Cuando el error teórico-político conduce
al desacierto estratégico y éste
a la derrota militar
por Gustavo Cangiano
En 2004 la editorial Aguilar editó en Lima Sendero Luminoso. Subversión y contrasubversión escrito por el coronel Teodoro Hidalgo Morey, de activa participación en la lucha “contrasubversiva” que se desarrolló en Perú durante más de una década. Se trata de un texto interesantísimo, que analiza a Sendero Luminoso y a su “guerra popular prolongada” de 12 años (1980/1992) desde la perspectiva del aparato estatal peruano.
Sendero Luminoso (SL) se lanzó a la lucha armada, a la que denominó conforme su adscripción ideológica al stalinismo-maoísmo, como “guerra popular prolongada”. Inicíó la lucha armada un día antes de las elecciones de 1980 que devolvieron el poder a Fernando Belaunde Terry tras el desbarrancamiento de la experiencia militar “populista” (es decir, nacional-popular) iniciada en 1968. SL irrumpió quemando las urnas para sabotear las elecciones y poniendo una bomba en la tumba de Juan Velasco Alvarado. Con estas acciones, SL revelaba su oposición simultánea al régimen partidocrático y al nacionalismo militar que había querido enfrentarlo. Lo primero resultaba meritorio, especialmente en un momento en el que el grueso de la izquierda peruana se había reconvertido al democratismo. Pero lo segundo, como se demostraría trágicamente, fue catastrófico, ya que preanunciaba su aislamiento y derrota final a manos del régimen semicolonial y sus aparatos represivos.
Hidalgo Morey constata casi sorprendido la impericia de SL y de su excéntrico líder, Abimael Guzmán (autodenominado “Presidente Gonzalo") respecto del pensamiento de Mao tse Tung, el cual decían seguir. Así lo narra Hidalgo Morey: “Sendero ejecutó una guerra equivocada. Mao calificaría su actuación como puro ‘aventurerismo’, por insistir en ejecutar una guerra imposible de ganar”. Y agrega: “Cuando apareció Sendero anunciando que su guerra seguía la estrategia maoísta de cercar las ciudades desde el campo, su discurso me resultó absolutamente familiar, y volví a los escritos de Mao para ver cómo, Guzmán, había adaptado la estrategia maoísta a la realidad peruana: gran decepción. De Mao sólo quedaban los grandes títulos. Tuve el convencimiento de que el pensamiento guía era la peor estafa ideológica que alguien hubiera perpetrado en algún momento. Mao –de quien soy un profundo admirador en su faceta de estratega y conocedor de la guerra y su discurso no merecía esto”.
SL partía de tres supuestos teórico-políticos: 1) Perú era un país semifeudal; 2) existía en 1960 una “situación revolucionaria” en Perú; 3) el campesinado es la “fuerza motriz” de la revolución. Pero los tres supuestos eran falsos: aunque semicolonial, Perú era un país capitalista, lo cual determinaba que la “fuerza motriz” de un proceso revolucionario no estuviera en el campo sino en las ciudades. En cuanto a la existencia de una “situación revolucionaria”, ello constituía sencillamente uno de los tantos delirios del “Presidente Gonzalo”: las clases dominantes acababan de recuperar el pleno control del aparato estatal a través de la maquinaria partidocrática aprovechando la derrota de la experiencia nacional-popular de las Fuerzas Armadas y la desestructuración del frente nacional antiimperialista.
