por Denes Martos
La "perestroika" capitalista
En los últimos años el Imperio norteamericano viene debilitándose progresivamente en un proceso que, lo quiera uno o no, hace recordar el también progresivo colapso de la URSS. Sin embargo, la enorme diferencia de este proceso se da en dos planos.
Por un lado, el capitalismo, dada su incomparablemente mayor flexibilidad operativa, flexibilidad que en buena medida proviene de su hipocresía inveterada, tiene una curva de decaimiento mucho más prolongada que el comunismo. Por el otro lado, el comunismo, si bien nunca abdicó realmente – al menos en teoría – de sus aspiraciones internacionalistas y universales, con Stalin y después de él terminó sustentándose en una cadena de partidos social-marxistas locales de los cuales los estrechamente digitados desde Moscú no representaron siempre ni necesariamente la fuerza más relevante.
De este modo, mientras la crisis del capitalismo norteamericano, debido a sus ramificaciones financieras globales concretas, produce oleadas en todo el mundo, el colapso del marxismo soviético solo dejó sin reaseguro y apoyo organizativo a los marxistas combativos que fueron rápidamente suplantados por una nueva generación de "combatientes intelectuales" quienes, "periodismo militante" mediante, se han volcado ahora a esquemas trotskistas y gramscianos. Con dos grandes ventajas:
1)- el trotskismo nunca ejerció significativamente el poder por lo cual se considera libre de la refutación objetiva sufrida por el marxismo-leninismo tradicional y
2)- el gramscismo, con su inversión de prioridades que pone a la "revolución cultural" por delante y antes de la "revolución política" es, no sólo una estrategia mucho más coherente que la del alzamiento armado dirigido por una "vanguardia revolucionaria" supuestamente encargada de insuflarle la "conciencia de clase" a "las masas" sino que, además, se presta mucho mejor y con más facilidad a la erosión de un capitalismo en serios problemas. Sobre todo si tenemos en cuenta la casi increíble facilidad de penetración cultural y de difusión que ofrecen las nuevas tecnologías informáticas entre las cuales se destaca, por supuesto, la Internet y todo lo que con ella se relaciona.
El declive norteameriano
En otro orden de cosas, el debilitamiento de los EE.UU. puede constatarse también por la regla de la ciencia política que establece que, al no existir vacíos de poder permanentes en materia política, la pérdida de poder de un organismo político es rápida – por no decir casi inmediatamente – compensada por el aumento de poder de otros organismos políticos. Así, frente al progresivo debilitamiento de los EE.UU. podemos constatar un fortalecimiento innegable, y ya inocultable, de países como China, India o Brasil.
¿Perderán en este proceso los EE.UU. totalmente su poder mundial? Es poco probable, por más que esto parezca contradecir lo anteriormente expresado. Con alta probabilidad, la pérdida de influencia económica real de los EE.UU. será principalmente financiera, lo cual, en última instancia, no hará más que confirmar su ya evidentemente menor peso en la economía productiva real: a fines de la Segunda Guerra Mundial la producción industrial norteamericana representaba el 44% de la producción mundial mientras que hoy apenas si llega al 20%. Naturalmente, no debe pasarse por alto que estos porcentajes representan, como queda dicho, la producción industrial concreta. No reflejan, en absoluto, la dependencia que esa producción industrial tiene del mundo financiero, dónde el dólar norteamericano ha servido – y sirve todavía, mal que bien – de moneda internacional, entre otras cosas precisamente para la adquisición de la mayor parte de esa producción de bienes y servicios a escala mundial.
Los ciclos que se cierran
Analizando la situación desde otro ángulo, tampoco es posible pasar por alto que, muy probablemente, los EE.UU. y el mundo entero se encuentran en una encrucijada de ciclos muy compleja que no sólo influye sobre la muchas veces señalada característica cíclica del capitalismo sino también sobre otros procesos más amplios y genéricos.
