Nos mudamos a Dossier Geopolítico

1 de julio de 2010

Crisis del Modelo Económico






Hace tiempo que venimos informando en este Blogs sobre la profundización de la crisis económica y financiera, a contramano de los mass medios y los gurús económicos tradicionales que permanentemente nos confunden, primero con que la misma, era un simple reajuste de una realidad que se había extralimitado en el tema de los prestamos y las sobre ganancias especulativas. Luego cuando la crisis paso de lo financiero a la economía real, afirmaron que los mercados y los generosos aportes de todos los ciudadanos del mundo a los bancos –responsables de la crisis- a través de los estados con sus subsidios, cerrarían esa mala experiencia especulativa, así paso el 2008 y el 2009, y en este 2010 se nos trato de confundir con frases como: aparecen los brotes verdes o la luz al final del túnel y una serie de explicaciones mas desde el voluntarismo que desde la ahora devaluada ciencia económica. Por ello aportamos a nuestros lectores y seguidores dos artículos uno del economista Argentino Agustín Monteverde (Una recuperación con pies de barro) y otro del Premio Nobel de economía Paul Krugman, (El mundo, ante la tercera depresión), que desde corrientes ortodoxas y renovadoras del pensamiento económico, arrojan luz sobre la gravedad de la situación.

Carlos Pereyra Mele




Una recuperación con pies de barro
Agustín A. Monteverde

La adicción al gasto afecta a casi todas las principales economías del globo. Japón es el país que se encuentra en la situación más delicada, con una deuda que duplica su PBI, un déficit colosal y un perfil de deuda corto. El nuevo primer ministro urgió recientemente a reducir el gasto y no depender de la emisión de bonos ante el «riesgo de derrumbe por pérdida de confianza en el mercado de deuda» (sic). El Reino Unido tiene uno de los mayores déficits fiscales, pero el plazo promedio de su deuda es el más largo del mundo. Por lo tanto, no necesita colocar anualmente tantos bonos para hacer el roll over de su deuda.

No es ése el caso de EE.UU. Además de su alto endeudamiento y déficit fiscal creciente, cargan con un desfavorable perfil de vencimientos, más corto que el de otros países desarrollados. Aun si decidiera no seguir incrementando su ratio de endeudamiento, deberá colocar una enorme masa de bonos durante los próximos años. Mientras las necesidades de financiamiento de Gran Bretaña equivalen al 20% de su PBI y las de Grecia representan el 21,5%, las de los EE.UU. superan el 32%. Esto los coloca en una posición muy vulnerable si se complica la colocación de deuda, y toda suba de tasas lo impacta mucho más severa y rápidamente.

Con el programa fiscal de la administración Obama, la deuda pública federal se ubicará en 2015 por encima del 100% del PBI. En cambio, la deuda del Reino Unido se incrementará, pero no tanto. Según el FMI, el costo de los planes de salud y pensiones de Obama representará otro 5,8% del PBI en los próximos 20 años.

Europa y EE.UU. han sido administrados por keynesianos. Creen que se puede salir de los problemas de sobreendeudamiento con más deuda, aun cuando queden irresueltos los desequilibrios y las distorsiones de la economía real.

El paulatino optimismo que ganó a los mercados financieros a partir de mediados de 2009 carece de sustento en la economía real. La recuperación es más un acto de fe o un fenómeno psicológico que una cuestión fáctica.

La construcción de casas nuevas en EE.UU. cayó un 10% anual en mayo mientras que las ventas se desplomaron un 33%, luego que el Gobierno retiró los créditos fiscales para la compra. El 15% de los deudores hipotecarios está atrasado en al menos un pago, y la mitad de éstos debe al menos tres meses, lapso que dispara los procedimientos de ejecución. La Justicia tiene ya un retraso de varios meses para instruir nuevas ejecuciones por la multitud de expedientes en trámite. Se espera que en 2010 se entablen 4,5 millones de procedimientos de ejecución hipotecaria. El 51,5% de los morosos hipotecarios a quienes se les mejoraron las condiciones de los créditos volvió a atrasarse en sus pagos a fin de 2009, nueve meses después de la repactación, según estudios oficiales. La tasa de morosos creció casi un 60% respecto de fin de 2008.

