Lenguaje y política II
Alberto Buela (*)
Desde los griegos para acá es sabido que el lenguaje político tiene una finalidad principal: disuadir, convencer, persuadir.
Aquel que está en el uso del poder cuando habla busca, antes que nada y fundamentalmente, persuadir a sus receptores= futuros votantes, de que aquello que hace y propone es lo mejor, lo correcto, lo adecuado.
Al mismo tiempo, su discurso siempre busca mostrar un compromiso de su parte, pero de tal forma sutil, que le permita no quedar existencialmente comprometido. Alguna vez hemos sostenido que: “el discurso político de la partidocracia de nuestros días puede resumirse como: un compromiso que no compromete” [1]
Hoy que nos movemos, la mayoría de los países occidentales, dentro del régimen de las socialdemocracias, el lenguaje político se despliega en una concesión de derechos humanos infinita en donde la idea de límite es obviada totalmente. Este discurso de un prometer sin límites que “nos obliga a ser felices”, tiene por contrapartida para el hombre del pueblo el hecho bruto de una realidad cada vez más injusta y alienante. Así en
Es que el lenguaje político del progresismo (ej. Zapatero) ha responsabilizado en el tema de la falta de trabajo, a la gran cantidad de inmigrantes llegados a Europa y el tema de la inseguridad en Iberoamérica (ej. Correa) como un tema “de la derecha”. Cuando, en realidad, los pobres son los que se quedan primero sin trabajo y los muertos americanos no son de las burguesías locales sino que pertenecen, la mayoría, al pueblo llano.
Cambio de los términos
Ya no se habla más de revolución sino de cambio. El pueblo ha pasado a ser “la gente”. En Argentina, dictadura militar reemplazó a proceso militar del 76 al 83. Los derechos humanos suplieron a los derechos ciudadanos o civiles de antaño. Compañero o amigo reemplazaron a militante o camarada. El término liberación fue reemplazado por el de bienestar, el de pobre por el de excluido. La ironía hiriente a la puteada. La expresión grupos concentrados al de imperialismo. Dentro del aspecto gestual del lenguaje ya no hay retos ni suicidios. Claro está, el honor en el dominio de la política es algo que desapareció. La invasión del mundo light y de la soft-ideología transformó los términos utilizados en el lenguaje político en meros significantes agradables al oído pero sin ningún contenido semántico. El discurso progresista tiene un solo y único temor: no aparecer antiguo y es por ello que siempre se presenta en la vanguardia.
Lenguaje y pensamiento
Hace ya muchos siglos ese gran lingüista que fue Alexander von Humbolt descubrió que los hablantes modelan la lengua y la lengua modela la mente, y así cada idioma fomenta un esquema de pensamiento y estructuras mentales propias. Es decir, que las lenguas proyectan un modelo de pensamiento. Y más acá un filósofo extraordinario como MacIntayre afirmó mucho más cuando dijo: “La semántica se está transformando en la filosofía primera… porque el vínculo entre el lenguaje y la creencia comunitaria es relativamente estrecho”.[2]
Así, el esquema de pensamiento no es lo mismo en inglés que en castellano, en alemán que en árabe o en chino que en guaraní.
Esta enseñaza liminar, olvidada en el desván de los recuerdos, nos permite detectar la colonización lingüística de nuestros intelectuales según sea su mayor aproximación y uso de lenguas extranjeras en su expresión, pero paradójicamente, no nos dice nada del lenguaje político: porque nuestros políticos a gatas si hablan la castilla.
La colonización de nuestros políticos no se produce por la lengua sino por el dinero que les permiten ganar, a título individual, los negocios con el extranjero o con los lobbies locales. Así, grandes concesiones de explotación, obras públicas, ubicación de bonos del Estado son los grandes agentes de la colonización de la política menuda, local o nacional.
¿Y el lenguaje político? Quedó reducido a un hablar por hablar sin decir que nada es verdadero o falso. Es un compromiso que no compromete. Es una infinita serie de promesas incumplidas e incumplibles. Es, en definitiva, una burla a la inteligencia media del pueblo llano.
¿Algún político nuestro, y eso que somos veintidós Estados-nación que hablamos la misma lengua, se ha ocupado alguna vez de defender la comunicación internacional en castellano? Leo con estupor en una revista especializada que “el español es el tercer o cuarto idioma más hablado del mundo” [3] cuando todo el mundo sabe que el inglés lo hablan alrededor de 450 millones de personas y el castellano unos 550 millones. Y eso sin contar como observó el mayor sociólogo brasileños, Gilberto Freyre que: “el hombre hispano comprende, por lo menos, cuatro lenguas: el castellano, el portugués, el gallego y el catalán” [4] con lo cual si sumamos hoy al mundo lusoparlante llegamos a la friolera de casi 800 millones de personas de lengua hispana. Esta masa enorme ¿no es poder?
¿Por qué esta cesión gratuita en el orden internacional a la primacía del inglés y su dominio casi absoluto en las relaciones internacionales?. ¿Por qué no postular el español como una lengua de trabajo internacional habida cuenta de la facilidad de aprendizaje que ofrece su estructura, sobre todo a partir de la terminación vocálica abierta de la mayoría de sus sustantivos? Y además por ser una lengua que carece de idiotismos, tan comunes en el francés. Por otra parte, y esto es lo que no ven los geopolitólogos franceses y sí los geopolitólogos de Itmaraty, la utilización del castellano como lengua de trabajo internacional termina fortaleciendo al francés y al resto de las lenguas romances (ej. portugués, italiano, sardo, occitano, catalán, gallego, rumano, etc.)
Encuentro dos causas que pueden explicarlo. La primera es interna y se encuentra en la falencia de nuestros políticos hispanoamericanos por la falta de preferencia de ellos mismos, su mundo cultural y la expresión de esta ecúmene. Hasta tanto no nos prefiramos a nosotros mismos, nuestros representantes van a seguir imitando y como un espejo opaco, van a imitar pero mal. Conozco un solo caso argentino en política internacional que fue el del presidente Roque Sáenz Peña, quien sabiendo perfectamente inglés, en el congreso panamericano de Washington se hacía traducir pues afirmaba: Tengo el sentimiento y el amor de mi raza, quiero y respeto como propias sus glorias en la guerra y sus nobles conquistas en la paz.
La segunda de la causas es que la lengua es un lugar de poder y el poder de un idioma depende del poder que tienen aquellos que lo hablan. Y hoy los políticos hispanoamericanos no tienen ningún poder. Es decir, hacen política a nivel nacional y no poseen ninguna política a nivel internacional.
En estos últimos años en América del Sur han creado
Observamos el esfuerzo que está haciendo el gobierno brasileño donde todo su funcionariado habla cómodamente castellano, que no es en Brasil ni en las universidades brasileñas considerado un idioma extranjero, por aquello que afirmara don Gilberto Freyre, pero no vemos de parte del mundo político de lengua española ningún esfuerzo, proyecto o iniciativa que vaya en igual sentido. México se conforma con la explosión demográfica expulsando mejicanos hacia los Estados Unidos. La dirigencia colombiana y centroamericana adoptó el inglés en su uso internacional, mientras que Argentina y Chile con el cuerpo diplomático que tienen actualmente, y si seguimos así, van a terminar adoptándola también.
(*) alberto.buela@gmail.com
[1] Buela, Alberto: Ensayos de Disenso, Ec. Nueva República, Barcelona, p. 102
No hay comentarios.:
Publicar un comentario