Tenemos, por de pronto, que el ciclo económico de 40 años estudiado por Nikolai Kondratiev está llegando a su fin precisamente por estos tiempos, siendo que el actual comenzó allá por los años '70 del siglo pasado. El otro período, algo menos conocido en el ámbito económico, es el megaciclo de 200 a 250 años que llegó por última vez a su punto culminante en ocasión de la Revolución Francesa de 1789. Y, por si esto fuera poco, también es bastante probable que estemos al final de otro gran período que la Historia registra aproximadamente cada 2.000 años y como consecuencia del cual las culturas y las civilizaciones se enfrentan con la necesidad de revisar sus valores, sus estilos de vida – en suma: sus cosmovisiones – planteándose, ya sea una estructura política, social y cultural completamente nueva, o bien un necesario y temporal "paso atrás" hacia la última base firme y sólida que puedan encontrar en sus tradiciones para, desde allí, intentar un avance hacia nuevas fronteras.
El capitalismo, y después de la Segunda Guerra Mundial especialmente el norteamericano, constituye una de las construcciones más destructivas de la Historia de la humanidad. En el transcurso del megaciclo de sus aproximadamente 250 años de existencia el capitalismo se ha convertido en un aparato mundial capaz de sacrificar sobre el altar de la codicia y las ganancias todo el tejido de relaciones sociales que hace funcionar a la sociedad humana en absoluto y, además, también todo el ecosistema que sostiene la vida de los seres humanos del planeta. Lo trágico es que, alimentado por el constante y espectacular desarrollo tecnológico, este aparato es completamente incontrolable mediante las herramientas que tienen a su disposición los regímenes político-institucionales actuales.
La plutocracia y las dos Norteaméricas
En lo que a los EE.UU. se refiere, lo que hay que entender de una vez por todas es algo que no me he cansado y no me cansaré de repetir: los EE.UU. no son una democracia. Constituyen una plutocracia. Analizando la situación en profundidad hasta puede llegar a decirse que, en cierto modo, son ambas cosas a la vez. Porque lo que sucede, si uno cala hondo en la realidad norteamericana, es que se descubren dos Norteaméricas. Existe un Estados Unidos nacional, que es un Estado-Nación común y corriente, y existe otro Estados Unidos global, que es un Estado Imperial con ambiciones de hegemonía mundial. Ambos Estados, sin embargo, se hallan superpuestos y unidos por un mecanismo de poder que les hace compartir el mismo presupuesto y, en esto, el estrato plutocrático que tiene en sus manos el verdadero poder – el poder del dinero – ha dispuesto las cosas de tal manera que el Estado Nacional debe cubrir buena parte de las necesidades del Estado Imperial.
De este modo, el Estado Nacional norteamericano tiene que financiar en gran medida las aventuras del Estado Imperial como, por ejemplo, la guerra de Irak, la de Afganistán y, en el futuro, quizás la de Irán. Con dos agregados que no son menores:
1)- que la parte de las necesidades que no cubre el Estado Nacional norteamericano la cubren los Estados más o menos vasallos de los EE.UU. con lo cual los norteamericanos no cosechan precisamente las simpatías del mundo político internacional y2)- que la enorme mayor parte de las aventuras del Estado Imperial norteamericano ni siquiera están siempre y necesariamente al servicio del propio pueblo norteamericano sino que prácticamente siempre se disponen, ya sea en beneficio de la élite plutocrática realmente decisiva y gobernante, o bien en beneficio de un Estado aliado como lo es el de Israel.
De modo que no solamente buena parte del esfuerzo imperial recae sobre el Estado Nacional norteamericano – o, lo que es lo mismo, sobre el pueblo norteamericano – sino que, en tiempos de crisis como los actuales, el Estado Imperial presiona sobre los estratos más vulnerables del pueblo norteamericano para exprimir de ellos más recursos y más disponibilidades, porque los necesita para ayudar a solventar su aventura imperial. De este modo, los gastos crecen de modo exponencial y, mientras mayores sean las dificultades del imperio, más brutales tienen que volverse la plutocracia y sus socios para explotar a sus vasallos nacionales e internacionales. Es tan sólo lógico que, frente a esta brutalidad expoliadora, comiencen a generarse en el mundo entero fuerzas contrapuestas que buscan sustraerse a la hegemonía norteamericana y al papel de proveedores de las necesidades globales del Estado plutocrático norteamericano.