La recuperación de la actividad fue traccionada nuevamente por el consumo, que trepó un 3,6% en el primer trimestre. Las importaciones crecen por encima de lo que lo hacen las exportaciones, revirtiendo la notable mejora que éstas experimentaron en parte de 2007, 2008 y 2009, y elevando aún más el abultadísimo déficit comercial estadounidense, que ahora supera los u$s 40.000 millones mensuales.

El crecimiento del consumo llevó la deuda de los hogares a u$s 13,5 billones (nueve veces la de 1981), lo que duplicó el ritmo en que lo hizo el ingreso disponible. En las últimas mediciones, el endeudamiento de las familias comenzó a retroceder, y ahora el consumo da señales de estancamiento.

Las limitaciones del consumo pese a los megamillonarios programas de estímulo se explican por las pérdidas que han sufrido los hogares estadounidenses: en nueve meses de crisis, perdieron un promedio de u$s 102.000 entre reducción de capital y menores ingresos, de acuerdo con un estudio del Pew Group.

A la caída de ingresos de los trabajadores se añaden las penurias de la enorme porción de desocupados (casi un 10%) y subocupados. Casi 40 millones de estadounidenses -uno de cada ocho- están recibiendo bonos alimentarios. El USDA estima que ascenderán a más de 43,3 millones en 2011.

La persistencia del déficit comercial implica más endeudamiento externo. Pero la temporaria apreciación del dólar complica aún más el panorama de la cuenta corriente, por lo que es previsible un agravamiento. Diversos sectores culpan a la política cambiaria china, pero ésta es sólo uno de los factores que afectan el desempeño comercial norteamericano.

Pese a las ínfimas tasas de referencia, la destrucción del crédito no ha cesado. Las tasas aumentarán impulsadas por la inflación y la deuda monumental, aun cuando el nivel de actividad no justifique elevar los tipos de referencia. Se espera que este año el Tesoro venda más de u$s 2 billones para fondear el déficit presupuestario. Si la Fed no vuelve a comprar, la tasa del bono a 10 años ascenderá significativamente en 2011, lo que conspirará contra la recuperación.

Cada punto de tasa agrega entre un 15% y un 20% al costo de la vivienda. La Fed ha declarado que no hará nuevas compras secundarias de activos respaldados por hipotecas, con las que inyectó casi u$s 1,25 billón. Esto elevará las tasas hipotecarias nuevamente y derivará en caídas adicionales de los precios. Puede ser funesto para la multitud de propietarios cuyas casas ya valen menos que su deuda. Paralelamente, se está levantando una nueva ola mucho más dañina de hipotecas con problemas: las prime, con las 3 y 5 Option ARM, concedidas a sujetos de crédito de altos ingresos, sin amortizaciones parciales y con la posibilidad de postergar servicios de intereses. Estas hipotecas serán repactadas durante este año y el próximo, con tasas más altas, forzando la amortización del capital. Esto podría significar la salida a la venta de muchas de las propiedades compradas a los inflados precios de cuatro años atrás.

Bernanke no es suicida. Pese a los anuncios, una nueva oleada de relajamiento cuantitativo asomará en el horizonte.




Opinión

El mundo, ante la tercera depresión

Paul Krugman, The New York Times




NUEVA YORK.- Las recesiones son comunes; las depresiones son raras. Por lo que sé, hubo solamente dos épocas de la historia económica que fueron generalizadamente descriptas como "depresiones" en su momento: los años de deflación e inestabilidad que siguieron al pánico de 1873 y los años de desempleo masivo que siguieron a la crisis financiera de 1929-31.

Ni la Larga Depresión del siglo XIX ni la Gran Depresión del siglo XX fueron épocas de declinación incesante. Por el contrario, ambas incluyeron períodos en los que la economía creció. Pero esos episodios de mejoría nunca bastaron para reparar los daños ocasionados por la primera caída, y fueron seguidos por recaídas.

Me temo que ahora nos encontramos en las primeras etapas de una tercera depresión. Probablemente sea más semejante a la Larga Depresión que a la mucho más grave Gran Depresión.

Pero el costo para la economía mundial y, sobre todo, para los millones de vidas azotadas por la falta de empleo será enorme. Y esta tercera depresión será, primordialmente, un error de política.

