrados en una lengua de tierra de 40 kilómetros de largo y menos de 10 kilómetros de ancho, donde el desempleo es casi total, y donde la pobreza extrema y la escasez han hecho que cuatro de cada cinco habitantes de esa prisión a cielo abierto dependan de la ayuda humanitaria.



Israel no teme a Hamas, como afirma, sino que quiere castigarlo. Y utiliza el castigo colectivo que implica el bloqueo y el aislamiento de Gaza desde junio de 2007 como vía. Porque en lugar de golpear específicamente a los grupos armados, el bloqueo afecta a la población civil, sobre todo a los grupos más vulnerables, a los niños, los ancianos y los enfermos. El bloqueo prohíbe o limita la entrada de alimentos y combustible, inclusive los alimentos de asistencia humanitaria de la ONU deben ser introducidos de contrabando a través de una red clandestina de túneles que perforan la frontera entre Egipto y Gaza, los que son periódicamente bombardeados por la fuerza aérea israelí, además. La corriente eléctrica sólo se habilita algunas horas al día, y el gas se raciona, con prioridad en hospitales y panaderías.



A los tres largos años del bloqueo debe sumarse el bombardeo y la invasión de esa estrecha franja de tierra, que entre diciembre de 2008 y enero de 2009, con el ilustrativo nombre de “plomo fundido”, las fuerzas armadas israelíes acometieron contra la población palestina. Más de 1.380 habitantes de Gaza perecieron en la operación, 300 niños entre ellos, y llevó la crisis humanitaria a niveles de desastre.



¿Quién quiere la paz?



Desde que la ONU diseñó el “Plan de Partición de Palestina” se sabe que la solución a la paz en la región es la creación de un Estado Palestino –viable política y territorialmente- junto al Estado de Israel. Las rondas de negociaciones han ido y han vuelto durante un largo medio siglo, mientras Israel crecía y se armaba, cambiaba los roles y se transformaba ahora en el gigante Goliat, y utilizaba su fuerza para dar dos pasos adelante para luego, si acaso, dar uno atrás.



Llegados a este momento, ya es evidente que por voluntad propia Israel no fomentará un proceso de paz real. No la necesita, puede vivir bien bajo el paraguas norteamericano, que le asegura la inmunidad cualquiera sea la violación al derecho internacional que cometa; puede seguir extendiéndose con colonias y asentamientos sobre los territorios supuestamente palestinos; y puede golpear a las iniciativas de la sociedad civil –lo estamos viendo estos días- sin preocuparse por ninguna consecuencia.



La pregunta, entonces, debería cambiar de dirección: ¿quieren realmente los Estados Unidos de Norteamérica la paz en Medio Oriente?



Fuente Diario Hoy Día Córdoba


http://www.hoydia.com.ar/index.php?option=com_content&view=category&layout=blog&id=102&Itemid=394


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