Para superar este callejón sin salida, los EE.UU. tienen solamente dos opciones: o bien se deciden a buscar un real acuerdo con otros factores políticos internacionales, o bien se deciden por un conflicto militar y económico permanente a escala planetaria. El problema para los decisores norteamericanos es que, en cualquiera de los dos casos, perderán poder. Si se deciden por la estrategia del conflicto permanente, los recursos necesarios para llevarla a cabo no solamente serán cada vez mayores sino, además, cada vez más caros; con lo cual la estrategia tiene un límite cierto y, además, corre el enorme riesgo de estrellarse en una victoria pírrica. Si, por el contrario, se deciden por un acuerdo a nivel internacional, los norteamericanos tarde o temprano tendrán que renunciar al nivel de vida que artificialmente han obtenido ya que, en el marco de un acuerdo así, difícilmente EE.UU. logre continuar "aspirando" los recursos de sus actuales vasallos tributantes externos.
Para dichos vasallos una retirada como ésa de los EE.UU. puede, ciertamente, significar una "liberación" política; pero también significará que quedarán librados, al menos en gran medida, a su suerte y a sus propias fuerzas – vale decir: a su propia producción y a su propia moneda – sin el apoyo de la tecnología norteamericana que no han desarrollado y sin las posibilidades del comercio internacional que hoy mal que bien usufructúan y para las cuales tampoco han desarrollado una estructura financiera adecuada.
En cualquiera de los dos casos, uno de los mayores factores de conflicto interno en los EE.UU. lo constituirá – como que ya lo está constituyendo – su propia clase media culturalmente idiotizada. Este estrato social sencillamente todavía no es consciente de que su nivel de vida actual se halla casi tres veces por encima de lo que realmente le correspondería por su producción real. En esto procede casi exactamente igual que la nomenklatura marxista soviética que seguía declamando especulaciones dialécticas teóricas mientras se resistía a darse cuenta de que estaba sentada sobre una estructura económica al borde del colapso total. Si los chinos y los cubanos tuvieron que aprender de la experiencia rusa – aunque los primeros lo hayan hecho por iniciativa propia y los segundos a regañadientes – los norteamericanos están prácticamente condenados a aprender por experiencia propia. En este aprendizaje, que será durísimo sin lugar a dudas, no es para nada imposible que el "sueño norteamericano" se convierta para la burguesía de los EE.UU. en una verdadera "pesadilla norteamericana" a mediano y largo plazo.
El "modelo" argentino
El problema está en que la pesadilla norteamericana puede fácilmente adquirir las características virales de una enfermedad muy contagiosa. Y en este sentido, la fantasía infantil de que la Argentina "está blindada" frente a un derrumbe financiero internacional no es más que una expresión de deseos condenada a darse un fenomenal porrazo.
Por de pronto, los datos objetivos que hacen a la economía argentina no son nada tranquilizadores por más que mis amigos economistas tratan de hacer malabarismos con algunos números para tranquilizarnos porque lo que en realidad temen es el peligro de que se produzca el fenómeno de la profecía autocumplida. Lo concreto, en todo caso es que, por ejemplo, la soja, que en la época de De la Rúa estaba a U$S 160 la tonelada hoy bordea los U$S 500 y el dólar norteamericano por el que De la Rúa tenía que pagar 2,50 Reales brasileños para comprar uno, hoy Cristina lo puede comprar poniendo solamente 1,60 Reales sobre la mesa.
Eso, claro, nos beneficia. Pero ni es mérito nuestro, ni tampoco está garantizado que dure. No es mérito del "modelo" que la soja tenga el precio que tiene, ni tampoco el dólar barato del Brasil es producto de las improvisaciones a los manotazos de la política económica kirchnerista basada en subsidios. Si el precio de la soja baja y el Real brasileño se debilita – como no es irracional suponer que puede suceder en un mundo financieramente caótico – alguien va a tener que levantar el teléfono para decirle a nuestra estimada presidenta: "Cristina, estamos en problemas".