En todo el mundo -más recientemente en la muy desalentadora cumbre del G-20 en Toronto-, los gobiernos se obsesionan con la inflación cuando la verdadera amenaza es la deflación, y predican la necesidad de ajustarse el cinturón cuando el verdadero problema es el gasto inadecuado.


En 2008 y 2009, parecía que, tal vez, habíamos aprendido las lecciones que nos había dado la historia.

A diferencia de sus predecesores, que aumentaron las tasas de interés ante una crisis financiera, los actuales líderes de la Reserva Federal y del Banco Central Europeo (BCE) bajaron las tasas y actuaron para dar apoyo a los mercados crediticios.

A diferencia de los gobiernos del pasado, que trataron de equilibrar sus presupuestos cuando se vieron enfrentados a una economía en caída, los gobiernos de hoy permitieron que el déficit aumentara. Y mejores políticos lograron que el mundo evitara un colapso total: se podría afirmar que la recesión producida por la crisis financiera terminó el verano pasado.

Desempleo catastrófico

Pero los futuros historiadores no dirán que ése no fue el final de la tercera depresión, tal como el repunte empresarial que se inició en 1933 no fue el final de la Gran Depresión.

Después de todo, el desempleo -en especial, el desempleo de largo plazo- sigue en niveles que hubieran sido considerados catastróficos poco tiempo atrás, y no hay indicios de que vaya a recuperarse en lo inmediato. Y tanto Estados Unidos como Europa se encaminan hacia trampas deflacionarias al estilo de Japón.

Ante este sombrío cuadro, uno esperaba que los políticos se dieran cuenta de que aún no habían hecho lo suficiente para promover la recuperación. Pero no: durante los últimos meses, se produjo un notable resurgimiento de la ortodoxia del dinero difícil y del equilibrio presupuestario.

En lo referido a la retórica, el renacimiento de la antigua religión es más evidente en Europa, donde los funcionarios parecen extraer sus frases de los discursos completos de Herbert Hoover, incluida la afirmación de que aumentar los impuestos y reducir el gasto verdaderamente son medidas que ampliarán la economía y fortalecerán la confianza empresarial.

Sin embargo, a nivel práctico, Estados Unidos no hace las cosas mucho mejor. La Fed parece consciente de los riesgos deflacionarios, pero lo que propone hacer con estos riesgos es, digamos, nada.

La administración de Barack Obama entiende los peligros que implica una austeridad fiscal prematura? Pero como los republicanos y los demócratas conservadores no autorizaron en el Congreso la ayuda adicional a los gobiernos estatales, esa austeridad existe de todas maneras, bajo la forma de recortes presupuestarios estatales.

¿Por qué esta política es equivocada? Para justificar su postura, los más intransigentes suelen invocar los problemas que deben enfrentar Grecia y otras naciones marginales de Europa.

Y es cierto que los inversores han atacado a los gobiernos con déficits irremediables. Pero no hay ninguna evidencia de que la austeridad fiscal a corto plazo, ante una economía deprimida, sirva para tranquilizar a los inversores.


Todo lo contrario: Grecia ha accedido a un estricto plan de austeridad, sólo para descubrir que su riesgo país sigue creciendo; Irlanda ha impuesto salvajes recortes a su gasto público, sólo para que los mercados la consideren aún más riesgosa que España.

El triunfo de la ortodoxia

Es casi como si los mercados financieros entendieran aquello que los políticos no parecen comprender: que aunque la responsabilidad fiscal a largo plazo es importante, rebajar drásticamente el gasto en una depresión, profundizándola y abriendo paso a la deflación, es una actitud verdaderamente autodestructiva.

Así que no creo que nada de esto se justifique con Grecia, ni tampoco que sea una evaluación realista de la compensación de la relación entre el déficit y el empleo.

Es, en cambio, el triunfo de una ortodoxia que tiene poco que ver con el análisis racional y cuya premisa fundamental es que imponer sufrimientos a otras personas es la manera de demostrar la capacidad de liderazgo en las épocas difíciles.

¿Y quién pagará el precio de este triunfo de la ortodoxia? La respuesta es: decenas de millones de trabajadores desocupados, mucho de los cuales seguirán sin empleo durante años, y algunos de los cuales nunca más volverán a trabajar.

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