Si la política que debía orientar la estrategia de SL era errónea, más errónea todavía resultaba ser la estrategia delineada para llevarla adelante. La “guerra prolongada” del maoísmo presupone: 1) un ejército propio; 2) una fuerza guerrillera propia; 3) apoyo popular; 4) simpatía y ayuda internacionales. ¡Pero SL carecía de todas estas condiciones! Por esa razón, cuando a partir de 1982 el gobierno convoca a las Fuerzas Armadas, la suerte de SL está decidida: expulsado del territorio campesino en el que operaba, SL se refugia en la ciudad. Pero ahí su “guerra de guerrillas” se transfigura en mero terrorismo, lo cual contribuye aún más a su aislamiento. Sin apoyo popular, ni en la ciudad ni en el campo, sin fuerza militar propia y sin ganar adhesión internacional, SL se ve obligado a establecer acuerdos con el narcotráfico. Pero esto, si bien le reporta beneficios económicos, compromete su imagen política y moral. Hay párrafos notables en el libro, cuando el autor, un hombre perteneciente al aparato represivo del Estado semicolonial, se permite impartir lecciones elementales de marxismo a quienes pretenden ser sus representantes en Perú. Dice Hidalgo Morey: “En toda la documentación difundida por Sendero salta a la vista que su análisis de la sociedad peruana es incompleto, y sobre todo, forzado. Las condiciones objetivas del Perú están caracterizadas en términos absolutamente teóricos, como para adecuarlas a la necesidad de seguir el modelo maoísta. En todo caso, si aceptáramos la validez del análisis de Guzmán, tendríamos que convenir que su diagnóstico se refiere a los problemas estructurales del Perú, de ninguna manera a lo que significa una situación revolucionaria en desarrollo”. ¿No le proporciona el coronel peruano una magistral lección de metodología marxista a la supuesta “cuarta espada” del comunismo internacional? Ya Trotsky había advertido en 1938 que “lo más importante y lo más difícil es definir por un lado las leyes generales (...) y por el otro descubrir la combinación especial de esas leyes en cada país”. Ciertamente, SL definía mal las “leyes generales” (¡caracterizaba al país como feudal, al campesinado como la fuerza motriz de la revolución, y veía en las Fuerzas Armadas el equivalente del invasor japonés que tenía Mao enfrente!), pero, además, ni siquiera se preocupaba por “distinguir los problemas estructurales de Perú” de la dinámica política en la que esos problemas estructurales se manifestaban, como observa Hidalgo Morey.
Sin embargo, no todos son logros en el libro de Hidalgo Morey. Atinadamente, distingue tres niveles de acción que no deben confundirse: el nivel político, el nivel estratégico y el nivel táctico. Su relato del enfrentamiento entre “la subversión y la contrasubversión” se concentra en el nivel estratégico. Esto le permite, por un lado, sostener que en Perú las Fuerzas Armadas no violaron los “derechos humanos” ni incurrieron en “guerra sucia”, más allá de que pudieran haberse observado “excesos” represivos a nivel táctico, y más allá de que durante el gobierno de Fujimori, en el nivel político, se haya optado por el “terrorismo de estado” ().aplicado por destacamentos especiales, al margen de la organicidad de las Fuerzas Armadas Ahora bien, como la estrategia es el arte de emplear las fuerzas que permitan alcanzar los resultados fijados por la política, todo análisis estratégico resulta tributario de un análisis político. Cuando Hidalgo Morey se refiere a SL, la dependencia del plano estratégico respecto del plano político está bien establecida: la “guerra popular prolongada” se deriva del objetivo político de perseguir una revolución socialista en un país campesino y ocupado militarmente por fuerzas extranjeras, como ocurría en China de Mao y como no ocurría en el Perú del “Presidente Gonzalo”. De allí que en un caso fuera una estrategia adecuada y en el otro no. Pero, ¿cuáles son los objetivos políticos fijados por el Estado peruano a la hora de enfrentar a “la subversión”? Dicho de otro modo: ¿en función de qué objetivos políticos el Estado peruano combate la “subversión”? Es en este punto donde flaquea el análisis del coronel peruano. Su capacidad para el análisis estratégico de las fuerzas propias y ajenas, y para desagregar los factores presentes en el diseño estratégico (factores militar, político, económico y “psicosocial"), contrasta con su silencio sobre la política al servicio de la cual estaba la estrategia, en el caso del Estado peruano. Y este es límite infranqueable para los especialistas militares (y civiles) en inteligencia estratégica. Tanto en Perú como en Argentina y en todas partes. Esto es, lamentablemente, lo que los convierte a estos “especialistas" en elementos funcionales a los objetivos políticos de las clases sociales que detentan el poder estatal.
Fuente Izquierda Nacional:
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