En realidad, mayorías electorales aparte, la verdad es que ya estamos en problemas aunque el triunfalismo electoral y el fútbol para todos sirvan de cortina de humo para disimularlo. Los subsidios, explícitos o encubiertos, y los gastos "a la Schoklender" empujan el gasto público de la Argentina hacia niveles que la producción real y los ingresos reales ya no pueden cubrir. Para decirlo en los términos de la cuenta del almacenero: gastamos más, mucho más, de lo que ingresa. Mis amigos economistas pueden decir lo que quieran, pero a mí esto me suena peligrosamente similar a lo que pasó con la convertibilidad.
Es cierto que en materia de deuda estamos algo mejor, aunque más no sea por la sencillísima razón de que nadie está tan rematadamente loco como para prestarnos nada. Pero dibujando los números del INDEC para disfrazar el valor de los papeles emitidos, manoteando los fondos del ANSES y del Banco Central para financiar subsidios, manipulando exportaciones a las trompadas para sostener un poco al mercado interno mientras se pone a la no tan grande producción nacional bajo una presión impositiva infernal para tener algo de caja, tampoco alcanza ya. Y los que tienen algo de dinero lo saben. Por algo la fuga de divisas, aun en un mundo completamente convulsionado, está llegando a niveles récord. Si hoy alguien prefiere tener dólares y no pesos, estando el dólar amenazado como está, eso a mí me dice que ese alguien todavía recuerda lo que le pasó con el corralito y se cubre por las dudas.
Realidades y teorías
Sea como fuere, tal como lo veníamos previendo desde hace ya algunos años, el sistema capitalista está crujiendo por los cuatro costados. Hemos llegado a tal punto que un error realmente grave, uno de esos errores monumentales que a veces se producen en la Historia por la codicia, la ambición, la terquedad y – no en última instancia – por la estupidez de los actores principales, puede conducir a un colapso de dimensiones catastróficas. No es seguro que así suceda. Ni siquiera es inevitable que ocurra. Pero puede ocurrir.
El mundo ya percibe que el Imperio capitalista, única potencia mundial sobreviviente al colapso de su contracara gemela comunista, está en problemas. Por eso es que se producen las estampidas financieras. Todo el mundo está a la búsqueda de un salvavidas; llámese éste el oro, el franco suizo o algún otro clavo ardiendo que sirva para agarrarse.
En este escenario, hay dos cosas que los políticos de verdad y con auténtica vocación deberían considerar y analizar muy en profundidad.
En primer término, es realmente hora de pensar en alternativas políticas serias a la democracia liberal y al colectivismo marxista, ideas ambas que ya llevan mucho más que un siglo de atraso respecto de las necesidades y características del mundo actual. Y, como ya fuera sugerido más arriba, para la elaboración de estas alternativas solamente caben dos estrategias. O bien creamos una forma de organización sociopolítica completamente nueva, pero posible y viable, que despierte entusiasmos y sume voluntades. O bien retrocedemos hasta las últimas bases sólidas que podamos encontrar en nuestra Historia y construimos – o reconstruimos – a partir de esa base, toda la estructura de nuestras sociedades teniendo en cuenta y aceptando que esa última base sólida puede no ser, como que de hecho muy posiblemente no será, la misma para todos los organismos etnoculturales y para todos los organismos políticos del planeta.
En segundo término, pero no en última instancia, quienes quieran sobrevivir al desbarajuste producido por una conjunción de ciclos críticos y gruesos errores no admitidos como tales, tienen que saber que más allá de las complejidades de la economía y las finanzas, la vida se sostiene en última instancia gracias a unos pocos elementos esenciales. A menos que creamos en milenarismos apocalípticos o en profecías quiliásticas, tenemos que saber que, después de toda anarquía, la vida siempre renace, se reconstituye y se vuelve a encarrilar. Y para ello lo que la vida necesita en forma indispensable es disponer de elementos esenciales tales como la tierra, la comida, el agua y el aire. Más allá de infantilismos ecologistas esgrimidos con fines políticos y más allá de toda la tecnología industrial y su pasión por las innovaciones, los elementos básicos que la vida requiere son hoy los mismos que requería hace millones de años atrás.
Podremos inventar todas las teorías que se nos ocurran. De hecho, a lo largo de nuestra Historia hemos inventado centenares de ellas.
Pero, para desgracia de muchos ideólogos y teóricos, la vida no se rige por teorías sino por realidades concretas.
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